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FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

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ARTOLA ARBIZA, Antonio Maria. Ezkioga. En el 80° aniversario de la Pastoral de Mons. Mateo Múgica Urrestarazu sobre Ezkioga (07/09/ 1933), Lima, Fondo Editorial Revista Oiga (978-61-2465-76-03). 2DA. EDICIÓN

miércoles, 27 de junio de 2012

Ricardo Palma, la historia y El Quijote en América

Eva María Valero Juan

En vísperas del IV Centenario de la publicación del Quijote, la fecha de 1905 emerge constantemente al acercarnos a las visiones y recuperaciones quijotescas de los escritores hispanoamericanos del fin de siglo. Fueron muchos los textos que se escribieron desde América para homenajear a Cervantes y para celebrar a Don Quijote y Sancho en su 300º aniversario: poemas, ensayos, crónicas1 en las que El Quijote o Don Quijote fue protagonista de discursos fundamentales para el debate contemporáneo sobre la identidad y el futuro de América Latina, como representante paradigmático del sentimiento y el deseo de una cultura común hispano-americana. Y si en todos los géneros encontramos textos hispanoamericanos sobre El Quijote alrededor de 1905, no podía faltar en el Perú la imprescindible «tradición» de Ricardo Palma sobre la gran obra de Cervantes. Con el título «Sobre el "Quijote" en América», el polígrafo peruano aportaba su homenaje sumando el particular género de la «tradición» a las páginas quijotescas hispanoamericanas. Escrito también en 1905, e incluido en Mis últimas tradiciones peruanas2, en este texto Palma abordó El Quijote como sólo él sabía hacerlo: desde la perspectiva impuesta por ese género de cuño propio que es la «tradición». Es decir, se lanzó a la búsqueda de las huellas del Quijote en América para fabularlas, remontándose a la fecha en que se publicó la primera parte, 1605, cuando inmediatamente El Quijote se coló de rondón en cajas, baúles y equipajes, y surcó el Atlántico para recorrer América y asegurarse también allí la fama que el destino le deparaba.

Como es bien sabido, Ricardo Palma, el infatigable intelectual que demostró su pasión por el mundo de las letras desde los más diversos escenarios intelectuales (como escritor, Director de la Academia Peruana de la Lengua, lexicógrafo, editor, director de la Biblioteca Nacional de Perú…), fue un bibliófilo preocupado por la recuperación del pasado literario de los siglos coloniales. En esa labor de rescate, El Quijote aparece en más de una ocasión en sus Tradiciones peruanas. Aquí nos ocuparemos de la titulada «Sobre el «Quijote» en América», pero no deja de ser curioso reparar primero en otra tradición en la que Palma recuerda un torpe capítulo de su juventud, por la desafortunada opinión lanzada entonces sobre El Quijote. La tradición se titula «El fraile y la monja del Callao», y en ella el escritor confiesa:

Escribo esta tradición para purgar un pecado gordo que contra la historia y la literatura cometí cuando muchacho.

Contaba dieciocho años y hacía pinicos de escritor y de poeta. Mi sueño dorado era oír entre los aplausos de un público bonachón los destemplados gritos «¡el autor! ¡el autor!». A esa edad todo el monte antojábaseme orégano y cominillo, e imaginábame que con cuatro coplas mal zurcidas y una docena de articulejos peor hilvanados había puesto una pica en Flandes y otra en Jerez. [...] Casi casi me habría atrevido a dar quince y raya al más entendido en materias literarias, siendo yo entonces uno de aquellos zopencos que, por comer pan en lugar de bellota, ponen al Quijote por las patas de los caballos, llamándolo libro disparatado y sin pies ni cabeza. ¿Por qué? Porque sí. Este porque sí será una razón de pie de banco, una razón de incuestionable y caprichosa brutalidad, convengo; pero es la razón que alegamos todos los hombres a falta de razón3.

La perspectiva de los años permitió al tradicionista reparar este «pecado». Y más tarde, en 1905, homenajeó la obra de Cervantes con la tradición «Sobre el «Quijote» en América»; ejemplo especialmente representativo de los objetivos de Palma en sus Tradiciones, no sólo porque nos ilustra sobre la circulación y el trasvase de libros entre España y sus colonias en la generación inmediatamente posterior a la de los conquistadores, sino porque en ella encontramos los ingredientes básicos utilizados por Palma para la conversión de la historia en cuento, a través de la incorporación de elementos históricos que pertenecen a la leyenda o tradición del pasado nacional. Reparar en la utilización de esos ingredientes es fundamental para poder comprender la eficacia del género «tradición» en la recuperación de la memoria histórica del Perú.

El texto de Palma sobre El Quijote está dividido en varias secciones. En la primera, titulada «Minucias bibliográficas», el tradicionista se remonta al año 1877, y nos sitúa en el espacio de una tertulia de bibliófilos en la Biblioteca Nacional. Este capítulo le sirve para presentar a los personajes que van a hablar sobre la llegada del Quijote a América y para recrear el ambiente libresco y el contexto de libros perdidos que realza la intriga del relato.

Francisco Rodríguez Marín, en una conferencia titulada «El Quijote en América» y publicada por primera vez en 1911, recordaba precisamente esa historia con la que Ricardo Palma explicó la llegada de los primeros ejemplares del Quijote a América; historia a la que el ilustre cervantista confería muy escasa credibilidad:

Veamos otra especie que no tiene mejor fundamento que la pasada. Dando fácil asenso a lo que oyó contar, un notable escritor del Perú, ilustre amigo mío, en quien corren parejas el donaire y el saber, ha relatado pocos años ha una interesante historia, que, a ser cierta, satisfaría nuestra curiosidad, colmándonos la medida del deseo. Aludo a don Ricardo Palma, digno jefe de la Biblioteca Nacional de Lima, el cual, en su artículo Sobre el «Quijote» en América -inserto en el libro intitulado Mis últimas tradiciones peruanas-, ha referido lo que literalmente conviene repetir en este lugar...4.

Rodríguez Marín justifica su desconfianza con respecto a lo relatado por Palma por el hecho de que éste escribe sobre el tema basándose en la historia sobre el primer ejemplar del Quijote en América que escuchó a un ferviente cervantófilo peruano, Dávila Condemarín, y que había circulado de boca en boca durante siglos. Por ello, tras reproducir las partes centrales de esa historia narrada por Palma, Rodríguez Marín prosigue con la siguiente reflexión:

Si, como dicen, el creer es cortesía, creer podemos, por cortesía y no más, lo que Dávila Condemarín contó al ministro de Inglaterra, estando presente don Ricardo Palma. Pero si pidiendo la venia, no al cervantófilo peruano, que ya ha muchos años que falleció, sino a mis cultos oyentes, puedo manifestar que esa entretenida historia tiene toda la traza de un cuento de camino, lo manifestaré con la mayor cortesía posible5.

Seguramente sin darse cuenta, con esta manifestación de incredulidad Rodríguez Marín estaba dando en la tecla de la «tradición», desde el momento en que escribe las palabras «entretenida historia» o «cuento» para referirse al relato de Palma. Tal vez Rodríguez Marín no conociera la máxima del peruano con la que definía, en síntesis, su propio quehacer literario: «El tradicionista tiene que ser poeta y soñador -dice Palma-; el historiador es el hombre del raciocinio y de las prosaicas realidades». Teniendo en cuenta esta autodefinición, en la siguiente afirmación de Rodríguez Marín queda claro que el cervantista acudió a las Tradiciones con un objetivo erróneo; fue en busca del historiador y no del tradicionista: «las inverosimilitudes de la narración son tales -escribe Marín-, que le quitan todo viso de veracidad, y harto buena fe tuvo al creerlas don Ricardo Palma»6.

En este sentido, cabe recordar que nada estaba más alejado del objetivo de Palma que la búsqueda de la objetividad histórica. Su propósito era literario. Y por tanto la historia narrada sobre la llegada del Quijote a América era, sí, un «cuento de caminos» basado en la tradición oral. Si regresamos al texto, vemos cómo la leyenda y la historia comienzan su proceso de fusión desde la primera sección, y para ello Palma utiliza sus técnicas habituales, consistentes en narrar la historia como si fuera un relato o en deslizar comentarios que apuntan hacia la buscada imprecisión histórica y documental de lo narrado, es decir, incisos que le sirven precisamente para ratificar la literariedad de su obra y para marcar la frontera que la separa de la historia. Por ejemplo cuando escribe: «No recuerdo en qué enciclopedia he leído que no excedieron de cuarenta...»7. Así es. La imprecisión de lo narrado, uno de los rasgos característicos de la memoria oral, está en la base de la invención del mito en las Tradiciones peruanas, y de ella surge esa Lima imaginaria de la colonia, tan debatida con posterioridad en la eterna polémica sobre la versión del pasado que de ella se desprende y sobre el valor histórico de ese pasado -juzgando la obra en términos de veracidad o falsedad histórica-. Así lo vio Martín Adán cuando apuntaba que

Palma hace de la imprecisión su mejor instrumento, su prodigioso tirafondo: con una fecha, un refrán, una sonrisa y un nombre hace un párrafo henchido de verdad transparente. Detrás de Palma, no está sino la sombra de la Lima que inventa. La Lima sustancial e indispensable del limeño está entre éste y Palma, la deseamos, la reparamos y la ganamos. [...] Muchísimo más ha dicho de verdadero la mentira cordial, la euforia cabal, que la probidad narrativa o descriptiva8.

El propio Palma, en numerosas «tradiciones», se esmera en resaltar esa imprecisión que Martín Adán define como su «prodigioso tirafondo»; inclusive en ocasiones expresa llanamente, y de forma explícita, lo deliberado de dicha intencionalidad.

La segunda sección de la tradición que nos ocupa lleva por título «El primer ejemplar del «Quijote«»», y en ella el estilo oral característico de las Tradiciones intensifica el tono literario del relato supuestamente histórico. Por ejemplo, para unir la primera sección con la segunda, Palma utiliza la siguiente fórmula: «He olvidado a propósito de qué vino a cuento el Quijote...»9. Y a continuación, como testigo de la tertulia, el escritor recuerda aquel «curioso relato» que uno de los contertulios, Dávila Condemarín, narró sobre la llegada del Quijote a América, situándonos, de este modo, en el ámbito de la oralidad. En síntesis, el relato cuenta que fue el conde de Monterrey quien recibió aquel primer ejemplar del Quijote llegado desde Acapulco, pero, al encontrarse en su lecho de muerte, regaló el libro a fray Diego de Ojeda (el autor de La Cristiada) el día en que éste fue a visitarle. El Quijote pasó entonces a la librería del padre Ojeda y posteriormente a la del convento de Santo Domingo, de donde desapareció después de la batalla de Palma en 1855.

Independientemente de la base de veracidad que la historia pudiera tener, lo más importante es ver la forma en que dicha historia está narrada. Palma consigue que el lector la escuche como si fuera uno más de los asistentes a la tertulia. Desde el comienzo crea ese espacio de diálogo que se desarrolla en la Biblioteca Nacional un año antes de la Guerra del Pacífico para, desde allí, hacer surgir esa historia que leemos no como historia, sino como el escritor ha querido que la leamos: en sus palabras, como un «curioso relato». Y como tal aparece narrado, es decir, con todas las características del cuento o la leyenda. Unas breves líneas son suficientes para notar la literariedad del relato por el estilo de la narración, cuajado de fórmulas provenientes de la oralidad y de juegos lingüísticos:

Desgraciadamente, el virrey se encontraba enfermo en cama, y con dolencia de tal gravedad que lo arrastró al hoyo dos meses más tarde. A visitar al doliente compatriota y amigo estuvo fray Diego de Ojeda [...]. Encontrando al enfermo un tanto aliviado, conversaron sobre las noticias y cosas de México [...] El padre Ojeda ojeó y hojeó el libro, y algo debió picarle la curiosidad cuando se decidió a pedirlo prestado por pocos días, a lo que el virrey, que en puridad de verdad no estaba para leer novelas, accedió de buen grado, no prestándole sino obsequiándole el libro10.

Palma reflexionaba sobre el estilo de su obra cuando recordaba, en diversos escritos, que la esencia de la «tradición» estaba en la elaboración formal y no tanto en el contenido, pues en ella se revela el pretendido espíritu popular de esta literatura:

A mis ojos la tradición no es un trabajo que se hace a la ligera: es una obra de arte. Tengo una paciencia de benedictino para limar y pulir mi frase. Es la forma más que el fondo lo que las hace populares (carta a Vicente Barrantes)11.

Pero regresemos al Quijote relatado por Palma acudiendo a otro investigador que, al igual que Rodríguez Marín, también fue tras las huellas del Quijote en América. Me refiero a Irving A. Leonard, quien, en su obra Los libros del conquistador, en concreto en el capítulo titulado «Don Quijote en Las Indias», no dudó en recordar también el relato de Palma. Eso sí, a diferencia de Rodríguez Marín, Leonard advierte desde el principio la esencia ficcional de la fuente que está utilizando:

Dice la leyenda -o la «tradición» para emplear el término tan caro al escritor peruano Ricardo Palma- que el primer ejemplar del Quijote que llegó a Lima fue el del Conde de Monterrey, virrey del Perú, y que procedía de Acapulco. Corría el mes de diciembre de 1605...12.

La valoración que el investigador norteamericano realiza de la historia narrada por Palma difiere de la que hizo Rodríguez Marín, puesto que tras resumir el relato del tradicionista, prosigue:

No tiene nada de extraño que esta historia que relata Ricardo Palma tenga su base de verdad, y que por consiguiente hayan sido estos ejemplares del Quijote y no los que importó Sarriá los que primero se importaron al Nuevo Mundo; pero en tanto no se exhiba una prueba incuestionable, las seis docenas de ejemplares a los que nos hemos referido son los primeros que, de acuerdo con constancias auténticas, se desembarcaron en el virreinato13.

Es decir, Leonard deja bien claro el valor legendario del texto de Palma, al deslindar perfectamente en su libro la información histórica basada en el estudio documental, de la historia tradicional que Palma nos ha legado; historia que, a pesar de no estar contrastada ni objetivada, debe ser también recuperada porque contiene la memoria oral y vivifica ese pasado que habita en la tradición.

En definitiva, en el texto «Sobre el «Quijote» en América» volvemos a ver a Palma negándose a ser el «hombre del raciocinio y las prosaicas realidades». Porque lo que el gran tradicionista intentó, con su extraordinaria amalgama entre historia y ficción, fue infundir aliento a la historia -que en todo caso le servía para precisar el marco o contexto en el que actuaban sus personajes-, con una visión que sin duda está estrechamente ligada a la que mantuvo y desarrolló Miguel de Unamuno a través del concepto de «intrahistoria». Curiosamente, la tradición «Sobre el «Quijote» en América» está dedicada «A don Miguel de Unamuno»; una dedicatoria que venía a reforzar la estrecha relación que ambos intelectuales mantuvieron, tal y como puede comprobarse en la correspondencia14.

Creo que de la dedicatoria a Unamuno se pueden deducir dos significaciones fundamentales y que, en cierto modo, está doblemente justificada. En primer lugar, por tratarse del tema quijotesco, porque tal vez sea Unamuno el escritor que con más intensidad asumió y desarrolló su declarado «culto al quijotismo como religión nacional». En Del sentimiento trágico de la vida manifestaba que «donde acaso hemos de ir a buscar el héroe de nuestro pensamiento no es a ningún filósofo que viviera en carne y hueso, sino a un ente de ficción y de acción, más real que los filósofos todos; es a Don Quijote»15. Concretamente, fue en su Vida de Don Quijote y Sancho donde dio consistencia a esa idea expresada en Del sentimiento trágico... en la que está latente su concepto de la «intrahistoria», y en la que podemos sentir los ecos de la concepción palmiana de la «tradición»:

Escribí aquel libro para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos. Quise allí rastrear nuestra filosofía16.

«Lo vivo», para Palma, también estaba en esa periferia de la historia forjada por su propia fantasía, o por la del pueblo con su particular memoria histórica; periferia con la que el escritor de tradiciones envolvía la historia, la alimentaba y la vivificaba para que no fuera, sólo, «letra muerta». Y si Unamuno obvió al autor (Cervantes) para apropiarse de sus personajes (Don Quijote y Sancho) y convertirlos en protagonistas de alguna de sus obras, Ricardo Palma tomó no al personaje, sino al libro, para convertirlo también en protagonista de una de sus «tradiciones». De modo que ambos, Unamuno y Palma, «pusieron» y «sobrepusieron» sobre el personaje y la obra, respectivamente, un caudal imaginativo que rebasa la historia para afincarse en la literatura. Y es allí donde Don Quijote y El Quijote cobran la dimensión de su inmortalidad, porque tanto Unamuno como Palma hicieron renacer al personaje y su historia al fabular sobre los avatares de la vida de Don Quijote, y de la propia vida del libro por tierras americanas desde la primera década del siglo XVII.

De esta idea que enlaza a Ricardo Palma con Unamuno a través del vínculo quijotesco, se desprende la segunda significación de la dedicatoria, consistente en la relación sobre la visión de la historia que se encuentra en ambos intelectuales. En 1895 Unamuno definió, en el libro En torno al casticismo, su concepto de la «intrahistoria» como la esencia más perdurable de la historia, y creo que esa definición es idónea para dilucidar, también, la concepción palmiana de la «tradición». Porque para Unamuno, es precisamente en la «vida intrahistórica» donde se encuentra la verdadera tradición:

... la tradición es la sustancia de la historia. Esta es la manera de concebirla en vivo, como la sustancia de la historia, como su sedimento, como la revelación de lo intrahistórico, de lo inconsciente en la historia. [...]

Las olas de la historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo no llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. [...] Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentira que suele ir a buscar al pasado enterrado en los libros y papeles, y monumentos, y piedras17.

Tal vez sea Raúl Porras Barrenechea uno de los críticos que con mayor agudeza ha sabido penetrar en la esencia de la visión histórica que Palma vuelca en su escritura para darnos, precisamente, el testimonio de la «verdadera tradición», de «la tradición eterna». La definición que Porras nos ofrece de la «tradición» deja clara constancia de la coincidencia fundamental con el concepto unamuniano de la «intrahistoria»:

No es historia, novela, ni cuento, ni leyenda romántica. De la historia recoge sus argumentos y el ambiente, pero le falta la exactitud y el cuidado documental. Palma no concibe la historia sin un algo de poesía y de ficción...

La «tradición» es, pues, un pequeño relato que recoge un episodio histórico significativo, anécdota jovial, lance de amor o de honra, conflicto amoroso o político en que se vislumbra repentinamente el alma o las preocupaciones de una época o se recoge intuitivamente, por el arte sintético del narrador, una imborrable impresión histórica. [...] Es la gran historia realizada con la técnica fragmentaria y liviana del pintor de azulejos. [...] Es la historia popular contada, según lo dijo él mismo, como la cuentan las viejas y el vulgo...18.

También José Miguel Oviedo define esa visión intrahistórica de Palma cuando escribe:

Palma rescató del olvido un pasado peruano que la historia oficial no iba a registrar; un pasado doméstico, de quisicosas: migajas de un banquete solemne. En ello residen la significación literaria y las limitaciones estéticas de su arte. Palma vivificó ese pasado y lo acercó al presente, para darle vitalidad y animación de cosa actual, plena de color y movimiento19.

El resultado de la amalgama entre la sátira, la historia y la inventiva del escritor, son varias colecciones de lo que podemos denominar relatos o cuentos en los que Palma, sobre el substrato de la historiografía americana, encuentra el anecdotario para la creación de sus «tradiciones». Por ejemplo, el texto sobre El Quijote está construido sobre diversas anécdotas hilvanadas entre sí: el encuentro en la tertulia, la llegada del libro a la biblioteca de Ojeda y su paso a la de Santo Domingo, la locura del padre Seminario que quemó los libros de la biblioteca «en descomunal hoguera»... O las anécdotas de la tercera sección, titulada «Otro ejemplar curioso del «Quijote«»», donde Palma da noticia de otro Quijote que procedía directamente de un amigo de Cervantes, Juan de Avendaño, afincado en Perú desde los primeros años del siglo XVII. A través de esta historia, Palma aprovecha para recordar los intentos de Cervantes por viajar al Perú en busca de mejor fortuna, y la anécdota vuelve a surgir cuando, en nota al pie, apunta:

Con motivo del reciente centenario ha publicado el académico de la Española don Emilio Cotarelo y Mori un entretenido librito titulado Efemérides cervantinas, en el que no sólo habla de la intimidad entre Cervantes y Avendaño, sino de que aquél hizo de éste uno de los principales personajes de su novela La más ilustre fregona. Cotarelo da por cierto que Avendaño mantuvo conversación amorosa (discreta frase de aquellos tiempos) con doña Constanza de Ovando, hija de doña Andrea, hermana de Cervantes, a la que no olvidó en América, pues desde Trujillo la envió dinero en 161420.

La historia con minúsculas, o la pequeña historia construida a partir de la anécdota, surge en esta nota al pie infundiendo vida a lo que, de otro modo, hubiera quedado en la superficie del dato sobre el ejemplar del Quijote de Avendaño. «Las olas de la historia» -utilizando las palabras de Unamuno- no ensordecen en la obra de Palma el rumor continuo de esa historia que late en el fondo y que emerge, en las Tradiciones peruanas, convertida en leyenda. En suma, Ricardo Palma construyó un pasado mítico y poético a través de la anécdota colorista, tan distante de la precisión del historiador, y, como hemos comprobado en los fragmentos citados, sustituyó la provecta veracidad histórica por el pintoresquismo de la leyenda popular. Rescató las imágenes inveteradas de su ciudad y su país, y aunó una visión intrahistórica con su aguda inventiva, de forma que la historia adquiere vida propia en el relato.

Para la construcción de esa memoria, en 1905 era inevitable que Ricardo Palma escribiera sobre El Quijote en América. Y, como hemos visto, las historias que nos narra sobre aquellos primeros ejemplares del Quijote que llegaron al Perú, discurren a través de las anécdotas que, de boca en boca, fueron corriendo siglos hasta llegar a la pluma del tradicionista, quien remata esta tradición subrayando, una vez más, el carácter anecdótico de su historia: «Y pongo punto, pues sobre el Quijote no tengo más de curioso que apuntar»21. Las huellas del Quijote que Palma rastrea en esta tradición son, efectivamente, leyenda o cuento sobre la llegada a América de la primera parte de la obra, desde tan temprana fecha como es diciembre de 1605. Y precisamente en ello radica la importancia de su testimonio: en haber convertido el libro del famoso manco de Lepanto en protagonista de la leyenda americana (que no de su historia oficial) y de la tradición colonial del virreinato del Perú en los primeros albores del nuevo siglo.

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