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FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

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ARTOLA ARBIZA, Antonio Maria. Ezkioga. En el 80° aniversario de la Pastoral de Mons. Mateo Múgica Urrestarazu sobre Ezkioga (07/09/ 1933), Lima, Fondo Editorial Revista Oiga (978-61-2465-76-03). 2DA. EDICIÓN

miércoles, 27 de junio de 2012

Palma y el 98: Cuba, americanismo e hispanismo1

Oswaldo Holguín Callo

Pontificia Universidad Católica del Perú

¿Cómo vio el 98 un intelectual peruano como Palma? ¿Qué interpretación dio a hechos de resultados tan felices para unos -los cubanos, puertorriqueños y filipinos no menos que los norteamericanos- y tan tristes para otros, los españoles? ¿Qué proyecciones se atrevió a hacer frente a un cambio radical y peligroso en el mapa político de la hasta entonces América española? Estas y otras preguntas pretendo contestar, sin olvidar que Palma era un hombre bastante mayor cuando ocurrieron aquellos acontecimientos (había nacido en 1833, por lo tanto tenía sesenta y cinco años), y representaba a una generación superada en vitalismo y modernidad pero aún actuante en la vida peruana. Adicionalmente, y a manera de telón de fondo, por aquellos años Palma libró tenaz campaña contra el rigor del purismo académico español, lo que podría llamarse su «batalla por los americanismos», asunto que también forma parte de estos breves apuntes que es inevitable toquen un tema no menos importante: la relación de Palma y España (o lo español).

Introducción

Menudo problema psicológico es el que se produce cuando el hijo se separa de los padres para caminar sólo en la vida, librado a sus propias fuerzas; y sin duda el dramatismo es mayor si la separación se da mediante la fuerza, el desacuerdo, el conflicto. Aunque la comparación presenta más de una arista, pero a la vez animado porque la existencia humana, rica y plena de facetas a cada cual más subyugante, siempre será un buen referente, presento esta ponencia sobre Ricardo Palma como intelectual peruano que se debatió entre el americanismo y el hispanismo, vale decir entre la adhesión a la patria grande americana y a lo que la lejana España significaba y había dejado en estas tierras. Por cierto, veo a Palma desde el ángulo que me corresponde como historiador, al cual le sumaré unas calas psicológicas que ayuden a entender mejor dicha problemática, pues a través de sus conceptos y expresiones se puede calibrar el arduo problema de la construcción de la identidad nacional peruana en relación a lo que a España le debía, o, dicho de otra manera, la cabal emancipación cultural y psicológica de quienes como él fueron conscientes de la soberanía del Perú en tanto pueblo separado del dominio español pero, a pesar de ello, usufructuario de la lengua, los valores y otras expresiones materiales y espirituales españolas que era imposible negar o despreciar, al tiempo que un fuerte americanismo se revelaba como opción válida y legítima de políticos, intelectuales y ciudadanos en general. En el tiempo de Palma (1833-1919), España ocupaba un lugar aún no muy definido en la conciencia americana, que ciertamente no era el mismo en todos; en Palma se debatió entre puntos distantes y hasta extremos, según la actitud de sus gobernantes frente a la realidad americana o peruana, a la mayor o menor conciencia de su verdadero papel en nuestra historia, o a la madura reflexión con que el paso de los años fue enriqueciendo sus atisbos y pensamientos.

Me parece acertado el historiador español Sánchez Mantero cuando dice que «la referencia a España constituye, sin duda, una de las claves más significativas en el proceso de conformación de la identidad histórica de la mayor parte de los países americanos. Sin embargo, desde que se produjo la emancipación de las antiguas colonias españolas del Nuevo Continente, ese punto de referencia común a todas las nuevas repúblicas que surgieron entonces ha sido contemplado de desigual forma de acuerdo con las circunstancias históricas de cada una de ellas» (cf. Sánchez Mantero: 111), y, debo añadir, también de la misma España; pero Sánchez Mantero se equivoca -ahí está el indigenismo de Luis E. Valcárcel y otros intelectuales- al estimar que en el Perú, en términos generales, «ha existido siempre una actitud de perfecta asunción de todo su pasado histórico, incluido naturalmente el periodo colonial», bien que la reacción antihispana de la post Independencia «fue menos dura y categórica que en otras partes del Nuevo Mundo» (loc. cit.).

España y lo español en la picota... y el afecto del Perú

En el Perú, al igual que en Hispanoamérica, durante muchos años del siglo XIX, toda adhesión a la patria, a la Independencia y a la República, no se produjo sin las correspondientes censuras contra España, los españoles y lo hispánico. En amplios sectores de la sociedad existió un confesado antihispanismo -seguramente más expresado que sentido- desde el tiempo de la Independencia, el cual, durante muchos años, fue moneda corriente en el discurso oficial y oficioso del Perú. Palma niño y joven, respirando ese aire de hostilidad, se nutrió de tales conceptos, por ello no admira leer en su primera prosa y verso conceptos muy contrarios a España y lo español, así, al referirse a la notable pintura virreinal que da título a la tradición «El Cristo de la agonía» (1867), consignó: «El cuadro fue llevado a España. ¿Existe aún, o se habrá perdido por la notable incuria peninsular? Lo ignoramos»2. Bartolomé Herrera, desde la cátedra, en medio de tanto reproche a España, se atrevió a reconocerle un papel fundamental en la formación del Perú, verdad que sin duda predicó a sus dirigidos colegiales de San Carlos, uno de los cuales, bien que fuera de registro, fue el joven Palma3. Pero más allá de cualquier elucidación histórica, es indiscutible que el idioma castellano, con sus galas y encantos, constituyó para la generación de Palma, la romántica, un motivo de culto poderoso que no estaba en condiciones de despreciar, pues si bien el verbo francés atraía por su elegancia y sonoridad, era en castellano que esos jóvenes se expresaban y leían a Zorrilla, Larra, Espronceda, Bretón de los Herreros, Arolas y tantos otros escritores peninsulares. No poco de cierto hay en las siguientes remembranzas palminas:

«la juventud a que yo pertenecí fue altamente hispanófila. El nombre de España, aunque no siempre para ensalzarlo, estaba constantemente en nuestros labios; y en las representaciones del Pelayo aplaudíamos con delirio los versos del gran Quintana, como si fuesen nuestros el protagonista y el poeta, y nuestra la patria en que se desarrollaba la tragedia... Los americanos de la generación que se va, vivíamos (principalmente los de las Repúblicas de Colombia, Centro-América y el Perú) enamorados de la lengua de Castilla. Éramos más papistas que el Papa, si cabe en cuestión de idioma la frase».

(Cf. «Neologismos y americanismos»: 227-28.)

Contradictoria y curiosa a la vez era esa situación: mientras el discurso oficial, civil o militar, condenaba a España por su dominación colonial, el castellano, uno de sus mejores productos y legados, embelesaba a algunos -la juventud letrada que miraba a Europa- y los transportaba al universo de ese país lejano, ex metrópoli expulsada que, sin embargo, estaba presente nada menos que en la realidad cotidiana y forzosa de la lengua, sin mencionar la legislación, las costumbres, la religiosidad y tantos otros aspectos de la cultura. Así, admiración y rechazo, adhesión y censura, fueron sentimientos concurrentes frente a España y lo hispánico. La verdad es que la Guerra de la Independencia había dejado hondos resentimientos, pero también que, por una exigencia psicológica, la nueva nacionalidad requería afirmarse oponiéndose a la española, y que el ser distintos -peruanos- demandaba tomar distancia de quienes -los españoles- poco tiempo antes habían señoreado en esta parte de América.

Notas sobre Palma frente a (y en) España4

España y lo español tuvieron un importante lugar en los sentimientos e ideales de Palma desde sus más tempranos años, según confesión citada. El conflicto de 1864-1866 reavivó comprensiblemente el fuego antihispano que no se había apagado desde la Independencia, y Palma, como uno más de los numerosos peruanos animados por el vibrante patriotismo nacionalista de ese tiempo, unió su voz al coro que condenaba a la ex metrópoli. Mas al cabo de unos años volvió la serenidad y soplaron vientos de calma y mutuo entendimiento que llevaron al mutuo olvido de los agravios y al establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Perú y España (1879). Entre tanto, Palma consolidó su prestigio literario y recibió el nombramiento de académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua (1878), al que después se sumaría el de la Historia (1886). Por cierto, esas distinciones le suscitaron expresas manifestaciones del más ferviente hispanismo, v. gr.:

«En la franqueza de mis cartas confidenciales, acaso llegué hasta quejarme del desdén con que se veía en España el esfuerzo de los pocos que, en América procuramos conservar la pureza de la lengua, trabajando así por la gloria de la gran nación que fue un día nuestra madre»5.

En 1886 Palma condenó pública y airadamente algunas afirmaciones del jesuita español Ricardo Cappa consignadas en un libro de Historia del Perú para la enseñanza escolar, asunto que determinó un nuevo veto oficial contra los padres de la Compañía. En efecto, Palma, indignado por la audacia del jesuita, publicó una virulenta Refutación a un compendio de Historia del Perú, donde se cuidó de deslindar su hispanismo tanto como su peruanidad:

«entre las distinciones que en mi ya larga vida literaria he tenido la suerte de merecer en el extranjero, ninguna ha sido más halagadora para mi espíritu que la que esas dos ilustres Academias me acordaran, al considerarme digno de pertenecer a ellas.

Pero si amo a España, y si mi gratitud como cultivador de las letras está obligada para con ella, amo más a la patria en que nací, patria víctima de inmerecidos infortunios, y ruín sería el callar cobardemente ante el insulto procaz, sólo porque la injuria viene de pluma española...»6.

Mas pasó ese enojoso incidente y Palma, encargado ex profeso por la matriz, llevó adelante la fundación de la Academia Peruana Correspondiente de la Española en 1887, pronunciando el discurso de orden en su instalación, dedicado a la historia de la literatura virreinal peruana, nueva ocasión para referirse a los vínculos espirituales con España: «Estamos vinculados a España por las tradiciones de familia, por la educación religiosa y por la magestad [sic] del idioma»7. Su profunda admiración a la literatura española, sin embargo, no enfrió su confianza en el futuro de la hispanoamericana, ergo su americanismo literario, manifestado desde su juventud y renovado, una vez más, por esos días8. A poco, en 1890, una extensa y amable crítica a sus Poesías (1887), del académico español Vicente Barrantes9, le obligó a aclarar su posición:

«En el juicio de Ud. me ha llamado la atención [...] la persistencia en acentuar mi anti-españolismo. ¡Por Dios, señor don Vicente! En mi tierra me acusan de lo contrario. Entre mis poesías [...] hay otra titulada "En una representación del drama de Pizarro", décimas en que me exhibo tan enamorado de España como usted.

¿Ha levantado algún escritor español pedestal más alto, que el por mí alzado, a la figura histórica de muchos de los virreyes? ¿En qué página [de mis Tradiciones] encontrará Ud. hiel al hablar yo de España y de los españoles? Aun cuando me ocupo de la guerra de la Independencia, ¿no enaltezco a Valdés, a Rodil mismo y a tantos otros?...

Españoles son los caballeros que forman las Reales Academias de la Lengua y de la Historia. ¿Habrían conferido diploma de Correspondiente, con la espontaneidad con que lo hicieron, a un difamador sistemático de España y de sus hombres?»

(Cf. Epistolario, I: 334-35.)

En este punto es justo precisar que si bien Palma se sentía atraído por España y lo hispánico, era el castellano la causa principal de ese cariño, la razón de su sintonía con la élite académica hispana: «En materia de lengua se me ocurre que todo buen español debe agradecernos a los americanos la pasión, diré mejor, la manía que tenemos por la pureza del idioma... En América vivimos enamorados de la lengua. Mientras ella decae en la nación que le sirvió de cuna, en América se le tributa entusiasta culto» (cf. loc. cit.).

Palma viajó a España nombrado representante del Perú en las celebraciones del cuarto centenario colombino10. Pisó tierra española durante más de siete meses, entre el 12 de setiembre de 1892 y el 10 de abril de 1893, tiempo en el cual desarrolló una actividad muy intensa como turista, hombre de mundo y asistente de congresos, bibliófilo, corresponsal de El Comercio de Lima, etc., radicándose en Madrid, donde tan pronto como pudo concurrió a las sesiones de la Academia Española, a la cual, tal como lo había planeado, propuso el reconocimiento de numerosas voces americanas o, lo que es lo mismo, su inclusión en el Diccionario. Algunos no entendieron (y no entienden) el empeño de Palma en lograr ese reconocimiento, por lo cual hasta lo criticaron (y critican), razón que justifica recordar cosas como las siguientes: un académico tenía el derecho de proponer voces no consideradas en el Diccionario, y Palma quiso serlo de verdad, esto es demostrando su competencia y laboriosidad lexicográfica, cosa que, por otro lado, ratificaría su prestigio literario; el hecho, en la evolución histórica de Hispanoamérica, significaba también una nueva cota en el desarrollo de su conciencia continental y, a la vez, nacionalista, una expresión del americanismo que a Palma siempre importó mucho «era la afirmación del nacionalismo americano, que no buscaba la independencia sino el enriquecimiento de la lengua común...» (cf. Miró Quesada S.: XXXVIII-XXXIX); además, y de esto Palma era muy consciente, el tal reconocimiento significaría no sólo admitir la legitimidad de las voces, sino que el castellano hablado en América recibiera el trato que en justicia le correspondía11;

«Palma siente que el vocabulario representa mejor nuestros usos y costumbres: lo que para nosotros significa una palabra resulta más (o tan) importante que lo que puedan decir de ella los españoles peninsulares. ¿Y cuál es la obra que da testimonio del caudal de una lengua? Claro está: el Diccionario. Ese libro magno de la Real Academia resultaba cifra de la legitimidad y la pureza. Los románticos creen en él a ojos cegarritas, pues no en balde son herederos de la Enciclopedia. Sólo que aquí en América, la actitud romántica ante el Diccionario no puede ser de simple y dócil acatamiento, sino que ha de ser realmente una actitud crítica. Habrá que revisar la obra con lupa y escalpelo. Para que ese libro plural pueda reconocerse como la enciclopedia del habla general, deberá acoger cuanto testimonio puedan ofrecer los pueblos de América en su vocabulario...

Hay que entender bien esta posición de Palma frente al Diccionario académico. No hubo escritor de su generación que ofreciese desapego o desdén por esta clase de obras, porque el siglo XIX resultó ser, en Europa y en América, buen lector de diccionarios. No podía escaparse de serlo don Ricardo. Fue buen lector de gramatiquerías».

(Cf. Cisneros: 125 y 126.)

En verdad, los intelectuales hispanoamericanos reclamaban la parte que al Nuevo Mundo le correspondía en la colectiva e incesante creación del idioma común; escuchemos al mismo Palma, hombre que de veras amó la lengua española (y ya peruana):

«Propósito muy hispanófilo fue, pues, el que me animó cuando en las juntas académicas a que concurrí, empecé proponiendo la admisión de una docena de vocablos de general uso en América...

Eran poco más de trescientas cincuenta las palabras anotadas en mi cartera, las que intentaba ir, poco a poco, proponiendo para discusión...

Después del rechazo de una docena de voces por mí propuestas, me abstuve de continuar, convencido de que el rechazo era sistemático en la corporación, excepción hecha de Castelar, Campoamor, Cánovas, Valera, Castro Serrano, Balaguer, Fabié y Núñez de Arce, que fue el paladín que más ardorosamente defendió la casticidad del verbo dictaminar».

(Cf. «Neologismos y americanismos»: 238-41.)

Como es sabido, sólo unas pocas palabras recibieron aprobación, sufriendo Palma tan grave disgusto que hasta previó la disolución de la Academia Peruana Correspondiente...12. Su hija Angélica, testigo de los hechos, relata la oposición que se declaró entonces entre Palma y Manuel Tamayo y Baus, el Secretario Perpetuo de la Academia Española y, hasta ese momento, muy amigo del tradicionista, pues ambos tenían pareceres divergentes en materia lingüística:

«Tamayo, autoritario conservador, mirando a América a través de espejuelos empañados por el rencor no extinto de la separación, creía honradamente que el ser cuna del idioma y la gloria del siglo de oro daban a España omnímodo derecho para rechazar los vocablos expresivos de modalidades del Nuevo Continente y para poner los peninsulares. Palma, liberal en política y en doctrina linguística [sic], empapado en la realidad americana, observador dolido de la decadencia del influjo cultural español sobre las generaciones jóvenes, abrigaba la convicción de que, siendo la lengua el más fuerte lazo entre la antigua metrópoli y las naciones nuevas, había que apretarlo por medio de la comprensión de los modismos americanos y su admisión en el léxico».

(Cf. Ricardo Palma: 110.)

No obstante su fracaso en la Academia, donde no le faltara cierto respaldo, Palma consignó conceptos muy favorables a España, que hacen recordar los de Bartolomé Herrera, bien que no menos personales, en la crónica que escribió sobre «El Perú en la exposición histórica» (Madrid, feb. 1893):

«Mal cumplía, ciertamente, al pueblo americano conquistado por la civilización, por el heroísmo y astucia de Francisco Pizarro, desatender el llamamiento de España, que pedía a las que fueron sus hijas y hoy naciones libres e independientes, que tomaran participación en las clásicas fiestas destinadas a solemnizar el descubrimiento de América, el más grandioso acaso de los hechos que la historia consigna.

En el Perú más que en las otras repúblicas de América, está latente el amor a la metrópoli. Y la razón es bien obvia. Hasta 1824 nuestra historia más que nuestra, es española, y no se rompen fácilmente, por completo, los vínculos tradicionales que a los pueblos ligan.

Lima tuvo los refinamientos todos de una corte...

En ninguna de las que fueron colonias hubo mayor número de títulos de Castilla que en el Perú...

Y esa clase superior jamás renegó de España ni dejó de inculcar en sus descendientes cariño por la metrópoli. Nadie puede dar más de lo que posee, y España en materia de civilización, no llevó a América mucho, pero sí, bueno o malo, cuanto ella poseía. Hay, pues, clamorosa injusticia en acusarla, por culpas que fueron de la época y no de los gobiernos ni de la sociedad.

Pasado el fragor de la guerra de Independencia, desapareció también todo sentimiento de encono contra España, que, con régimen más liberal para con las colonias, tal vez no habría precipitado el término de su dominación en ellas»13.

A dichas causas sumó el culto por el castellano, la pervivencia de costumbres españolas, etc. Al parecer, tales conceptos contrastan con las escasas referencias a España que un historiador hispano cree hallar en el discurso oficial y oficioso de las autoridades y los periódicos limeños (cf. Sánchez Mantero: 137-38). Si así fuera, Palma, cuyas palabras ciertamente iban a ser leídas en Lima, habríase revelado valeroso hispanista, a pesar de las contrariedades académicas que lo traían preocupado. Por entonces, ya Manuel González Prada se había mostrado del todo intolerante con España y lo español, por lo que Palma se expuso a las censuras de sus seguidores.

La Independencia de Cuba

Entre 1895 y 1898 se desarrolló la segunda y definitiva guerra de Independencia de Cuba, la cual terminó con el triunfo de los cubanos revolucionarios, partidarios de la completa separación de España, al intervenir los Estados Unidos en este último año y derrotar a las fuerzas españolas de tierra y mar, mientras que cosa semejante ocurría en Puerto Rico y Filipinas. Humillada, España perdió sus últimas colonias americanas. A diferencia de lo ocurrido en la primera guerra, de 1868 a 1878, los gobiernos del Perú y de otros países hispanoamericanos, salvo alguna excepción, no manifestaron especial interés en intervenir en favor de los cubanos independentistas, pues ello hubiera llevado al rompimiento con España, la antigua metrópoli que ahora mantenía buenas relaciones con casi todas sus ex colonias14. En el Perú, la decisiva participación estadounidense fue vista como un hecho muy grave pero previsible y hasta justificado; sin duda, en los medios más elevados, la Independencia cubana era deseada, mas no a costa del derrumbe español a manos de los poderosos Estados Unidos; por otro lado, el país no estaba en condiciones de patrocinar medios conciliatorios, como lo confesó el Presidente Piérola en el Congreso (cf. Basadre, X: 333-34). Pero si tal cosa ocurría en la esfera oficial, nada impedía que en privado más de un peruano eminente se expresara muy a favor de la independencia de Cuba; ese fue el caso de Palma, quien a través de la prensa limeña, favorable a los cubanos, y de sus corresponsales del Caribe siguió paso a paso la guerra y la obra de los revolucionarios, a muchos de los cuales había tratado en 1893 al hacer escala en La Habana de regreso de España.

En largas y noticieras cartas a Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), poetisa borinqueña a quien había conocido en la capital cubana, Palma expresó sus ideas sobre la situación y el futuro de la isla, y el papel de los Estados Unidos15. Como muchos, Palma deseaba la Independencia de Cuba, y sin reparos lo había dicho en su libro Recuerdos de España al referirse a La Habana, pero no admitía su anexión a los Estados Unidos:

«Hay en Cuba un partido, pequeño es cierto, pero que hace activo trabajo de zapa: el anexionista. Antes de convenir los cubanos en que la estrella solitaria se confunda en la constelación de estrellas, deben preferir su manera de ser actual. Yugo por yugo, yo, cubano, al de España me atendría, que tal resignación no implica desesperar del mañana»16.

Dice Sánchez que «nada hay tan categórico sobre Cuba en nuestras letras y más aún la forma como explica su provisorio antiyanquismo en ese aspecto y en ese momento» (cf. «Prólogo»: 15); por lo mismo, Palma se alegraba de los triunfos cubanos, pero la intervención de los Estados Unidos le parecía muy peligrosa (mar. 1895):

«Si la revolución de Cuba tiene carácter anexionista, si la isla ha de ser una estrella más en el pabellón yankee, execro tal revolución. Repito lo que he dicho en mis Reminiscencias de España al hablar de La Habana. Si Cuba no ha de ser una nacionalidad más en el concierto de las repúblicas americanas, que siga siendo española».

(Cf. Diecisiete... cit.: 27.)

De acuerdo pues con «romper el yugo de la madrastra» (oct. 1895), Palma pensaba que si los Estados Unidos reconocían la beligerancia de los cubanos, acabaría la dominación hispana porque el corso destruiría el comercio en pocos meses; tenía gran confianza en que se lograría la Independencia en 1897, pero en marzo de 1896 se equivocó al pensar que la actitud de los yankees no pesaría gran cosa en la solución del problema; en setiembre estaba pendiente de lo que haría el Presidente Cleveland en relación al problema:

«No estuvo desacertado el amigo que dijo a Ud. que, tratándose de la libertad de Cuba soy muy anti-español. Pienso en esto lo mismo que Pi y Margall. Cuba tiene perfecto derecho a ser libre, a gobernarse como le plazca. El mismo derecho que tuvimos los peruanos para romper el yugo».

(Cf. Diecisiete... cit.: 33-34.)

Pensaba que su amiga era muy optimista en relación a los Estados Unidos (feb. 1897):

«yo opino como Sanguily... que los gobiernos yankees son verdaderos farzents [?]. Cuba deberá su libertad al esfuerzo de sus hijos, pero no a la acción norte-americana, y casi, casi me alegro de que la futura nacionalidad cubana no se ligue por deuda de gratitud al jigante [sic] del Norte».

(Cf. Diecisiete... cit.: 43.)

Sin embargo, sus observaciones sobre la política exterior latinoamericana fueron más realistas, como cuando advirtió que los gobiernos sudamericanos, salvo el colombiano, vivían pendientes de la actitud del de Washington, y el día que el Presidente de los Estados Unidos «se ponga de pie contra España y en favor de Cuba, será el Perú uno de los que, oficialmente, se le adhieran» (p. 44). Lo cierto es que el conflicto puso a prueba sus sentimientos y capacidad de predecir el curso de la historia de una parte de Hispanoamérica; deseaba la Independencia de Cuba pero, a la vez, temía el ascenso de los Estados Unidos, inexorables ambos; en cambio, sus predicciones sobre España no se cumplieron (set. 1897):

«¡Qué conflictos tan graves los que hoy rodean a España! La anarquía está latente en la península y el trueno gordo no tardará en estallar... Ojalá que al independizarse Cuba logre también desprenderse de la influencia yankee. Estos yankees tienen que darnos muchos quebraderos de cabeza a los latino-americanos. Yo los quiero como el diablo a la cruz».

(Cf. Diecisiete... cit.: 45)17.

Y cuando se produjo el previsto desenlace al dar los Estados Unidos su decisivo respaldo a los cubanos, al tiempo que practicaban un nuevo imperialismo, y España se vio sola y vencida, sus temores arreciaron (jul. 1899):

«temo mucho que Cuba llegue a ser una estrella más en el pabellón de Estados Unidos. La culpa la tendrán los cubanos que, con sus intemperancias y amor al bochinche, herencia española, han revelado que no están en condiciones para poder gobernarse por sí solos. Si continúan anarquizándose, están perdidos. Los Estados Unidos son un gigante con el que no se puede luchar.

La solución del problema a [sic] Puerto Rico no puede haber sido del agrado de Ud., como no lo fue del mío. Hay que aceptar el hecho, porque la resistencia sería absurda y sin éxito.

Los yankees han enseñado las uñas, despertando la alarma en todas las repúblicas. El peligro felizmente no es muy inmediato, y no nos pillarán del todo desprevenidos.

Lo de Filipinas es una gran iniquidad...»18.

Ante la severa derrota española, Palma, como tantos americanos que amaban el ancestro ibérico, también debió de sentir pesadumbre e impotencia. Respaldar la independencia de Cuba era una cosa, y otra muy distinta ver que la madre patria caía vencida por una nación nueva pero inmensamente más poderosa. Por eso no dudó en expresar su solidaridad a los españoles que, sobre todo en esa hora tremenda, requerían de apoyo moral y palabras de aliento19. Además, el triunfo yanqui le hizo contemplar de otra manera el futuro hispanoamericano: «La raza latina, en nuestra América, o se sajoniza o desaparece. Seremos más prácticos y prosaicos, y menos doctrinarios y soñadores»20. Por cierto, no fue Palma el único intelectual latinoamericano que vio con temor el ascenso norteamericano, su influencia y predominio (cf. Fogelquist: 28-29); otro fue José Enrique Rodó, quien llegó a advertir la dominación lingüística del inglés. Por lo demás, bien pronto fue reconocida la Independencia cubana; el Perú lo hizo en 1902 (cf. Wagner de Reyna, I: 100).

Entre la hispanofilia y la hispanofobia: la campaña por los americanismos

Antes, durante y después del desarrollo de la Guerra de Independencia cubana y de la debacle española ante una potencia muy superior en medios y motivos, Palma, contrariado por su fracaso en la Academia Española entre 1892 y 1893, realizó tenaz campaña en contra de dicha institución al tiempo que expresaba, más de una vez, profundo sinsabor antihispano, aunque su hija Angélica sólo encuentra hispanismo, incluso en los reproches y censuras, en su campaña de lingüista (cf. Ricardo Palma: 115), y Porras Barrenechea cree que acentuó su hispanismo a partir de su viaje a la península, «comprobando una vez más que amor exige conocimiento», pues «ahondó amistades literarias contraídas epistolarmente y adquirió nuevos amigos y corresponsales» (cf. «Prólogo»: XLII).

De vuelta en Lima, reunidos los materiales que requería para fundamentar su defensa de los americanismos, publicó Neologismos y americanismos en 1896, suerte de bandera revolucionaria según su autor (cf. Epistolario, I: 428), folleto donde «aplicó golpecitos» a la Academia (cf. Diecisiete... cit.: 34), bien que, sincero, reconoció una vez más que España era

«la nación a la que tantos vínculos debieran ligarnos, pues, poca o mucha, todos traemos en las venas sangre española, y españoles son nuestros apellidos, y española la lengua en que nos expresamos, y heredadas de España nuestras creencias religiosas, nuestras costumbres, nuestras virtudes y nuestras flaquezas...»21.

A poco, aparecieron sus Recuerdos de España, bellas páginas sobre su demorada estancia en la península, donde se ocupó de ciudades y personajes del mundo intelectual con alguna objetividad y mucho personalismo pero, a la vez, adhesión crítica, por lo que resultan clara muestra de su hispanismo22. Sin embargo, la mala opinión que tenía de la Academia se extendió pronto a la reciente literatura española:

«veo con pena que hay decadencia literaria en España. La gente nueva produce muchísimo; pero es rara avis el libro que encarne algún mérito. En cambio, me llegan libros de todas nuestras repúblicas americanas superiores, en mucho, a los de la patria de Cervantes y Quevedo. Hasta Pérez Galdós, en sus nueve tomos publicados hasta hoy de Episodios nacionales, está en lamentable decadencia.

Cada día se hace más pronunciado el alejamiento de España y de su literatura en la juventud americana. La culpa es exclusivamente de la Academia, por su intransigencia para con nuestros americanismos y neologismos... De aquí ha surgido, en todas las repúblicas, un espíritu de rebeldía contra la Academia y su Diccionario, rebeldía exteriorizada en la prensa...

Eso de que España crea que en cuestión de idioma, nos impondrá siempre, es una quimera. Todavía es tiempo de reconciliarse con nosotros, dando un Léxico [sic] liberal. En diez años más será tarde, porque para entonces habremos desaparecido los pocos viejos que aún defendemos el nombre de la Academia y que algún dique presentamos a la general corriente.

El carácter obstinado de los españoles ha traído siempre conflictos a España. Por terquedad no cejaron en el primer cuarto de siglo, cuando la guerra de la Independencia con las que hoy son repúblicas. Pudo España obtener grandes provechos de nosotros por medio de pactos internacionales, y desperdició la oportunidad. Más de medio siglo después, pudo y debió hacer la Independencia de Cuba, y la obstinación la ha hecho cosechar graves desastres, de los que tardará muchísimo en reponerse.

El lazo que hoy nos une a los americanos con España es el idioma. Si la intransigencia académica se obstina en romperlo, ¿qué hacer? Seremos cincuenta millones de seres con idioma exclusivamente nuestro americano y no castellano... A la vez que la independencia política, tendrán nuestros pueblos la literaria. Si eso le conviene a los diecisiete millones de españoles, adelante»23.

Sin embargo de sus predicciones, la Academia, precisamente por esos días, recibió el respaldo de la comisión de letras y artes de un congreso hispano-americano reunido en Madrid a instancias del gobierno español, la cual recomendó procedimientos para conservar la pureza del idioma y que se reconozca la autoridad de dicha corporación, «asistida por sus correspondientes de América...» (cf. Fogelquist: 38).

Seguramente estimulado por su corresponsal, sus opiniones se hicieron aún más radicales, como en carta que Porras Barrenechea considera escrita «con amargura e injusticia sectaria, [...] en la que en un momento de ofuscación, inexplicable en el gran evocador de la época colonial, se le desliza una afirmación que está contradicha por toda su obra y por su admiración profunda por el heroísmo hispánico» (cf. «Prólogo»: XXXIX):

«Los españoles son gente para poco. Viven perennemente enamorados de su pasado, y no tienen ojos para dirigirlos al porvenir.

Lo único que los americanos podemos agradecer a España es su idioma. Fue lo único bueno que nos trajeron.

En cambio de ese único bien, nos trajeron un cardumen de frailes viciosos, de jesuitas y de inquisidores, supersticiones, milagros y fanatismo; y, en vez de consagrar a los indios en obra de irrigación y mejoramiento de caminos, los emplearon en fabricar iglesias y conventos, en trabajar como bestias en la explotación de minas, y para acabar de hundir a la pobre raza conquistada, nos trajeron el aguardiente, el alcohol embrutecedor!!

[...]

Resultado de esa chifladura de vivir siempre mirando hacia atrás y de no querer convencerse de que ya pasaron los tiempos en que el Sol no se ponía en los dominios de España, ha sido y es, la hostilidad académica contra nuestros americanismos»24.

La dureza de sus conceptos reflejaba sin duda el profundo disgusto que el 98 había producido entre los mismos españoles:

«Ya es tiempo de desprenderse de las garras de los jesuitas y de la frailería. Mientras en España sea la sotana fuerza y poder, la civilización seguirá perdiendo en ella terreno. Con la austriaca ex abadesa que gobierna en Madrid no se desprenderá España de la lepra que la roe, y lo peor es que al futuro rey le estarán inoculando el virus del fanatismo religioso... Es preciso que España no siga siendo un gran convento, y que los españoles no gasten sus energías en procesiones, novenas y fiestas de iglesia, siendo mendigos sempiternos de bendiciones papales. Veo a España en camino de ir a una revolución formidable. Por el momento ha retrogradado a la época de los espadones como Narváez...»25.

La accidental hispanofobia de Palma se acercó así a la de González Prada, aunque la de este siempre fue más radical pues planteó una ruptura completa con el elemento español; además, Prada despreciaba a los intelectuales peruanos que -como Palma- lucían títulos y medallas académicas españolas (cf. García Salvattecci: 373-81). Por otro lado, ambos no andaban divorciados de las críticas que por la misma época los escritores del 98 descargaban sobre su país, instituciones y costumbres. A propósito, es lícito preguntarse si esas críticas influyeron en Palma, es decir, si estimularon su accidental hispanofobia, en cuyo caso el 98 se habría proyectado en Hispanoamérica muy tempranamente.

¿Cómo explicarse la crudeza de tales expresiones? En realidad, así de duras solían ser las calificaciones que muchos en Hispanoamérica aplicaban a España y lo español; oigamos a Porras Barrenechea:

«El desconocimiento o la negación categórica de los aportes españoles a la cultura hispano-americana es una de las constantes más tenaces de esa corriente, alimentada en fuentes protestantes o sajonas del siglo XVIII y comienzos del XIX. El repudio de todo lo español está presente en frases de época tan rotundas como el "desespañolicémonos" de Sarmiento...

En América prevalecen los tópicos de la decadencia y el atraso, del fanatismo y la intolerancia peninsulares».

(Cf. «Prólogo»: XXXVI-XXXVII.)

Pero, si se quiere, Palma tenía un motivo hondo y superior: deseaba que el Perú y España, realidades diferentes por cierto, comulgaran siempre del mismo pan de la lengua, y por ello le afectaba mucho todo lo que iba en contra de ese ideal, como el rechazo académico a sus papeletas lexicográficas. Sin duda, algo de amor propio herido hubo en su actitud terminante, pero a la vez el sentir en lo vivo la injusticia que se hacía a una parte importante de la Hispanidad:

«dejaríamos de traer en las venas glóbulos de sangre española si renunciáramos al último manjar [charlar menudo y largo sobre política] [...]

Casi podría afirmar a usted que Lima y Madrid se parecen como dos gotas de agua...

La mayoría de los españoles padece otra chifladura, que casi tiene carácter de chifladura nacional: la de vivir mirando siempre para atrás, y nunca para adelante. Por vivir engolosinados con las heroicidades y las glorias que alcanzaron en los siglos que fueron, descuidaron prepararse, o preveer [sic], los contrastes que han sufrido en recientes días. Hoy las repúblicas americanas están unidas a España por el lazo del idioma únicamente, lazos que con sus intransigencias la Academia debilita de día en día. Así se explicará usted el porqué la juventud de muchas repúblicas no lee libros españoles, sino franceses, alemanes o ingleses, y el porqué la sintaxis castellana, que es el alma de la lengua, anda por los suelos...»26.

Neologismos y americanismos logró finalmente llamar la atención de la Academia sobre las voces del Nuevo Mundo hispano27, mas la campaña de Palma por la legitimación de los americanismos siguió adelante con la publicación, en 1903, de Dos mil setecientas voces que hacen falta en el Diccionario. Papeletas lexicográficas, en cuyas primeras páginas acumuló nuevas censuras contra la Academia, aunque reconociera que en la décimotercia edición del calepino tenían ya cabida casi la tercera parte de los vocablos consignados en aquel trabajo. Este hecho explicaría el tono más conciliador presente en sus misivas; así, seguía pareciéndole brutalmente autoritario que la mayoría de académicos rechazara verbos y sustantivos generalizados en América, pero

«felizmente hoy la mayoría académica es más liberal y sus ideales no son tan mezquinos [...]

Mi libro [Dos mil setecientas voces... cit.] encarna un propósito verdaderamente hispanófilo. A ustedes les conviene no mantenernos alejados sino acercarse a nosotros que, al fin representamos cerca de cincuenta millones de seres.

Si el lazo único entre América y España es, hoy por hoy, el del idioma, a qué vienen las intransigencias académicas? Ellas han producido ya su mal fruto y este es el que la juventud lea más libros franceses que españoles... Sea la Academia menos inflexible para con el habla americana, enriquezca con el nuestro su vocabulario, y las resistencias del presente desaparecerán, porque ya no tendrán razón de ser. El actual cartabón del Diccionario es ya demasiado estrecho para el siglo XX. Romper ese molde debe ser en la Academia labor de usted... y de todos los que alientan espíritu liberal y justiciera [sic], pues la justicia está reñida con las imposiciones hijas del apego al pasado autoritario»28.

No obstante, aún en 1907 criticaba a la Academia: «para mí, que he tenido oportunidad de ver a los académicos en paños menores, la Academia es poquita cosa»29. Por cierto, en la península no faltaron defensores de la docta corporación30.

Puntos de acuerdo con un español del 98: Miguel de Unamuno

Dos mil setecientas voces que hacen falta en el Diccionario, su segundo trabajo de aliento en pro del reconocimiento de los americanismos, fue enviado de inmediato a varios académicos españoles (cf. Epistolario, I: 98-99) y a Miguel de Unamuno, el sabio rector de Salamanca que destacaba entre los intelectuales de la generación del 98, a quien consideraba el más fecundo de los neólogos. Unamuno recibió el libro con mucha satisfacción y se lo agradeció a Palma con elevados conceptos, iniciándose así una relación amical a través de la vía epistolar. Unamuno le dedicó en La Lectura, revista mensual madrileña, un «soberbio juicio» (cf. Epistolario, I: 375 y 486), y aún le dijo: «Con ocasión de su libro, ampliaré mis teorías lingüísticas sobre neologismos. Gracias, pues, por haberme ofrecido coyuntura para ello»31. Pero no sólo en aceptar nuevas voces y reconocer la validez del uso lingüístico estaban Palma y Unamuno de acuerdo, sino también en cuestionar la labor de la Academia:

«Lo que me dice de la testarudez académica es el evangelio puro. Mas aquí cada vez nos hacemos menos caso de la tal Academia y el lenguaje se ensancha y flexibiliza sin contar con ella. Su papel debe ser aceptar lo que aceptó el pueblo. Pero, por desgracia, lejos de ser una corporación conservadora lo es reaccionaria. Santo y bueno que no se precipite a admitir cualquier novedad, pero es torpeza, no poner el sello a lo que sin él corre. No quieren comprender que oro de ley sin acuñar vale más que oro malo acuñado. No entienden el liberalismo lingüístico a derechas, sino que plantan aduanas y derechos arancelarios y no quieren poner el márchamo [sic] a esto o aquello»32.

A propósito, la víspera Unamuno había prologado los Cuentos malévolos de su hijo Clemente (Barcelona, 1904), poco después Palma le dedicó el artículo «Sobre el Quijote en América»33, y Unamuno, que tenía en buena opinión su obra literaria34, un ejemplar de sus Poesías (Bilbao, 1907) (cf. «Museo Ricardo Palma»: 236). La identificación de Palma con algunos de los nuevos talentos hispanos queda comprobada cuando por esos días elogió a Unamuno seguido de Emilio Cotarelo y Mori, y consideró «estrellas de segunda magnitud» a Marcelino Menéndez y Pelayo y Juan Valera35.

Después de la tormenta viene la calma, o balance provisional

Con el nuevo siglo, y también como reflejo de su reciente derrota, España reconsideró sus relaciones con Hispanoamérica, y la Academia su actitud frente a las nuevas voces no incluidas en su Diccionario, lo que a Palma le permitió escribir:

«Felizmente va ganando terreno en la docta corporación la idea de que es quimérico extremarse en el lenguaje, defendiendo un purismo o pureza más violada que la Maritornes del Quijote... Con la intransigencia sólo se obtendrá que el castellano de Castilla se divorcie del castellano de América. Unificarnos en el Léxico es la manera, positiva y práctica, de confraternizar los dieciocho millones de españoles con los cincuenta millones de americanos obligados a hojear, de vez en cuando, el Diccionario. Hay que convencerse de que la revolución en el lenguaje es una imposición irresistible del siglo XX, pues como dice Miguel de Unamuno, catedrático salmaticense, vinos nuevos no son para viejos odres»36,

y

«Empiezo a convencerme de que no hay corporación más dócil que la Real Academia, y de que yo anduve un mucho desatinado y con los nervios en total sublevación cuando, en las veinte sesiones a que concurrí en el ahora leyendario [sic] caserón de la calle de Valverde, comprometí batalla ardorosa en favor de más de trescientas voces que, en América, son de uso corriente. Yo ignoraba que con paciencia y saliva se alcanza todo en España.

Curiosa idiosincracia la de ese pueblo. Está usted vestido de levita y con chistera y guantes, entre la muchedumbre más o menos desarrapada, empeñado en abrirse camino a fuerza de empujar a los delanteros, y no logra avanzar media pulgada. Pero dice usted cortésmente: "Permítame pasar" y le abren campo diciéndole: "Pase usted, caballero"...

Cuatro cuartos de lo mismo sucede en la Academia Española. Mi idiosincracia, hasta entonces batalladora, me proporcionó una derrota cada noche... Gratísima sorpresa tuve, pues, cuando, transcurridos siete años, llegó a mis manos la última edición del Diccionario, y encontré en ella casi la mitad de los vocablos por mí patrocinados, figurando entre ellos los verbos dictaminar y tramitar, en defensa de los cuales agoté mi escaso verbo.

¿Qué había pasado? Que con paciencia y saliva, mi sabio compañero don Eduardo Benot [...] se puso al frente del elemento nuevo, y secundado por don Daniel Cortázar y otros noveles académicos, sin pelear batallas, pasito a pasito, un vocablo hoy y otro mañana, hizo aceptar la lista de voces, que, por entonces, publicó El Comercio»37.

Los malos presagios palminos en cuanto al declinar de las relaciones entre Hispanoamérica y España a causa del veto académico a algunos americanismos, no se cumplieron, si bien duró mucho el letargo de algunas academias correspondientes, como la peruana, restablecida sólo en 1917 mediante el trabajo del anciano Palma, avalado por la Española, con un personal joven por él mismo propuesto38. Los americanismos recibieron cada vez más acogida en el Diccionario, hecho que poco a poco fue disipando el malestar que el anterior rechazo había producido. Las relaciones políticas entre España e Hispanoamérica mejoraron día a día -«el "desastre" del 98 fue un revulsivo que sacó al país de la languidez haciéndole tomar conciencia de su situación interna e internacional, determinando que Iberoamérica se transforme en un referente para la regeneración de España y produciendo un auge intelectual y literario sumamente enriquecedor y fructífero...» (cf. Arenal: 21)39. En lo que toca al Perú, según un historiador hispano, «a partir de los primeros años del siglo XX la situación cambió porque se intensificó una relación afectiva desde el momento en que el Perú afirmó su personalidad nacional y perdió lo que podríamos llamar complejo colonial» (cf. Sánchez Mantero: 141), afirmación esta que requiere estudio aunque el mismo Palma parece confirmar:

«Grato será para usted saber que, ya definitivamente, pasaron en mi país los tiempos en que la prensa y los oradores al festejar el aniversario, se desataban en palabrotas contra España. Hoy en editoriales, en discursos y en brindis, así en el Perú como en las demás repúblicas, nada hay que hiera la susceptibilidad española. Ensalzamos a nuestros hombres del pasado sin agraviar a los que los combatieron. Domina la cordialidad para con España»40.

A decir verdad, a pesar de su monomanía antiacadémica, que también puede ser interpretada como señal de hispanismo, Palma debe ser considerado

«uno de los más eficaces reanimadores de la tradición hispánica en el Perú y de la reanudación de una corriente de comunicación intelectual con España [...] En realidad, [...] no se puede negar que el gran escritor castizo fue, antes de ir a España, uno de los abanderados de la cultura española en América, y después del viaje de 1892 ya no despegó sus ojos del panorama literario español».

(Cf. Porras Barrenechea: XXXIX-XL.)

En cuanto al 98 español, Palma, sin ser parte de la realidad peninsular ni haber vivido la frustración y el desaliento de esa hora tremenda, se agitó también en esta orilla para suscribir la Independencia de Cuba y protestar contra el rigor autoritario y desaprensivo de los académicos más insensibles a las justificadas espectativas americanas, en sintonía con los más jóvenes aunque maduros intelectuales españoles que alzaban su voz para cuestionar profundamente los vicios que afectaban a su país y a sus instituciones, deseosos también de quebrar la rigidez del sistema y abrir los cauces de un mundo más justo y, por lo mismo, mejor41. Por otro lado, la causa de los americanismos, si bien perdida en un primer momento, fue a la postre ganada cuando la Academia aceptó criterios más flexibles de validación de las voces castellano-americanas, lo que Palma, con íntima satisfacción, alcanzó a ver en su venerable ancianidad. Finalmente, en confirmación de que genio y figura hasta la sepultura, Palma, el viejo Palma de setenta y más años, se nos ofrece peleador, democrático e igualitario, como en lo mejor de su vida, armado de sustentos americanistas y modernos -v. gr. el valor del uso- y lejos, muy lejos, de someterse a una estrecha normatividad académica que a la sazón ya no satisfacía las exigencias de un mundo, el hispanoamericano, cada vez más seguro de alcanzar su propio destino. Sin embargo, exponente al fin de los apresurados augurios y prejuicios de su tiempo, Palma no se dio cuenta de que el lazo de la lengua entre España e Hispanoamérica no se podía romper por el sólo hecho de ser rechazadas algunas voces americanas, ni advirtió siempre y en la medida necesaria que los vínculos no se limitaban a lo lingüístico; pero sí estuvo acertado cuando, al dar la bienvenida a los nuevos académicos peruanos, en 1917, les invitó a robustecer «la vinculación espiritual de la raza americana con España, vinculación indestructible mientras España y América estén unidas por el nexo del idioma»42. En cualquier caso, es claro que bregó por la fluida comunicación de los hispanohablantes de ambos mundos, por la comunidad de lengua en un plano de igualdad, sin autoritarismos ni imposiciones contrarios a la libertad en que tanto creyó y a cuyo imperio tanto debió.

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