Neologismos y americanismos
Ricardo Palma
Carlos Prince (imp.)
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Antecedentes y consiguientes
- I -
Generalizada creencia es, en América, la de que España no nos perdona el que hayamos puesto casa aparte, desprendiéndonos de su maternal regazo. Viene de aquí el que, en la crecida colonia de americanos viajeros que regresa a nuestro continente, no llegue a un diez por ciento el número de los que se decidieron a dar un paseo por España, después de haber visitado París, Londres, Berlín, Viena y las principales ciudades de Italia. Hay Exposición en alguna de esas grandes capitales, y todo latinoamericano que dispone de recursos emprende viaje. Pero se trató de una Exposición en Madrid, para celebrar el cuarto centenario del descubrimiento de América; y a pesar del motivo, que de suyo era alborotador, y de la buena voluntad de los gobiernos republicanos, que se apresuraron a responder a la invitación oficial nombrando delegados que los representasen, apenas si, de octubre a diciembre, pudimos contarnos en Madrid trescientos americanos, de los que la mitad, por lo menos, investía carácter diplomático o el de delegados. ¿Cómo explicar esta frialdad nuestra, tratándose de la nación a la que tantos vínculos debieran ligarnos, pues, poca o mucha, —4→ todos traemos en las venas sangre española, y españoles son nuestros apellidos, y española la lengua en que nos expresamos, y heredadas de España nuestras creencias religiosas, nuestras costumbres, nuestras virtudes y nuestras flaquezas? En España deberíamos los americanos encontrarnos como en nuestra casa solariega, casi como en el propio hogar.
La principal causa del indiferentismo o alejamiento nuestro se debe a la errada política del gobierno peninsular, que tardó muchos años en convencerse de que América estaba definitivamente perdida para España. Si, después de Ayacucho, los hombres de la política se hubieran dicho lo que el vulgo -lo perdido, perdido, y ojo al ganar- no retardando el reconocimiento de las repúblicas independientes, ni el comercio inglés, ni el comercio francés, se habrían adueñado por completo de los mercados americanos. Por lo menos, habría conseguido España que no adquiriésemos el perverso gusto de envenenarnos consumiendo los malos vinos franceses, ya que la península es productora de los mejores del mundo. Mercantilmente, no era el provecho para desdeñado.
Pero España dejó correr casi un cuarto de siglo sin amainar en sus pretensiones de soberanía sobre un mundo que se le había escapado de entre las manos, no sin revelar, de vez en cuando, hostilidad de propósitos, como los que encarnaban la expedición floreana, la intervención en México, y la aventura de las islas de Chincha.
El reconocimiento de la independencia se impuso a España por la fuerza del hecho consumado, por la impotencia material para emprender la reconquista; y hasta como conveniencia.
A estos errores de política se debe el que España no ocupe hoy, en nuestros afectos, el lugar preferente. Los que venimos a la vida en los albores de la República, oíamos a nuestros padres relatar los hechos —5→ de la gran epopeya; y, en sus relatos, apelar ele la pasión, había mucho de cariño para aquellos quienes lealmente vencieron en Junín y Ayacucho. Nos llegó el turno de reemplazar a nuestros mayores en el escenario social, y la juventud a que yo pertenecí fue altamente hispanófila. El nombre de España, aunque no siempre para ensalzarlo, estaba constantemente en nuestros labios; y en las representaciones del Pelayo aplaudíamos con delirio los versos del gran Quintana, como si fuesen nuestros el protagonista y el poeta, y nuestra la patria en que se desarrolla la tragedia. La vida colonial estaba todavía demasiado cerca de nosotros, y sólo el correr del tiempo conseguiría destruir la influencia y el prestigio que sobre el espíritu ejerce la tradición. Yo alcancé días en los que, a los republicanos nuevos, no chocaba oír en la calle este saludo.- Adiós, señor marqués.- Abur, señor conde.
La generación llamada a reemplazarnos no abriga amor ni odio por España: la es indiferente. Apenas si ha leído a Cervantes. Su nutrición intelectual la busca en lecturas francesas y alemanas. Díganlo los modernistas, decadentes, parnasianos y demás afiliados en las nuevas escuelas literarias.
Los americanos de la generación que se va, vivíamos (principalmente los de las repúblicas de Colombia, Centro-América y el Perú) enamorados de la lengua de Castilla. Éramos más papistas que el Papa, si cabe en cuestión de idioma la frase. Los trabajos más serios que sobre la lengua se han escrito en nuestro siglo, son fruto de plumas americanas. Baste nombrar a Bello, Irisarri, Baralt, los Cuervo y, como estilista, a Juan Montalvo.
El lazo más fuerte, el único quizá que hoy por hoy, nos une con España, es el del idioma. Y sin embargo, es España la que se empeña en romperlo, hasta hiriendo susceptibilidades de nacionalismo. Si —6→ los mexicanos (y no mejicanos como impone la Academia) escriben México y no Méjico, ellos, los dueños de la palabra ¿qué explicación benévola admite la negativa oficial o académica para consignar en el Léxico voz sancionada por los nueve o diez millones de habitantes que esa república tiene? La Academia admite provincialismos de Badajoz, Albacete, Zamora, Teruel, etc., etc., voces usadas sólo por trescientos o cuatrocientos mil peninsulares, y es intransigente con neologismos y americanismos aceptados por más de cincuenta millones de seres que, en el mundo nuevo, nos expresamos en castellano.
«Trivial argumento es (dice Alberto Liptay en su entretenido libro La Lengua Católica) el de que los americanos no tenemos por qué afanarnos por el progreso de un lenguaje que, originalmente, no nos pertenece, como si la lengua no fuera tanto de los hijos como de los padres, Si los padres no fuesen, a veces, aventajados por los hijos, toda posibilidad de progreso seria ilusoria. Hay también que tener presente que los americanos casi triplicamos en número a los peninsulares, y que no son siempre las minorías las llamadas a imponer la ley».
Acaso tuvo razón el ilustre argentino don Juan María Gutiérrez, escritor tan culto y castizo como sus contemporáneos Bello y Pardo, cuando nombrado, casi a la vez que estos, académico correspondiente, renunció a tal honra porque, en su concepto, mal se avenía la independencia política con la subordinación a España en materia de lenguaje.
- II -
España nos trajo al Perú las locuciones (siempre en plural) imperio de los incas, ciudad de los incas, patria de los incas, etc., etc., y en la necesidad de —7→ crear un adjetivo, preciso para nosotros, creamos los adjetivos incásico e incaico. El primero lo empleamos en la acepción de lo que, en general, se refiere a los antiguos soberanos; y el segundo, al tratar de determinado inca. Así llamamos al Cuzco la ciudad de los incas, porque fue la residencia oficial de ellos; y a Cajamarca la ciudad del inca, porque en ella, ciudad hasta entonces de segundo orden en la monarquía, se desarrolló el episodio más trascendental de la conquista con la prisión y muerte de un rey. Filológicamente está bien estudiada la formación de ambos adjetivos, y al aceptarlos habría procedido la Academia con acierto, no sólo lingüístico sino político. Y que tales adjetivos eran imprescindibles en el lenguaje lo comprueba el que los eminentes escritores españoles don Marcos Jiménez de la Espada y don Justo Zaragoza, que en asuntos historiales de América se ocupan, crearon las voces inqueño e incano, nunca empleadas en el Perú.
La autoridad indiscutible e inapelable en la cuestión era la del uso generalizado en América, y esta autoridad imponía la aceptación de incásico e incaico, voces ambas de correcta formación, esencialmente la primera. La Real Academia, en la que ninguno de sus miembros ha visitado el Perú, decidió que sólo era admisible el adjetivo incaico, lo que implicaba una decisión caprichosamente autoritaria, que nos ha hecho sonreír a los peruanos como cuando, en la última edición del Diccionario, vimos consignado el peruanismo cachazpari en vez de cacharpari, y sora, en lugar de jora, resultando dos hijos desconocidos para sus legítimos padres. Ser académico no es ser infalible ni omnisciente.
Pero en el seno mismo de la Academia ha encontrado el adjetivo incaico un rebelde en don Marcelino Menéndez y Pelayo que, en el tomo tercero de la Antología, publicado un año después de la autocrática —8→ decisión, escribe incásico, en la página 163 del prólogo. Lástima que don Marcelino hubiera empeñosamente combatido la admisión de los verbos dictaminar y clausurar, en homenaje a la intransigencia de su españolismo.
La ley de las mayorías o sea el criterio democrático (dice don Nicanor Bolet Peraza) debe dominar también en la república de las letras. La soberanía de un idioma no reside sino en la totalidad misma de los que se sirven de él como de lengua propia. Las Academias equivalen a los Congresos, y deben dictar sus constituciones y leyes (digo sus diccionarios y gramáticas) teniendo en cuenta las costumbres del pueblo, el natural espíritu de progreso, y sobre todo el uso general. De lo contrario, las Academias hablarán un idioma y el pueblo otro, viniendo a parar todo en el triunfo de las mayorías habladoras».
La Academia, con su procedimiento, ha justificado a Zahonero que, en el Congreso Literario, dijo:
«Tengamos en cuenta que el pueblo americano se ocupa de nosotros, pero que, desgraciadamente, nosotros no nos ocupamos de él; que no nos cono vemos, y es necesario que nos conozcamos».
- III -
Las fiestas del Centenario colombino han dado el tristísimo fruto de entibiar relaciones. Los americanos hicimos todo lo posible, en la esfera de la cordialidad, porque España, si no se unificaba con nosotros en lenguaje, por lo menos nos considerara como a los habitantes de Badajoz o de Teruel, cuyos neologismos hallaron cabida en el Léxico. Ya que otros vínculos no nos unen, robustezcamos los del lenguaje. A eso, y nada más aspirábamos los hispanófilos del nuevo mundo; pero el rechazo sistemático —9→ de las palabras que, doctos e indoctos, usamos en América, palabras que, en su mayor parte, se encuentran en nuestro cuerpo de leyes, implicaba desairoso reproche.
-¿No encuentran ustedes de correcta formación los verbos dictaminar y clausurar? -pregunté una noche.- Sí, me contestó un académico; pero esos verbos no los usamos, en España, los dieciocho millones de españoles que poblamos la península: no nos hacen falta.- Es decir que, para mi amigo el académico, más de cincuenta millones de americanos nada pesamos en la balanza del idioma. Bien pude contestarle con estas palabras de Zahonero, en el Congreso Literario:
«Parece que la lengua castellana, en doncellez, es una virgen cuya virtud estamos obligados todos a guardar; virtud fría, virtud que resulta por negación, virtud de solterona. No, mil veces no. Las lenguas no son vírgenes: son madres, y madres fecundas que siempre están dando del claustro materno del cerebro, por la abertura de los labios, nuevos hijos al mundo del amor y de las relaciones humanas».
El espíritu, el alma de los idiomas, está en su sintaxis más que en su vocabulario. Enriquézcase éste y acátese aquélla, tal es nuestra doctrina. Si el uso generalizado ha impuesto tal o cual verbo, tal o cual adjetivo, hay falta de sensatez o sobra de tiranía autoritaria en la Corporación que se encapricha en ir contra la corriente. Siempre fue la intransigencia semilla que produjo mala cosecha.
- IV -
Recuerdo que sostuve una noche en la Academia que figurando en el Diccionario el sustantivo presupuesto, nada de irregular habría en admitir el verbo —10→ presupuestar de que tanto gasto hacen periodistas y oradores parlamentarios. En esa discusión que se acaloró un tantico, y en la que un intolerante académico olvidó hasta formas de social cortesía, leyose un romance que, hace medio siglo, escribió Ventura de la Vega contra el verbo presupuestar, lectura con la que mi contradictor no probó más sino que el tal verbo ha llegado a imponerse en el lenguaje, para evitar el rodeo de formar presupuesto, consignar en el presupuesto, etc. Pobre, estacionaria lengua sería la castellana si, en estos tiempos de comunicación telegráfica, tuviésemos que recurrir a tres o cuatro palabras para expresar lo que sólo con una puede decirse.
La intransigencia del académico a quien he aludido para con el verbo presupuestar, se parece mucho a la de don Rafael María Baralt con el vocablo gubernamental.
«Todo se intente, todo se haga, menos escribir semejante vocablo, menos pronunciarle, menos incluirle en el Diccionario de la Academia. Antes perezca éste, y perezca la lengua, y perezcamos todos».
Pues poquita cosa le pedía el gusto. ¿Así son los odios académicos para con las pobres palabras? Mal consejero y peor juez es el odio.
Pues, a pesar del anatema, la voz gubernamental se impuso, y ahí la tienen ustedes, en la última edición del Diccionario, tan campante y frescachona. Y a pesar de la inquina de Baralt no nos ha llevado todavía la trampa, y el mundo sigue rodando
por el piélago inmenso del vacío.
Qué haya un vocablo más ¿qué importa al mundo?
Y aquí viene, como anillo al dedo, algo que Pompeyo Gener escribe en su interesante libro Literaturas malsanas, y que copio para que el lector americano —11→ sepa que, en España misma, abundara combatientes contra las intransigencias académicas:
«La lengua es un órgano viviente que evoluciona, y en cualquier momento de su historia se halla en estado de equilibrio entre dos fuerzas opuestas: la una, conservatriz o tradicional, y la otra revolucionaria o innovadora. La fuerza revolucionaria, o que obra por alteraciones fonéticas y por neologismos, es necesaria a la vida del lenguaje, para que éste no muera falto de sentido y de flexibilidad. La vida del idioma consiste en el equilibrio de conservar lo antiguo que corresponda a las ideas cuyo uso sea lógico y adecuado, y de enriquecerle con nuevas significaciones, nuevas palabras y nuevos giros creados siempre conforme al genio de la lengua. Hay quienes creen que la lengua vive por sí propia, que desde que la fijaron los clásicos es perfecta per in eternum, y se les figura un sacrilegio toda innovación, y toda alteración un atentado. Y así pasan horas, y días, y años, convirtiendo el castellano de lengua viva en lengua muerta. Les sucede lo que a los romanos de la decadencia que, a fuerza de aferrarse a su latín, se les quedó una lengua litúrgica, incomprensible, enfrente de las lenguas populares, fecundas y poéticas, que dieron lugar a las neo-latinas. No ven que el mundo marcha, y con él las expresiones escritas. ¡Ay del que de un nombre haga un verbo, de un verbo un nombre, de un sustantivo un adjetivo! Lo tendrán esos creyentes por reo de mayor crimen que el de haber faltado a la moral o a la conciencia. Y ¡cosa rara! ¡por causa de esta ceguera intensa redactan diccionarios, que pretenden imponer como códigos de la lengua! Pero, contra todos estos pseudo-gramáticos, el lenguaje continúa siendo un organismo sonoro que la mente humana crea y transforma de una manera sensible e —12→ indefinida, Y las obras del genio siguen produciéndose y dando lugar a nuevas estéticas. Y los estímulos nuevos surgen con los nuevos temperamentos, independientes de todas las reglas. Y el hombre continúa produciendo e innovando, en las letras como en todo, pudiendo decir, a pesar de los académicos, e pur si muove».
- V -
No se diría sino que se pretende que seamos súbditos, no voluntarios sino forzados, del idioma, y que la autoridad del Diccionario sea, para nosotros, tan indiscutible como el Syllabus romano para el cúmulo de fanáticos. Hablemos y es cribamos en americano; es decir, en lenguaje para el que creemos las voces que estimemos apropiadas a nuestra manera de ser social, a nuestras instituciones democráticas, a nuestra naturaleza física. Llamemos, sin temor de hablar o de escribir mal, pampero al huracán de las pampas, y conjuguemos sin escrúpulo empaparse, asorocharse, apunarse, desbarrancarse y garuar, verbos que en España no se conocen, porque no son precisos en país en que no hay pampas, ni soroche, ni punas, ni barrancos sin peñas, ni garúa. El escritor que, por prurito de purismo, escriba 'afta' en vez de paco, 'divieso' en lugar de chupo, 'adehala' por yapa y 'colilla' por pucho, será comprendido en España, pero no en el pueblo americano para el cual escribe. Debe tenernos sin cuidado el que la docta corporación nos declare monederos falsos en materia de voces, seguros de que esa moneda circulará como de buena ley en nuestro mercado americano. Nuestro vocabulario no será para la exportación, pero sí para el consumo de cincuenta millones de seres, en la América latina. Creemos los vocablos que necesitemos crear, sin pedir a nadie permiso y sin escrúpulos de impropiedad en el término. Como tenemos —13→ pabellón propio y moneda propia, seamos también propietarios de nuestro criollo lenguaje.
Los viejos que, aunque sin la intolerancia académica, hemos desempeñado el papel de Quijotes apasionados de esa Dulcinea que se llama el habla castellana, nos vamos aprisa dejando el campo libre de mantenedores. La generación que nos reemplazará se cuida poco o nada de hojear el Diccionario, para averiguar si tal o cual palabra es genuinamente española. El del Léxico de la calle de Valverde es cartabón demasiado estrecho, y la nueva generación ama la independencia acaso más de lo que la hemos amado los hombres de la generación que se va.
Los viejos, inclinados a acatar siempre algo de autoritario, perseguíamos el purismo en la forma, y ante el fetiche del purismo sacrificábamos, con frecuencia, la claridad del pensamiento. Los jóvenes creen que a nuevos ideales corresponde también novedad en la expresión y en la forma; y he ahí por qué encuentran fósil la autoridad de la Academia siempre aferrada a un tradicionalismo conservador, a un pasado que ya agoniza.
Discurriendo sobre el injustificable rechazo que de la Academia merecieron los verbos clausurar, dictaminar y presupuestar, el distinguido periodista don Modesto Sánchez Ortiz, director de La Vanguardia, diario barcelonés, se expresó así:
«Eso de considerar tales verbos como subversivos y bárbaros, a pesar de ser de uso corriente en América y hasta en España, vale tanto como decir que allá no se escribe castellano, lo cual desmienten con sus obras muy insignes autores. Creo, por mi parte, que la Academia de la lengua, asaz apegada a ciertas preocupaciones rancias, no se muestra todo lo dúctil que debiera, para conservar su hegemonía literaria en aquellas vastas regiones, hijas emancipadas de la madre España, unidas —14→ empero a ella por el vínculo del idioma, y que suman juntas un número de habitantes superior en muchísimo al de la Metrópoli. En todas esas regiones se presupuesta, y nosotros mismos, aquí, en España, presupuestamos a todo trapo, si bien, casi siempre, con escasa sinceridad. Si la palabra es viva, y su aire no difiere del de otras muchas parecidas ¿por qué se le ha de negar la inscripción en el registro civil del Diccionario? Mal anda la docta corporación con sus remilgos; pues bien pudiera ocurrir que, interpretándoseles torcidamente, provocaran sensibles enfriamientos y dieran al traste, por algún tiempo, con los proyectados tratados de propiedad intelectual entre España y las repúblicas, gracias a lo cual muchos de nuestros escritores, al sacar sus cuentas, se verán imposibilitados de presupuestar el producto de sus obras en el mercado de América, aunque en rigor no resulte perjuicio a algunos académicos cuyos libros, si los producen, rara vez logran pasar el charco».
- VI -
Propósito muy hispanófilo fue, pues, el que me animó cuando, en las juntas académicas a que concurrí, empecé proponiendo la admisión de una docena de vocablos de general uso en América.
Yo anhelaba que las fiestas del Centenario tuvieran significación práctica, revelando que España armonizaba tanto con nosotros que, si no admitía como suyos nuestros neologismos, por lo menos no los despreciaba como argentinismos, colombianismos, chilenismos, peruanismos etc., etc.
Cuando se crearon las Correspondientes en América, todos presumimos que la Academia madre se proponía asociarnos a su labor, para que contribuyéramos con el caudal de voces que, suficientemente estudiadas por nosotros, estimáramos de precisa o conveniente —15→ admisión. El desengaño ha sido tosco; y para no continuar siendo corporaciones de relumbrón, dos de las Academias americanas, sin ruido, cambio de notas, ni alharacas, se han declarado cesantes.
«Es empresa poco menos que imposible (dice el académico señor García Ayuso, en su discurso de incorporación) desterrar las voces que han recibido la sanción del pueblo soberano».
Y tan fundada es la afirmación del señor García Ayuso que aunque la Academia, en la última edición de su Diccionario, ha eliminado una de las acepciones de la palabra jesuita, no por eso ha conseguido, ni conseguirá, desterrarla del uso. La razón es que el pueblo soberano no hace política cuando habla, ni entiende de contemporizaciones partidaristas.
Y ya que he citado en apoyo de mis ideas la autoridad de un académico, no quiero concluir sin copiar palabras de otro ilustradísimo lingüista, también académico de la Española, don Eduardo Benot, que en su libro Acentuación castellana, escribe:
«La Academia tiene que obedecer a una autoridad inapelable, que es la del uso, supremo legislador en materia de lenguaje; y yo no creo que exista en la Academia autoridad bastante para dar o quitar la ciudadanía a las voces y a las locuciones».
- VII -
Eran poco más de trescientas cincuenta las palabras anotadas en mi cartera, las que intentaba ir, poco o poco, proponiendo para discusión. Esa relación se limitaba a apuntar las voces y definirlas muy a la ligera, advirtiendo que no consideraba voz alguna que no fuera de uso generalizado en tres repúblicas, por lo menos.
Hoy, al publicarla, he añadido rápidas apreciaciones, y aun más de cuarenta vocablos, teniendo a la vista el Diccionario de chilenismos de Zorobabel Rodríguez, —16→ el de peruanismos por Juan de Arona, el río-platense de Daniel Granada, y los trabajos lingüísticos de los Cuervo, Baralt, Irisarri, Seijas, Armas, Batres Jáuregui, Pablo Herrera, Pedro Fermín Cevallos, Amunátegui Reyes, Eduardo de la Barra, Tomás Guevara y otros muchos filólogos americanos.
¡Y qué razones, Dios de Israel! ¡las que oí alegar contra la admisión de algunas voces!
Las razones más culminantes eran -ese vocablo no hace falta o ese vocablo no lo usamos en España- como si porque en América no se han aclimatado el sustantivo ponencia ni el verbo empecer, palabras muy castizas y de las que gran derroche hicieron los oradores en los Congresos colombinos, debiéramos nosotros condenarlas.
Después del rechazo de una docena de voces por mí propuestas, me abstuve de continuar, convencido de que el rechazo era sistemático en la mayoría de la corporación, excepción hecha de Castelar, Campoamor, Cánovas, Valera, Castro Serrano, Balaguer, Fabié y Núñez de Arce, que fue el paladín que más ardorosamente defendió la casticidad del verbo dictaminar.
Así, por razón de capricho erigido en sistema o por espíritu anti-americano, he llegado a explicarme el porqué nunca la Academia tomara en seria consideración los diccionarios de Zorobabel Rodríguez, Juan de Arona y Daniel Granada.
Ese exclusivismo de la mayoría académica importa tanto como decirnos:
Señores americanos, el Diccionario no es para ustedes. El Diccionario es un cordón sanitario entre España y América. No queremos contagio americano. Y tiene razón la Real Academia.
Cada cual en su casa, y Dios con todos.
Lima.- Febrero de 1895.
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Algunas voces del lenguaje americano que no se encuentran en el Diccionario de la Academia
- A -
ABARRAJARSE.— Resbalar y caer de bruces.- Lanzarse en la vida airada.
ABARRAJADO, A.— Cuando decimos fulano es un abarrajado expresamos que es un hombre cargado de vicios, un truhán.- Fulana es una abarrajada, entiéndase una meretriz.
ABRACAR.— Lo que el Diccionario llama abrahonar. Tenemos el refrán quien mucho abraca mucho aprieta, cuya significación es distinta de la del refrán español abarcar mucho y apretar poco.
ABSOLVENTE.— En nuestro lenguaje jurídico designamos con esta voz al que absuelve posiciones. La Academia trae, como anticuado, el vocablo absolviente, y ha olvidado considerar absolvente.
ACAPARAR.— Tener el monopolio de algo o, por lo menos, reunir la mayor cantidad posible de un artículo.
ACAPARADOR, A.— La persona que acapara.
ACÁPITE.— Decimos, en todas las repúblicas de América, por lo que los españoles llaman punto y aparte. Sería imposible desterrar del uso esta voz, sobre todo entre tipógrafos y periodistas.
ACASERARSE.— Encariñarse, acostumbrarse a ser parroquiano o comprador en determinado establecimiento.
ACASERADO, A.— Parroquiano habitual.
—18→
ACCIDENTADO, A.— La Academia no admite, entre las acepciones de esta voz, el que se aplique a los terrenos sinuosos o de variada formación geológica. Y sin embargo, en muchos escritores españoles contemporáneos, principalmente cuando tratan de campañas militares o discurren sobre temas de ingeniatura y geografía, encontramos la locución terreno accidentado, de general uso en América.
ACRIOLLARSE.— Adquirir un extranjero los hábitos de la gente del país, convertirse en criollo.
ACRIOLLADO, A.— El que ha llegado a apropiarse las costumbres criollas.
ACEITILLO.— El aceite perfumado que sirve para usos del tocador. En América, dejamos el aceite para la cocina.
ACHOLADO, A.— El que tiene color de indio (cholo, en el Perú, Bolivia, Ecuador, Chile y Paraguay).- El que se corre, intimida o avergüenza.
ACHOLARSE.— Correrse, avergonzarse.
ADEFESIERO, A.— Persona que dice o hace disparates y tonterías.- También se aplica a las que visten exagerando la moda o apartándose mucho de ella.
ADULÓN, A.— En el adulador cabe algo de lisonjero y cortesano. En el adulón hay solo bajeza. Amunátegui Reyes exhibe una cita de Pereda para comprobar que el vocablo se conoce también en España.
ADULETE.— El adulón sobre ruin ridículo.
AGIGANTAR.— Núñez de Arce ha usado este verbo en su Visión de fray Martín, y según citas de Amunátegui Reyes también lo han empleado Bello, Revilla y Pérez Galdós.
AGREDIR.— Acometer, atacar. A pesar de que no contraría la índole de la lengua, como que la voz viene del agredire latino, la Academia rechaza este verbo de uso constante en la jurisprudencia americana.
ALBAZO.— Saludo matinal que, con música, vivas y cohetes, se hace a una persona el día de su cumpleaños, o a un santo en la puerta del templo en que ha de celebrarse su fiesta.
ALTERNABILIDAD.— La acción de alternar.
ALTERNARLE.— Lo que admite alternabilidad. Esta voz, aunque de saborcito francés, se encuentra en la —19→ real cédula llamada de la Alternativa sobre elección de prelados.
AMANCAY.— (Del quechua) Flor amarilla, parecida a la azucena, que se produce en algunos cerros del Perú.
AMANSADOR, A.— El que doma, domestica o amansa un animal.- El que en una reyerta apacigua los ánimos.
AMOLAR.— En la acepción de fastidiar o de ocasionar perjuicio.- ¡Qué amolar! ¡No amuele la paciencia! ¡Me amoló! son locuciones que, aunque vulgares, están generalizadas.
AMORDAZAR.— Poner mordaza. Figuradamente decimos amordazar la prensa, cuando los gobiernos ponen trabas a la libertad de escribir.- Zorobabel Rodríguez opina, por razones de analogía, que debe decirse enmordazar; pero el uso constante ha impuesto amordazar como, tratándose de buques, acorazado y no encorazado.
ANACO.— (Del quechua) La Academia dice que es un peinado de las indias de sud-América. La definición académica es errónea. El anaco es la pollera o falda que usan las indias.- Cusma, es la camisa.- Lliclla, es la manta.
ANDINO, A.— Lo que se refiere a la cordillera de los Andes, como volcán andino, nieves andinas, etc. También los adjetivos cisandino y trasandino son de uso generalizado en América.
ANEXIONISTA.— Partidario de la anexión.
ANTE.— Bebida alimenticia y muy refrigerante, hecha con frutas, vino, canela, azúcar, nuez moscada y otros apéndices.
APACHETA.— (Del quechua) Montón de piedras que colocan los indios en las altiplanicies andinas como ofrenda gratulatoria a la divinidad. Por varios cronistas de Indias se encuentra empleada la voz.
APERO.— El conjunto de prendas que sirven para ensillar un caballo.
APLOMO.— Serenidad, sangre fría.
APUNARSE.— Sufrir el fatigoso malestar propio de las frigidísimas punas de los Andes, dolencia que, en ocasiones, produce la muerte del viajero.
ARRANQUITIS.— La pobreza extrema, la miseria.- Padecer de arranquitis crónica dícese por quien no tiene probabilidad de mejorar su mala situación.
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ARENILLERO.— Lo que llaman salvadera en España, Voz no usada en América.
ARREADOR.— No es sólo el que arrea el ganado sino también el látigo, fusta o huasca que emplea.
ARIRUMBA.— (Del quechua) Una flor que los indios estiman como propia de los cementerios.
ASOROCHARSE.— Sufrir del soroche en las cordilleras andinas. Es dolencia tan grave como la de apunarse, siendo distinta la causa que las origina.
ATRENZO.— Conflicto, apuro, embarazo, dificultad. Este vocablo lo encontramos en escritores americanos del siglo XVII. Quizá es voz castellana olvidada en España, y que nosotros hemos conservado.
ATÁVICO, A.— Trayendo el Diccionario el sustantivo atavismo, no hay por qué excluir adjetivo tan usado.
AUTOCTONÍA.— Mutatis mutandis, repetimos el concepto anterior. El Diccionario sólo trae autóctono.
AUTONOMISTA.— Partidario de la autonomía.
AVINCA.— (Del quechua) Zapallito más fino y estimado que el grande y, en la forma, parecido a la calabaza.
AYRAMPO.— (Del quechua) Planta tintórea originaria de América.
- B -
BACHICHA.— Llamamos así al italiano de baja ralea, como gringo al inglés, gavacho al francés y chápiro o chapetón al español.
BARCHILÓN, A.— Persona contratada para cuidar enfermos en los hospitales. Esta palabra es hija del agradecimiento popular, pues se ha querido perpetuar con ella el recuerdo de un caritativo español, apellidado Barchilón, que vivió en el Perú en el siglo XVI. La palabrita tiene ya fecha de existencia, y se ha generalizado en América, con tanta mayor razón cuanto que, en el Diccionario, no hay vocablo para designar a los enfermeros de hospital.
BADULACADA.— Acción propia de un badulaque.
BADULAQUEAR.— Hacer badulacadas,
BAGRE.— Pez que se encuentra en algunos ríos de —21→ América. Figuradamente se aplica este nombre a la mujer fea y despreciable.
BAQUIANO.— Conocedor, práctico, guía que contratan los viajeros. La voz la traen historiadores de Indias.
BIENINTENCIONADO, A.— Hallándose en el Diccionario malintencionado (dice el ingenioso doctor Tebussem) no alcanzo razón para haber omitido este adjetivo. En una cita, que del Quijote hace, figura bienintencionadamente.
BOLETO.— Lo que la Academia llama boleta.- También damos el nombre de boleto a una excepción, firmada por la autoridad, para libertarse del servicio militar.
BOLETE RÍA.— Lugar donde se venden los boletos para ocupar asiento en un tren, teatro, plaza de toros, etc.
BOMBONAJE.— La paja especial que se encuentra en muchos afluentes del Amazonas, y que sirve para la fabricación de los sombreros llamados de jipijapa, sombreros, hasta hace poco, muy estimados y valiosos.
BRAGUETA.— Hablar como el gigante por la bragueta, decimos por el que desatinadamente repite conceptos ajenos. La locución nació de que, en la festividad del Corpus, se exhibían figurones de más de tres varas de altura, y la voz del hombre que iba dentro de la armazón salía por la bragueta. Aunque el Diccionario trae la palabra, falta la frase popular muy generalizada.
BRIN.— Tela gruesa y fuerte que, entre otros usos, se emplea para pantalones de marineros y soldados.
BUROCRACIA.— La colectividad de empleados en las oficinas.
BUROCRÁTICO, A.— Oficinesco.- Admitida sin gran necesidad, como lo prueba Baralt, la palabra buró, no hay, por qué rechazar sus derivadas. En España las empleó, en uno de sus discursos en el Congreso Literario, el notable orador Canalejas y Méndez. También hay que convenir en que hoy, sólo la gente que hojea libros viejos tiene noticia de los vocablos covachuela y covachuelista. Tal es el desuso en que han caído.
- C -
CABALLADA.— Admitidos por la Academia nombres colectivos como vacada, boyada y hasta yeguada, no hay —22→ por qué excluir la voz caballada tan de preciso empleo en la milicia.- Oficial de caballada, el que en la vida de guarnición cuida de los caballos del regimiento.
CABILDANTE.— En los libros del Cabildo de Lima, desde los tiempos de Pizarro, se llamó cabildantes a los miembros del Ayuntamiento. En las descripciones de fiestas reales, en las de autos de fe y en todos los documentos impresos de la época colonial, figuran los señores cabildantes, vocablo cuya formación nada tiene de violenta.
CABLEGRAMA.— Telegrama trasmitido por el cable marítimo.- Lo nuevo reclama la formación de la palabra que lo exprese, aparte de que entre cablegrama y telegrama es obvia la diferencia. El primero es el despacho que se trasmite por el cable marítimo, y el segundo el que se hace por los alambres terrestres. Así cuando decimos: -he recibido cablegrama; damos, a la vez, la noticia de que nos ha llegado por vía marítima.- También se escribe en algunos periódicos kalograma, formando el vocablo de raíz griega. Indudablemente que es más español 'cablegrama', y el uso lo ha generalizado.
CABLEGRAFIAR.— Trasmitir un despacho por el cable. La Academia ha admitido telegrafiar.
CABLEGRÁFICO, A.— Lo relativo a la cablegrafía, voz que también debe ser admitida.
CABLEGRAFISTA.— Admitida la palabra telegrafista, no hay por qué excluir este vocablo.
CÁBULA.— Maña, ardid, abusión. El sentido es distinto del cábala que trae el Diccionario.
CABULISTA.— Mañoso, supersticioso.
CACHETADA.— Golpe que, con la mano abierta, se da en la mejilla.
CACHARPARI.— (Del quechua) La Academia, en la última edición del Diccionario, ha admitido la voz; pero figura mal escrita. La palabra no es cachazpari sino cacharpari. Véase la comedia de Manuel Segura, el Bretón limeño, titulada El cacharpari.
CACHARPAS.— (Del quechua) Trebejos, cosas usadas y de poco valor. No se emplea la voz en singular.
CACHUA.— (Del quechua) Bailoteo de los indios en el Perú, Bolivia y otras repúblicas.
CACHUAR.— Bailar cachua.
—23→
CACHIMBO.— Palabra despreciativa con que la soldadesca ha bautizado al cívico o guardia nacional.
CACHUCHO.— Damos este nombre a una canoa o pequeña embarcación, generalmente usada por los pescadores. La Academia la llama cachucha.
CAMAL.— Lo que en España se conoce por Rastro o Matadero de reses. Aunque el Diccionario trae el vocablo no considera esta acepción.
CAMALERO, A.— El empleado en el camal y el negociante en ganado para el matadero.
CAMARETA.— Especie de petardo que queman los indios en las fiestas.
CAMARETAZO.— Explosión de la camareta.
CANCHA.— (Del quechua) Maíz tostado y no habas tostadas, como dice el Diccionario.- También llamamos cancha al local en que se lidian gallos y al destinado para carreras hípicas.
CANCHÓN.— Corral grande o espacio cercado que sirve para depósito de metales, posada de peones o de desahogo en los cuarteles.
CANDELEJÓN, A.— Persona tonta, cándida.
CANDELEJONADA.— Tontería, insulsez, necedad.
CANGALLERO.— Ladrón de metales en las minas, vendedor de objetos por poco precio.
CANTIMPLORA.— En los ejércitos sud-americanos es una prenda de equipo, por lo regular de hoja de lata, que sirve al soldado para llevar consigo, en las marchas, un litro de agua o de aguardiente. La palabra está en el Léxico; pero falta esta acepción.
CAPITULEAR.— Formar capítulo, intrigar o conquistar votos para una elección. La Academia llama a esto cabildear.
CAPITULERO.— El individuo que se ocupa en intrigar o buscar votos. La Academia lo llama cabildero.
CARACHA.— La sarna.
CARACHOSO, A.— Persona que tiene sarna.
CARÁTULA.— La Academia no trae la única acepción que, para los americanos, tiene esta voz. La aplicamos a la primera página en que esta el título de un libro.
CARNAVALESCO, A.— Lo propio o digno del carnaval.
CARICATURAR.— Hacer una caricatura.
CARICATURISTA.— El que hace caricaturas.
—24→
¡CARAY!— Interjección tan generalizada como el ¡caramba! que trae el Léxico.
CARIMBA.— Marca que, con hierro encendido, ponían los amos a los criados. En dos reales cédulas del siglo pasado, prohibitorias de la carimba, se encuentra la palabra.
CARIMBAR.— Marcar a los esclavos.
CASTICIDAD.— Tanto monta decir lo castizo de la frase como escribir la casticidad del estilo.
CAUDILLAJE.— A propósito de esta palabra dice Juan de Arona: «Los españoles no han tenido necesidad de las voces caudillaje, coloniaje, ni esclavatura, por que no han tenido en casa, en forma especial o histórica, un sistema de gobierno colonial que dura tres siglos; ni una dotación o encomienda de negros esclavos; ni, por último, una plaga de caudillos y caudillejos». El Diccionario trae sólo el sustantivo caudillo.- Cuando los caudillos organizan un sistema, como sucedió en la Argentina durante la tiranía de Rosas, entonces está en su apogeo el caudillaje o gobierno de tiranuelos.
CAUDILLAJO.— Caudillo de poco más o menos.
CENOBIARCA.— El superior de los cenobitas.
CIGARRERÍA.— La tienda destinada a la venta de cigarros. En España, donde el Estado acapara el tabaco, se llama estanco a lo que nosotros cigarrería.
CLAUSURAR.— Entre las acepciones del sustantivo clausura trae ésta el Diccionario: «Acto solemne con el que se terminan las deliberaciones de un Congreso, etc.».- No hay república de América en la que no se clausuren los Tribunales de justicia, el Congreso y el año Universitario. Por clausurar entendemos poner término a una serie de sesiones o juntas oficiales. Quizá nos ha parecido a los republicanos algo chavacano el verbo cerrar, tratándose de corporaciones tan respetables, y hemos da do existencia al verbo clausurar, cuya formación, pues viene del claudere latino, no riñe con la índole del idioma. En cambio, luce en el Diccionario un verbo clausurar (cerrar un periodo o poner fin a lo que se estaba diciendo) que ni pizca de falta hace en el lenguaje, pues rarísimo será el escritor que haya tenido oportunidad para usarlo. El verbo clausurar es (dice el quisquilloso Baralt, y perdóneme mi amigo Castelar que tan opuesto se manifestó a la admisión de tal verbo) —25→ necesario y propio, y hay que adoptarle. En las dieciséis repúblicas de América lo conjugamos por activa y por pasiva.
COALICIONISTA.— Partidario de la coalición. He aquí una palabrita que, en los años de 1894 y 1895, hemos estado pronunciando cada cinco minutos los peruanos, sin habernos cuidado de buscarla en el Diccionario. Los politiqueros puristas se caerán de espaldas con la noticia que les doy de que el coalicionista no ha entrado en el reino de la Real Academia.
COALIGADO, A.— El caudillo, partido o rama de partido que entra en la coalición.
COBADERA.— Lote de terreno del que se extrae guano para la agricultura.
COCACHO.— Golpe que se da con el puño en la cabeza.- Fréjol cocacho, el fríjol que conserva alguna dureza por mal cocido.
COCADA.— Dulce que se hace de cocos.- También llamamos cocada a los cuadritos que, en heráldica, se conocen con el nombre de escaques.
COCAÍNA.— Poderoso anestésico extraído de la coca.
COCAVÍ.— (Del quechua) Pequeña provisión de víveres, principalmente de coca, que hacen los indios para un viaje. Dar el cocaví es dar dinero a un individuo, cuando se le manda en comisión lejos del pueblo, para que compre lo que necesite para mantenerse durante el viaje.
COCHAYUYO.— (Del quechua) Cierta alga marina muy usada en la cocina americana.
CODEAR.— Falta en el Diccionario la acepción que le damos en América: comprometer a una persona para que nos haga un regalo.
CODEO.— El codeo se codea con lo que, en España, llaman sablazo.
COLECTIVIDAD.— Admitida individualidad no hay por qué rechazar a la colectividad, o conjunto de individualidades.
COLONIAJE.— No siempre la voz colonial tiene el alcance de ésta. Por coloniaje entendemos todo un sistema de gobierno, mientras que el adjetivo colonial lo empleamos sólo como calificativo.
—26→
COMUNA.— Falta la acepción, hoy tan generalizada, de Municipio.
CONCIENZUDO, A.— La persona que no procede de ligero, sino después de estudiar reposadamente un asunto.
CONCHO.— (Del quechua) Restos, heces, sedimento. Beber hasta el concho es como beber hasta verte, Cristo mío, o como al diablo dejarlo en seco.
CONFIANZUDO, A.— El que abusa de la confianza para tomarse libertades.
COTÍN.— Tela a la que el Diccionario da el nombre de cotí.
CORONTA.— (Del quechua) El corazón del choclo.
COSTEO.— Burlarse de una persona. Por ampliación se dice costeársela de o con fulano.
COTO.— (Del quechua) Un grueso tumor o bulto que se desarrolla en el pescuezo. Hay, en América, pueblos donde la mayoría de los vecinos tiene esta deformidad. La voz está en el Diccionario, pero no trae la acepción que apuntamos.
COTUDO, A.— La persona que tiene coto.
CORONELATO.— Así llamamos al empleo de coronel, como generalato al de general. La Academia exige que se diga coronelía.
CRIOLLADA.— Acción propia de criollos.
CRIOLLISMO.— Disposición para acriollarse. Menéndez Pelayo ha usado la voz en su Antología.
CUBILETEAR.— Intrigar, maromear.
CUBILETERO, A.— Intrigante, maromero.
CUECA.— Baile popular. Véase Zamacueca.
CUÍ.— (Su plural cuyes) Un conejo originario del Perú.- Parir como una cuí, ser muy fecunda.
CUERDA.— La zurra de látigos que se aplica a alguno.
CÚMPLASE.— Fórmula republicana sin la cual no tienen vigor las leyes dictadas por el Congreso. La frase oficial es poner el cúmplase.
CUNDA.— Persona alegre, ingeniosa, traviesa, jaranista.
CUNDERÍA.— Asociación de mozos cundas.
CURACA.— Cacique, potentado o gobernador de un pueblo. La voz la han empleado historiadores de Indias.
CURCUNCHO.— (Del quechua) Jorobado, torcido.
—27→
- CH -
CHAMELICOS.— Objetos de poca importancia, trastos de pobre. La voz no se emplea en singular.
CHAMICO.— (Del quechua) Yerba que administran los indios para entontecer a una persona. También la usan como afrodisíaco.
CHAFALONÍA.— La plata u oro que se emplea para labrar vajilla, hacer cucharas y otras piezas.
CHANCHO.— El cerdo, el marrano.- Quedar como un chancho, comportarse ruinmente.
CHARANGO.— (Del quechua) La Academia trae charanga, como voz de uso reciente, aplicándola a las bandas militares de escaso instrumental. El charango de nuestros indios es una especie de pequeña bandurria, de cinco cuerdas que producen sonidos muy agudos. Probablemente la voz pasó de América a España, y en la travesía cambió la letra final. En cuanto a la pobreza de armonías musicales, allá se van la charanga y el charango.
CHARAMUSCA.- Ni cultos ni incultos llamamos, en América, chamarasca, como el Léxico previene, a las virutas, briznas o ramas secas. Nuestra voz charamusca es más apropiada, porque encarna algo de chamuscar, quemar ligeramente, tostar.
CHARQUÍ.— (Del quechua) Carne seca en lonjas delgadas.
CHARQUICÁN.— Guisado que se hace con el charqui.
CHAQUIRA.— (Del quechua) Cuenta de vidrio o de metal. Esta voz, como chamico, charqui, choclo, chuño, chupo y charango, se encuentra usada por cronistas de Indias.
CHICHIRIMICO.— Hacer chichirimico de una fortuna, equivale a derrocharla.- Hacer chichirimico de una persona, es burlarse de ella.- Hacer chichirimico de la honra, da tanto como perder la vergüenza, infamarse.
CHINGADO, A.— Adjetivo que, en México y las repúblicas centro-americanas, equivale al chiflado de España.
—28→
CHINGANA.— (Del quechua) Pulpería de poca importancia.
CHINGANERO, A.— El o la que administra una chingana.
CHICANA.— Sofistería, embrollo de abogado.
CHICANERO, A.— Sofístico, rebuscado. Aunque Baralt rechaza estas dos voces, ellas han alcanzado a imponerse en el lenguaje.
CHIVATEO.— Mezcla de gritos y aullidos que usa la caballería araucana al embestir.- Edad del chivateo, la pubertad.
CHOCLO.— (Del quechua) La mazorca de maíz cocida en agua hirviendo.
CHOCLÓN.— Pequeño agujero hecho en el suelo para un juego que, con bolitas o cocos, tienen los niños.
CHÚCARO, A.— Animal arisco. Se dice, por ejemplo, caballo chúcaro, yegua chúcara.
CHUCHOCA.— (Del quechua) Maíz tostado y molido.
CHUCHUMECO, A.— La ramera o mujer de vida alegre.- El que frecuenta trato con chuchumecas.
CHUÑO.— (Del quechua) Harina de papas con la que se hace un alimento muy nutritivo para los niños y para los enfermos.
CHUPE.— (Del quechua) Guisado muy sabroso en el que entran leche, papas amarillas, camarones, huevos, aceitunas y otros condimentos.
CHUPO.— (Del quechua) Divieso.
CHURUMBELA.— La bombilla de paja, caña, madera, latón, plata u oro usada en América para tomar el mate o yerba del Paraguay.
CHURRASCO.— Carne asada sobre las brasas.
CHURRASQUIAR.— Convidar a comer churrasco.
CHUQUISA.— (Del quechua) Moza alegre.
- D -
DEMOCRATIZAR.— Hasta el escrupuloso Baralt encuentra aceptable este verbo.
DEPRECIAR.— La Academia admite depreciación (disminución de valor); pero no el verbo que es de constante —29→ uso en el comercio, sobre todo tratándose de acciones y de papel de crédito público.
DERRUMBE.— Nadie dice, en América, derrumbamiento de un cerro, de una mina, de un puente, etc., sino derrumbe; pero sí decimos derrumbamiento de edificio, de casa, de techo, etc. ¿Por qué no habrían de coexistir las dos voces? En todo caso derrumbe no es más que síncopa de derrumbamiento.
DESAPERCIBIDO, A.— En la acepción de inadvertido, a, se ha impuesto tanto en España como en América. Un amigo, hoy ausente del Perú, a quien censuraron en cierta ocasión el uso de desapercibido, consagró algunos meses a recopilar citas de escritores peninsulares (entre los que había tres o cuatro académicos) que favorecían su lapsus plumae. Recuerdo que pasaban de doscientas las citas, y presumo que a la fecha habrá aumentado la cifra. El criticado se proponía publicar un opúsculo sobre este tema. Si doctos e indoctos dicen y escriben desapercibido por inadvertido, paréceme que no ha de desplomarse sobre la Academia la bóveda celeste, por añadir esta acepción a la que consigna el Léxico. Aquí cabe lo de Pompeyo Gener sobre enriquecimiento del idioma con nuevas significaciones de las palabras.- Quizá llegue a pasar con este adjetivo lo que con el verbo verificar, al que la Academia, en el último Diccionario, le da las acepciones de efectuar, realizar, acontecer, transigiendo con el uso generalizado.
DESBARRANCARSE.— Rodar por un barranco, lo que es distinto de despeñarse. Rara vez, en los barrancos de América, se encuentran peñas.
DESPAPUCHO.— Sandez, disparate, tontería.
DESTINATARIO, A.— El doctor Thebussem que, como descendiente de un hermano del gran Cervantes, trae en la sangre condiciones de buen hablista, sostiene la conveniencia de admitir este vocablo tan usado en el tecnicismo postal y telegráfico.
DESVESTIRSE.— Diga lo que quiera la Academia son acciones distintas las de desvestirse y desnudarse. El que se desnuda se despoja hasta de la ropa interior. A propósito de este vocablo, el Sr. R. Monner Sanz ha publicado, en Buenos Aires, en 1895, un opúsculo titulado: Con motivo del verbo 'desvestirse'.
—30→
DIAGNOSTICAR.— La misma razón que tuvo la Academia para sacar de pronóstico, pronosticar, existe para admitir diagnosticar.
DICTAMINAR.— Dar dictamen. En la legislación de nuestras repúblicas se conjuga por mayor este verbo, cuya formación es tan correcta como la de decretar, ordenar, informar, etc. ¿Por qué de dictamen no ha de salir dictaminar? Salvá lo trae en su Diccionario; pero cuando lo propuse a la Academia ésta lo rechazó por once votos contra nueve.
DIMISIONARIO, A.— La persona que hace dimisión de un cargo o empleo.
DINAMITERO, A.— El anarquista que emplea la dinamita en daño social. En cuanto al verbo dinamitar, usado en la prensa europea, no lo empleamos en América.
DISPARATERO, A.— La persona que disparata. En América no decimos disparatador.
DISFUERZO.— Algo así como remilgo, monada, engreimiento. Es un limeñismo que no tiene equivalente en el Léxico español. El disfuerzo es más propio en la mujer que en el hombre.
DISFORZADO, A.— La persona que se disfuerza o hace rogar para complacer en lo que se le pide, y que está entre si quiero o no quiero.
DISFORZARSE.— Éste es un verbo que morirá junto con la última limeña. Contra el disfuerzo y sus derivados son impotentes las prescripciones académicas, como lo fueron los virreyes y dos Concilios para abolir el uso de la saya y manto.
DRAGONEAR.— Desempeñar accidentalmente un cargo. Probablemente viene este neologismo americano de que el dragón es soldado que unas veces hace el servicio a pie y otras a caballo. Dragonear de abogado decimos por el que, sin título de tal y por especiales circunstancias, defiende una causa.- Dragonear de párroco decimos por el lego que, a falta de sacerdote, bautiza en lance extremo a un recién nacido.- Dragonear de comadrona, decimos por la que, sin ser obstetriz, asiste a una parturienta en su desembarazo.- Y basta de ejemplos.
DOMINGUEJO.— Lo que, en España, es dominguillo.
—31→
- E -
EDITAR.— Publicar, por su cuenta, un libro, periódico o grabado. Pocos verbos más generalizados que éste.
EDITORIAL.— En la prensa, sin excepción, de nuestras repúblicas, llamamos editorial al que, en España, se conoce por artículo de fondo.- Casa editorial, la que comercia en la publicación de libros, como casa editora puede ser la librería que, incidentalmente, publica un libro.
EMBRIONARIO, A.— Lo que está todavía informe, en embrión, por ordenar o arreglar.
EMPACARSE.— No ir ni atrás ni adelante, atascarse, encapricharse. Propiamente no es un neologismo, pues el padre Acosta, en su Historia de Indias, conjugó el verbo.
EMPACÓN, A.— El caballo o la yegua que, para avanzar o retroceder, se resiste al jinete.
EMPAJAR.— Rellenar de paja un objeto, disecar un animal.
EMPAQUE.— Tener empaque es ser persona que no se corre, que gasta prosopopeya, que habla con aplomo de lo que no sabe.
EMPAQUETARSE.— Ponerse el vestido dominguero.
EMPAMPARSE.— Extraviarse o perderse en la inmensidad de alguna pampa de América.
EMPAVAR.— Burlarse de una persona.
EMPAVARSE.— Correrse, no tener flema para soportar una broma.- Comerse un pavo con plumas, empavarse muchísimo.
EMPAVÓN, A.— Persona que fácilmente se corre.
EMPECINADO, A.— Obstinado, terco, encaprichado.
EMPLUMAR.— Además de las acepciones que la Academia da a este verbo, tiene, en América, la de escaparse, evadirse, desaparecer, alzar el vuelo.
ENCARPETAR.— Verbo usado en nuestras oficinas para significar que a un expediente no se le da tramitación, o mejor dicho, se le ha encarpetado, esto es, guardado entre carpetas.
—32→
ENFLAUTADA.— Extravagancia, necedad.- Salir con una enflautada, es decir o hacer un disparate cuando se esperaba concepto o acción juiciosa.
ENFOCAR.— Concentrar el foco, verbo generalizado en óptica, fotografía y otros ramos del saber humano.
ENMONAR.— Emborrachar.
ENMONARSE.— Emborracharse, tener una mona (borrachera) de padre y muy señor mío.
ESCLAVATURA.— El conjunto o colectividad de esclavos que, en América, poseían los acaudalados. En la definición que de esclavitud da la Academia no cabe la de esclavatura.
ESCLAVÓCRATA.— Defensor o partidario del sistema de esclavatura. En España hay una sociedad titulada Anti-esclavócrata de la que es protector nato el señor Cánovas, académico de la lengua.
ESCOBILLAR.— Entiendo que la escobilla sirve para escobillar. El Diccionario no trae el verbo.
ESTERO.— Terreno bajo, pantanoso, en el que se desarrollan plantas acuáticas.
EXCULPAR.— Libertar de culpa, verbo generalizado en la jurisprudencia americana. En la causa que se siguió, en Madrid, al regicida presbítero Merino, encontramos empleado este verbo por el acusador fiscal.
EXCULPACIÓN.— Liberación de culpa.
EXCULPADOR, A.— Decimos alegato exculpador, declaración exculpadora, etc., etc.
EQUIS.— Víbora que se encuentra en América, y cuya picadura rara vez deja de ser mortal.
- F -
FACHENDA.— Fatuidad, prosopopeya.
FACHENDOSO, A.— Fatuo, vanidoso, presuntuoso.
FINANZAS.— La hacienda pública en lo relativo a rentas. Diga lo que dijere en contrario el señor Baralt, este galicismo se ha impuesto en América y hasta en España. No se le podrá echar de casa.
FINANCISTA.— El que la Academia define hacendista. Ni a San Ibo lo pudieron echar del cielo ni a este galicismo proscribirlo.
—33→
FINANCIERO, A.— Lo relativo a la Hacienda pública. Hay que transigir y darle lugarcito en la familia.
FRANGOLLO.— Mescolanza; revoltijo, comida mal guisada y hecha deprisa. Esta acepción americana no está en el Léxico.
FREGAR.— Entre las acepciones de este verbo falta la americana de fastidiar, amolar. Decimos no me friegue usted (o no me amuele usted la paciencia), por no me canse, no me aburra, no me fastidie.- Friéguese, es otra locución popular que equivale a decir fastídiese, amuélese.
FREGADURA.— Fastidio, perjuicio.- Hasta hace poco fue muy popular, en el Perú, el autor de un opúsculo político titulado: El libro de las fregaduras.
FREGADO, A.— Decimos fulano es un fregado, por el que tiene alguna gracia o habilidad para fastidiar al prójimo.- Estar fregado o amolado equivale a estar arruinado, perdido.
FRITANGA.— Lo que, en España, llaman fritada.
FORMULISMO.— Sujeción a fórmulas.
FORMULISTA.— El que se ciñe a fórmulas. Hasta Baralt defiende la necesidad del vocablo.
FUSIONAR.— Unificar intereses, ideas o partidos.
FUSIONISTA.— El partidario de la fusión.
FUSIONABLE.— Lo suceptible de fusión.
- G -
GALIQUIENTO, A.— La persona atacada de gálico. De uso más general es este adjetivo que su equivalente sifilítico, como que el vocablo sífilis es menos antiguo.
GALPÓN.— El departamento que, en las haciendas de América, habitaban los esclavos.
GAMONAL.— El ricacho, el cacique de pueblo. Esta acepción americana no la trae el Diccionario.
GARÚA.— (Del quechua) Ligerísima lluvia peculiar a algunos pueblos en donde, como en Lima, nunca hay aguacero ni se conoce el uso del paraguas.
GARUAR.— Lloviznar.
GAUCHAJE.— Agrupación de gauchos en las repúblicas del Plata, como indiada en el Ecuador, Perú, Bolivia, —34→ etc. Y a propósito: la definición de gaucho, que trae el Diccionario, no es la que los argentinos dan a ese vocablo. La Academia, en cosas de América, desbarra casi siempre. Ni el gaucho es hombre de color, ni puede llamarse vida errante la de quien tiene por hogar el pago.
GRAMALOTE.— Yerba que, hasta sin necesidad de cultivo, crece en nuestros campos, y que sirve de pasto para el ganado.
¡GUA!— (Del quechua) Interjección del que teme o admira, según el vocabulario del Padre Bertonio. Esta interjección, dice don Pablo Herrera, se usa en todo el antiguo virreinato del Perú, y es propia de mujeres.- No hay limeña sin guá, reza un refrán.
GUAGUA.— (Del quechua) El niño en estado de lactancia. Las mujeres del pueblo nunca dicen mi hijo, sino mi guagua.
GUARAGUA.— Contoneo, movimiento lascivo, gracia en el andar, sandunga, rodeo para contar algo o practicar una acción.
GUARAGÜERO, A.— Sandunguero o que no va derecho al asunto.
GURRUPIÉ.— El auxiliar del banquero en los garitos, el que acompaña al rico sirviéndole en comisiones indecorosas.
- H -
HINCARSE.— Decimos por arrodillarse; y la Academia misma, al definir arrodillar, dice: hacer que uno hinque la rodilla o ambas rodillas.
HISTORIETISTA.— Decimos, en América, por el que relata historietas y por el escritor que falsea la Historia.
HONORABILIDAD.— Lo honorable, la honradez.
HOSPITALIZAR.— Inscribir en un hospital a un enfermo.
HOSPITALIZARSE.— Hacerse inscribir.
HOSTIGAR.— Hastiar, empalagar, perseguir, fastidiar.
HUACA.— (Del quechua) Cementerio de los antiguos peruanos. De las huacas se extraen hoy objetos curiosos —35→ de la cerámica incásica. En muchas crónicas de Indias se halla la voz.
HUACATAY.— (Del quechua) Especie de yerba buena americana que se emplea en el condimento de algunos guisos.
HUASCA.— (Del quechua) Fusta, azote.- ¡Dale huasca! equivale a: ¡dale látigo!
HUASCAZO.— Golpe de huasca.
HUMITA.— (Del quechua) Especie de tamal o bollo dulce hecho de maíz.— Estar como una humita, dócil todo, muy enamorado o muy borracho.
HUMITERO, A.— La persona que vende humitas.
- I -
IMBEBIBLE.— Lo que no puede beberse.
INCÁSICO, A.— Lo que, en general, se refiere a los Incas.- La ciudad incásica, el Cuzco.
INCAICO, A.— La que se refiere a determinado Inca.- La ciudad incaica, Cajamarca.
INCOMIBLE.— Lo que no se puede comer. En defensa de este vocablo, añade don Pablo Herrera, que así como se dice incobrable, impracticable, etc., no hay por qué no llamar incomible a lo desagradable al paladar.
INDIADA.— Reunión, colectividad de indios.
INDEPENDIZAR.— Desde que nos independizamos de España tiene vida este verbo insurgente, así como su reflexivo independizarse, sin que americano alguno, docto o indocto, se cuide de averiguar si está o no en el Diccionario.
INTRAGABLE.— Lo que se resiste a ser tragado. El insigne cervantista doctor Thebussem emplea el vocablo en sus deliciosas Cartas de Paca Pérez.
INTRANSMISIBLE.— En América decimos indistintamente intransferible o intransmisible.- De tan castiza cepa es un vocablo como el otro.
IRRIGAR.— Falta este verbo en el Diccionario.
IRRIGACIÓN.— El sistema de regadío en los campos.
IRRIGADOR.— El aparato que sirve para irrigar.
INSOLUTO, A.— No pagado. El adjetivo está en la codificación de muchas repúblicas. Lo trae Domínguez, —36→ en su Diccionario, y Amunátegui Reyes añade que en todos los vocabularios latinos se encuentra insolutus, a, um.
INVERNAR.— El Diccionario no trae la acepción americana.- Enviar el ganada al invernadero.
- J -
JABA.— El cesto en que se guarda la loza.
JALAR.— A propósito de este verbo, usado en toda la América, en vez del halar que trae el Diccionario, dice Febres Cordero: «No hay razón para que al vocablo " haca se le permita convertir la h en j y decir jaca, y se desdeñe la voz jalar que no procede ciertamente de una sola provincia o nación, sino de todo un mundo: es un continentalismo, si vale la palabra. Haya, pues, un lugarcito en el Diccionario para jalar, que bien lo merece, por que abogan en su favor dieciséis naciones».- El último argumento dudo que pese para los señores académicos. Dieciséis naciones abogan en favor de dictaminar y clausurar, y la Academia desestimó el argumento.- Estar jalado se dice, caritativamente, por estar borracho.
JEBE.— En toda la América se da este nombre a la goma elástica. El Diccionario trae la voz, pero en otra acepción.
JESUITISMO.— Este vocablo existió en el Diccionario, ¿por qué se le habrá eliminado?
JIPIJAPA.— Esta voz viene de la lengua yunga, y significa sombrero fabricado con la paja conocida por bombonaje.
JORA.— (Del quechua) El maíz preparado para hacer chicha.- El Diccionario trae, en tal acepción, la palabra sora tan desconocida, en América, como el cachazpari de que ya hemos hablado.
JULEPE.— Apuro, prisa.- Miedo, susto.
JUSTICIABLE.— Aquello en que la justicia debe intervenir para absolver o penar.
—37→
- L -
LARGONA.— Dar largona es demorar la resolución de un asunto. No decimos, en América, dar largas a un negocio.
LIBRECAMBISTA.— Partidario del libre cambio.
LINCHAR.— Aplicar a un delincuente lo que, en América, se conoce por ley Lynch.
LINCHAMIENTO.— El acto de linchar al criminal.
LIPES.— El Diccionario llama piedra lipis al sulfato de cobre del que, en el siglo XVI, se descubrieron abundantes minas en el Alto.- Perú (hoy Bolivia), en la provincia de Lipes. Según el padre Alonso Barba, en su importante obra sobre Metalurgia, se llevaron a España muestras, dándose a la piedra el nombre de lipes (y no lipis, como quiere la Academia, ni lipez, como escriben muchos peninsulares) en memoria de la provincia. En América decimos y escribimos, con sobra de fundamento, piedra lipes.
LISO, A.— A las acepciones del Diccionario añadimos la de fresco, descocado, atrevido. La Academia admite la de desvergonzado, pero sólo como término de Germania.- '¡No sea usted liso!' dicen nuestras paisanas al galán que empieza a propasarse o deslizarse.
LISURA.— Palabra o acción irrespetuosa. La Academia da a la voz lisura las acepciones de ingenuidad y sinceridad.- Decirle a un prójimo lisura y media es hartarlo a desvergüenzas.
LITERATEAR.— Ensayarse en escribir para el público, ocuparse en literatura sin gran competencia para ello.
LOGOMAQUIA.— Disputa sobre palabras o ideas de poca importancia.
LONDONENSE.— El nacido en Londres (London). En buena filología no se le puede llamar londronense ni londrinense.
- M -
MÁCHICA.— (Del quechua) La harina de maíz tostado que, a puñados, comen nuestros indios, mezclándola —38→ con azúcar y canela. También se hace máchica del maní o cacahuete tostado.
MAJADEREAR.— Porfiar con mucha obstinación.
MALÓN.— Algarada, ataque sorpresivo de tribus salvajes sobre poblaciones civilizadas.
MAMADA.— A la acepción del Diccionario agregamos la de ganga o ventaja conseguida a poco precio, o con pequeño trabajo. Fernández Cuesta trae este neologismo.
MAMANDURRIA.— El sueldo que se disfruta sin merecerlo: el provecho que se obtiene con poco o ningún esfuerzo.
MANCARRÓN.— Caballo inservible. También llamamos mancarrón a una empalizada para desviar por corto trecho el curso de un riachuelo o de un arroyo.
MANGAJO.— Desgarbado, desaseado, hombre sin voluntad para nada y del que se hace lo que se quiere.
MANTEQUILLERA.— La vasija en que se sirve la mantequilla.
MARACA.— Un juego popular y de suerte.
MARITATAS.— Trebejos, objetos de poco valor.
MAROMEAR.— Vacilar para resolverse; inclinarse, según los sucesos, a uno u otro bando; estar a la de viva quien venza.
MAROMERO.— Más que al que baila sobre la cuerda, llamamos maromero al que, en política, contemporiza con todos los partidos.
MASACOTE.— Toda masa mal preparada. La Academia escribe mazacote. ¿Por qué?
MASACOTUDO, A.— Se aplica al pan, bizcocho, guisado o pasta en que la masa está pegajosa y mal preparada.
MASATO.— Fernández Cuesta trae este americanismo. El masato es una especie de mazamorra que de plátanos o yucas condimentan nuestros indios, principalmente los salvajes.
MATAPERREAR.— Hacer travesuras, estar de juerga, hacer novillos los escolares.
MATAPERROS.— Granuja. La voz no se usa en singular.- Por un perro que maté me llaman el mataperros, refrán que en España hemos también oído, y con el que —39→ se expresa que basta haber cometido una falta para que se nos atribuyan otras parecidas.
MATURRANGO.— Mal jinete.
MUCAMO, A.— Tan generalizada se halla esta voz, originaria del Brasil, en las repúblicas del Plata, en la acepción de criado o sirviente doméstico, que sería imposible excluirla del lenguaje.
MEDIOEVAL.— Muchos académicos han usado este vocablo que no está en el Diccionario.
MECHA.— Chanza, burla, broma, chisme, mortificación.- Fernández Cuesta trae la voz.- No es mala mecha la que tengo en el cuerpo decimos para expresar que nos sentimos mortificados por algún chisme.- Esa es mecha, equivale a decir esa es filfa, mentira, cuchufleta, broma.
MECHIFICAR.— Burlarse del prójimo, fastidiarlo.
MICROGRAFÍA.— Descripción de objetos vistos con el microscopio.
MINGA.— (Del quechua) Faena voluntaria de pocas horas que, en día festivo, hacen los peones en las haciendas, sin más recompensa que la de un poco de chicha o de aguardiente. La minga es siempre pretexto para jolgorio en el campo.
MONTUBIO, A.— Persona del monte, ordinaria, grosera, sin modales, que no pierde el pelo de la dehesa.
MOTINISTA.— El que toma participación en un motín. La Academia admite sólo amotinador, nombre que, en mi concepto, corresponde más al cabecilla de motín que a los secuaces.
MOZÓN, A.— Dícese por la persona que tiene gracia para hacer una burla.
MOZONADA.— Burla graciosa.
MUCHITANGA.— La muchedumbre populachera.
MULTÍPEDO.— Animal de muchos pies.
MUTISMO.— En la acepción de mudez no sólo se usa en América sino en España. Pereda, en su novela Nubes de estío, ha empleado la voz. El mutismo no es cualidad de los mudos sino de los que tenemos la lengua expedita.
—40→
- N -
NACIONALIZAR.— La Academia no acepta este verbo y exige que se diga naturalizar, vocablo en el que no entra la idea de nación sino la de naturaleza.- Nadie dice ni escribe, por el acto de cambiar una nave mercante de bandera, que se naturaliza sino que se nacionaliza.
NACIONALIZACIÓN.— No está en el Léxico, por mucho que la voz se lea en la Constitución de varias repúblicas.
NEOLOGÍA.— El ramo o parte de la Gramática general que trata del empleo de vocablos y giros nuevos.
NUMISMATOGRAFÍA.— Ramo de la numismática relativo a la descripción de medallas antiguas.
- Ñ -
ÑÁÑIGO.— El perteneciente a una asociación secreta que, en la isla de Cuba, han formado los negros.
ÑATO, A.— Equivale al chato, a, de España.- La Ñata, en América, es la Muerte.
ÑEQUE.— Brío, potencia, coraje, vigor, fuerza, robustez.- Tener mucho ñeque es ser muy hombre, muy fuerte, muy guapo.
- O -
OBJETANTE.— Admitida por la Academia la voz preguntante, no hay razón para excluir objetante, vocablo muy usual en nuestras Universidades.
OBSTRUCCIONISTA.— Llamamos así al que, en los cuerpos colegiados, busca siempre inconvenientes para la realización de un propósito. Al sistema de poner dificultades lo llamamos obstruccionismo.
—41→
OCLOCRACIA.— Gobierno formado por la ínfima clase popular. Y aquí nos vienen a la pluma dos vocablos, que olvidamos apuntar en la letra C, y que son muy usados por los periodistas.- Canallocracia y canallácrota, que expresan lo contrario de aristocracia y aristócrata.
OMÓFAGO.— El que se alimenta de carne cruda.
OCOSIAL.— (Del quechua) Terreno húmedo que se deprime y en el que hay alguna vegetación.
OPORTUNISMO.— Partido político formado por los maromeros, vividores, equilibristas, tejedores y cubileteros.
OPORTUNISTA.— Llamamos así al que espera el triunfo de una causa para exhibirse como apóstol de ella, y hasta como mártir, aunque ni con sus oraciones hubiera contribuido al resultado.
ORFEBRE.— Trayendo el Diccionario orfebrería, no hay por qué excluir al artífice.
ORFELINATO.— Casa de huérfanos, en América. A pesar de su saborcito francés, la palabra satisface una exigencia del lenguaje. El orfelinato es de la misma familia que el manicomio y el panóptico, consignados en el Diccionario.
ORIFICAR.— Llenar con oro la picadura de una muela o diente.
ORIFICACIÓN.— La acción de orificar.
ORIFICADOR.— Pequeña herramienta que sirve para orificar.
OROGRAFÍA.— Descripción de montañas.
- P -
PACO.— (Del quechua) La enfermedad a que la ciencia da el nombre de afta, enfermedad que, generalmente, sufren los niños en lactancia.- En algunas repúblicas se llama paco al gendarme.- Paco-vicuña, animal que se encuentra en las regiones más frígidas del Perú y de Bolivia, y cuya lana es muy estimada para tejidos.
PAJONAL.— Terreno en que abunda la paja.
PALANGANA.— Pedante, fanfarrón. Estas acepciones no las trae el Léxico.
PALANGANADA.— Pedantería, fanfarronada.
—42→
PALANGANEAR.— Alardear de saber lo que se ignora, o de poseer cualidades de que se carece,
PANCA.— (Del quechua) La hoja amarilla que envuelve la mazorca de maíz y que, entre otros usos, se emplea en lugar de papel, para los cigarrillos llamados de panca.
PANOFOBIA.— Estado del ánimo en que predominan la melancolía y el terror.
PANEGIRIZAR.— Verbo de frecuente uso en nuestra oratoria sagrada. Juan de Arona no lo considera como neologismo, pues el padre Isla lo empleó en el capítulo IX de su Fray Gerundio. Admitido está el verbo historiar, y de historiar a panegirizar (hacer el elogio o panegírico) no hay gran trecho de camino. Si el padre Isla en materia de lenguaje, es autoridad reconocida y recomendada por la misma Academia, no hay motivo para tildar de malos hablistas a los americanos que, en el púlpito, panegirizan.
PANTORRILLA.— Tener pantorrilla es fincar presunción en algo, y conquistarse fama de cándido.- Acariciar la pantorrilla de fulano, es halagar su vanidad.- Tener muy gorda la pantorrilla, es ser tonto de capirote.
PANTORRILLUDO, A.— Presumido, cándido. Tanto este vocablo como el anterior no tienen, en el Diccionario, la acepción que, en América, les damos.
PAMPERO.— Huracán de las pampas. El Diccionario llama pampero sólo al habitante de las pampas. El poeta Zorrilla ha usado la voz en la acepción que aquí le damos, y que es la generalizada.
PAPORRETA.— Hablar de paporreta es locución que aplicamos a los que hablan de corrido, con la elocuencia del chorro de agua, y con poca o ninguna conciencia de lo que dicen.
PATRIOTERÍA.— Exageración ridícula de amor a la patria.
PATRIOTERISMO.— Lo mismo que patriotería.
PATRIOTERO, A.— Decimos artículo patriotero, manifestación patriotera, y hasta fulano es un patriota muy patriotero. Excusamos la definición.
PATULECO, A.— La Academia trae patojo, voz que no usamos en América.
PAQUETE.— A las acepciones de la Academia añadimos —43→ la de llamar paquete, al que viste con lujo un tanto cursi.- Ponerse paquete, es vestir la ropa dominguera.
PARADOJAL.— Lo altamente paradójico.
PAVIMENTAR.— Hacer el pavimento de un edificio, calle, etc.
PAVIMENTACIÓN.— Lo mismo que pavimento en acepción más lata.
PEDIMANO.— Cuadrúpedo que, en los pies de atrás, tiene el pulgar separado, lo que le permite servirse de aquéllos como si fueran manos.
PECHUGA.— Exceso de confianza. Esta acepción falta en el Léxico. Decir ¡qué pechuga! equivale a ¡qué llaneza! ¡qué confianza!
PECHUGÓN, A.— Persona confianzuda, de poca delicadeza.
PEPA.— El hueso de algunas frutas como la palta, el mango, el melocotón, etc. La Academia trae sólo pepita.
PERICOTE.— Ratón americano más pequeño que la rata.
PERSONALIDAD.— Cuando decimos, escribe Amunátegui Reyes, que fulano es una personalidad queremos significar que es sujeto de prestigio e influencia. La Academia no trae esta acepción admitida por D. Víctor Salaguer, en su libro Añoranzas.
PERSONERÍA.— En los tribunales americanos no hay personalidad jurídica sino personería. El Diccionario no trae esta acepción.
PETROLERO, A.— Este vocablo nació con los excesos de la Comuna, en Francia, y nadie rehúye pronunciarlo o escribirlo, pues la voz incendiario no tiene por completo la significación de petrolero.
PICAFLOR.— Especie de colibrí o pajarito originario de América. En todas las repúblicas se le conoce con este nombre.
PICASENA.— Enojo, disgusto, desazón, retraimiento.
PIRCA.— (Del quechua) Pared hecha sin argamasa. Este americanismo lo trae Salvá.
Pisco.— La tinajuela de barro en que el productor vende el aguardiente.
PISCOLABIS.— Echar un piscolabis es beberse una copa de aguardiente de Pisco, provincia del Perú que produce un delicioso aguardiente de uva.
PITAR.— Fumar pitillos o cigarrillos.
—44→
PIQUE.— En pocas repúblicas se llama nigua al pique.
PIQUÍN.— El novio, el galancete de una joven.
PLANAZO.— En el sentido de cintarazo, voz no usada en América.
PLANCHADO, A.— Estar planchado es no tener ni un centavo en el bolsillo. Falta en el Diccionario esta locución americana.
PLATUDO, A.— El rico de pueblo.
PLEBISCITARIO, A.— Lo que se refiere al plebiscito. En las democracias no se puede hablar ni escribir prescindiendo de este adjetivo. A cada paso tropezamos con las actas plebiscitarias o el mandato plebiscitario.
PRECIOSURA.— Distinguimos entre preciosura y preciosidad, que es la palabra del Léxico. Una madre, en América, nunca llama a su hijo preciosidad sino preciosura. Solo tratándose de objetos que tienen precio metálico decimos preciosidad.
PRESTIGIOSO, A.— La Academia sólo acepta este adjetivo en la acepción de prestigiador o jugador de cubiletes, y no en la de persona influyente, notable, distinguida que goza de gran prestigio.- Gobernante prestigioso, caudillo prestigioso y autoridad prestigiosa, son locuciones de consumo diario en América. Y a propósito, ¿por qué no se habrá dado lugarcito en el Diccionario al sustantivo desprestigio ni al verbo desprestigiar, voces muy castizas y de constante empleo?
PRESUPUESTAR.— Formar presupuesto. Desde ha medio siglo está la Academia haciendo de este verbo cuestión batallona, y el tal verbo erre que erre obstinado en vivir. Lo que es, en América, tiene ya carta de ciudadanía expedida por los indoctos y refrendada por los doctos. El verbo presuponer, en América, lo usamos sólo en la acepción de dar por cierta, notoria y constante una cosa para pasar a tratar de otra; pero no encarna ni despierta en el espíritu la idea de numeración o de cifras, como quiere la Academia, la que estima el vocablo presuposición como sinónimo de presupuesto. Gracioso sería que un ministro purista, apoyándose en la autoridad de la Academia, nos saliera con Presuposición de gastos del Ministerio de Guerra, pongo por caso.
Tendencia natural de todo idioma es la de enriquecer su vocabulario. El léxico inglés, por ejemplo, en el primer —45→ cuarto de nuestro siglo, era muy poquita cosa, y hoy es verdaderamente numeroso en vocablos y acepciones. Pero la Real Academia, por mucho limpiar y mucho fijar, está haciendo del habla castellana una lengua pobre, casi litúrgica. No creo que la intransigencia sistemática dé esplendor al idioma. Con sobra de razón dijo uno de mis compañeros en la Correspondiente de Lima, hojeando un ejemplar de la duodécima edición del Diccionario, que el léxico español se parece a las camisas de algodón. Mientras más se lavan, más se encojen.
POLICÍACO.— El agente subalterno de la policía. La voz es despreciativa.
POLITIQUEAR.— Manía de hablar de política entre los de escaleras abajo.
POLITIQUERÍA.— Véase politiquear.
POLITIQUERO, A.— Persona que politiquea.
POLIPÉTALO.— Flor que tiene muchos pétalos.
POTRERO.— Terreno cercado y sembrado, regularmente de poca extensión.
PRIVADOR, A.— Persona que, con facilidad, cambia de predilección en sus amigos.
PUCHO.— (Del quechua) Lo que, en España, se llama colilla o punta de cigarro. En América nadie arroja la colilla sino el pucho.- No vale un pucho, locución despreciativa tan generalizada como esta otra: -Me importa un pucho.
PUCHUELA.— Cosa de poca importancia, obsequio de pequeño valor.
PUNA.— (Del quechua) Dase este nombre a las altiplanicies más frígidas de los Andes.
PUQUIO.— (Del quechua) Fuente natural de agua muy cristalina, y que llega a formar un estanque o pozo poco profundo.
- Q -
QUENA.— (Del quechua) Especie de flauta con que los indios del Perú, Bolivia y Ecuador se acompañan para cantar un yaraví.
QUINCHAR.— (Del quechua) Levantar paredes de quincha. El Diccionario trae este sustantivo, pero no consigna el verbo.
—46→
QUINUA.— (Del quechua) Simiente lenticular con la que se hace un guiso muy sano y alimenticio.
QUIPE.— (Del quechua) Lío o atado que cargan las indias a las espaldas, en el que llevan ropa, comestibles y, a veces, hasta al hijo en lactancia.
QUIPUCAMAYO.— (Del quechua) El descifrador de quipus o quipos, como dice el Diccionario. El vocablo lo traen Garcilaso y otros historiadores.
QUIRQUINCHO.— (Del quechua) Animalito de la especie del armadillo, muy abundante en Bolivia, que tiene un carapacho como la tortuga, caparazón que los indios utilizan para el charango, instrumento parecido a la bandurria.- Hombre de mal genio.- Cigarrillo que se elabora con tabaco del Beni.
- R -
RABONA.— La mujer que, en muchas de nuestras repúblicas, acompaña al soldado en sus marchas y hasta en el campo de batalla.- Hacer la rabona, hacer novillos un escolar.
RABUDO, A.— Lo que tiene gran rabo.- Los mojigatos llaman rabudos a los pecados mortales.- El Rabudo, el Diablo.- So cabello rubio buen piojo rabudo, se lee en un antiguo refranero español. No me parece neologismo nuestro, sino palabra que nos trajeron los conquistadores y que hemos conservado.
REALIZACIÓN.— Falta el vocablo en el léxico.
REFRACTARIO, A.— Rebelde, negativo, resistente. ¿Por qué no ha da agregarse esta acepción, tan generalizada, a las que el Diccionario trae? El uso, mal que pese a Baralt, ha impuesto la que aquí apuntamos.
REFRANERO.— Libro en que se han coleccionado los refranes.- La voz, aunque usada por escritores muy cultos, no se halla en el Diccionario.
REMOLER.— Estar de jarana.
REMOLIENDA.— Parranda, jarana.
REPUBLICANEAR.— Alardear de republicano.
REPUBLICANISMO.— Tener palabras y acciones de republicano, tratar a los demás de igual a igual.
RETOBAR.— Forrar en cuero un objeto.
RETOBO.— La acción de retobar.
—47→
RESONDRAR.— Dirigir a una persona palabras injuriosas. Las mujeres son las que más conjugan el verbo.
REVANCHA.— En la acepción de desquite se ha usado, en España, por buenos hablistas como Ventura de la Vega, Mora y Ochoa. Es galicismo tan generalizado que ya no admite rechazo, tanto más cuanto que, en español, no tiene verdadero equivalente.
RIFLE.— Fusil moderno, aunque la palabra no lo sea mucho, pues estuvo en boga, en Colombia, Bolivia y el Perú, durante la guerra de independencia. En la batalla de Ayacucho, el batallón Rifles combatió con gran bizarría.
RIFLERO.— Soldado que maneja el rifle. No hay impropiedad en la voz desde que la Academia llama fusilero al que maneja el fusil.
ROCAMBOR.— En casi toda la América se conoce con este nombre el juego de tresillo.
ROCAMBOREAR.— Jugar tresillo.
ROCAMBORISTA.— Jugador de tresillo.
- S -
SABLEADOR.— Así llamamos, en América, al militar que no tiene otro mérito que el de ser bravucón o comedor de carne cruda. En España oí que los llamaban espadones, y, por cierto, no en el sentido de eunucos, que es el que el Diccionario da al vocablo espadón.- También, como allá, llamamos sableador al petardista.
SABLEAR.— Dar sablazos y petardear.
SALVAJISMO.— El señor Batres Jáuregui defiende la palabra salvajes, que nadie usa en América, por mucho que la traiga el Diccionario. Entre nosotros no se dice, por ejemplo, actos de salvajez sino actos de salvajismo.
SANGUARAÑA.— Un baile popular.- Dejarse de sanguarañas es dejarse de rodeos e ir al grano.
SANGUARAÑERO, A.— Persona que baila sanguaraña, la que anda con remilgos para referir algo.
SECRETEO.— Hablar bajo y al oído de otra persona.
SECRETEARSE.— El secreteo mutuo.
—48→
SIGNATARIO, A.— La persona que firma un documento. La voz es muy usada por los diplomáticos.
SINDICATO.— Corporación elegida de entre los accionistas de una empresa. Hay diferencia, y mucha, entre sindicato y gerencia, que es la voz que el Diccionario trae. En el Congreso Literario de Madrid, a propósito del comercio de libros, dos o tres de los oradores hablaron sobre la conveniencia de establecer un sindicato de libreros y editores; y en el Congreso Mercantil oí también la palabra a don Segismundo Moret, gran orador y académico de la Española.
SINVERGÜENZA.— El que carece de dignidad o de vergüenza. El doctor Thebussem diserta muy atinadamente sobre la necesidad de admitir el vocablo.
SINVERGÜENCERÍA.— Falta de decoro o de vergüenza.
SOLUCIONAR.— Empleamos este verbo, que la Academia no admite, en el sentido de poner término o resolver una cuestión, un problema, un conflicto, un litigio. El uso ha hecho que, en América, demos idéntico significado a los verbos solucionar y resolver, y a los sustantivos solución y resolución.
SOROCHE.— (Del quechua) Dolencia, a veces mortal, que acomete a los viajeros en la cordillera andina.
SUBVENCIONAR.— A cada paso se lee la frase subvencionar la prensa, esto es, favorecer a un periódico con una subvención oficial o de alguna empresa. Nada de forzado tiene el verbo.
SUCUCHO.— Chiribitil, habitación pequeña, incómoda y sucia.
SUERTERO, A.— En el Perú otras repúblicas no se venden billetes de lotería sino de suertes, y al vendedor o vendedora de ellos se le llama suertero o suertera. Por mucho que, en rigor gramatical, debiera llamársele sortero, el gremio de suerteros protestaría, y con derecho, pues ha más de un siglo que, en el Perú, se halla en posesión pacífica y nunca discutida del vocablo. El virrey Gil y Lemus, en una pragmática o reglamento que promulgó en 1792, los llamó también suerteros. En cuanto a la voz sortero, bien se está con sus acepciones de agorero y adivino que el Diccionario le acuerda.
SUPERVIVIENTE.— La voz jurídica, en América, no es —49→ sobreviviente como exige la Academia, a pesar de admitir el vocablo supervivencia.
SUCEPTIBLE.— Delicado, quisquilloso, fácil en darse por ofendido. La Academia no trae esta acepción.
SUCEPTIBILIDAD.— Disposición del ánimo para ofenderse por nimiedades. El vocablo es muy usado, pero no se halla en el Diccionario. Algunos escriben susceptibilidad y susceptible.
- T -
TAMBARRIA.— Jarana, parranda escandalosa que tiene la gente más ruin del populacho.
TATUAR.— En Oceanía y en algunas tribus salvajes de América acostumbran los indios pintarse, con colores imborrables, el rostro, brazos o pecho, dibujando animales, jeroglíficos y otros emblemas.
TATUAJE.— La acción de tatuarse. El tatuaje es hoy frecuente entre marineros.
TRADICIONISTA.— El que relata o escribe tradiciones populares, cosa muy distinta del tradicionalista que la Academia define. Y no me digan que abogo en causa propia al apuntar el vocablo. A nadie, que yo sepa, se le ha ocurrido hasta ahora decir o escribir el tradicionalista Ricardo Palma.
TEJEDOR.— Falta en el Diccionario la acepción que, en 1540, dio a este vocablo el Demonio de los Andes. Véanse maromero, cubiletero, oportunista y vividor.
TFMBLADERA.— Damos, en América, este nombre a lo que el Diccionario llama tremedal.
TETELEMEME.— Tonto.- Hacerse el tetelememe, simular tontería.
TIMBIRIMBEAR.— Jugar en las casas de juego mal afamadas.
TIMBIRIMBERO.— El que concurre a las timbas o timbirimbas.
TOCUYO.— Tela burda de algodón que, por lo barata, tiene gran consumo.
—50→
TOLDERÍAS.— Llamamos tolderías (siempre en plural) a los ranchos o tiendas que los salvajes levantan en sus excursiones por las pampas.
TUTUMA.— La cabeza.- Ser duro de tutuma, ser torpe, sin entendederas.
- U -
ULPO.— Especie de mazamorra hecha de trigo o de maíz, con la que se alimentan los indios en muchos pueblos de América.
USUAL.— Entre otras acepciones de esta voz, trae el Diccionario la de: «Aplícase al sujeto sociable y de buen genio».- Perdone la Academia; pero nunca hemos oído decir: '-Don fulano es un caballero muy usual'.
- V -
VIATICAR.— Administrar el viático. Este verbo, de uso frecuente, en la prensa de Madrid, en la que diariamente se lee: «Ha sido ayer confesado y viaticado don fulano de tal».- Principia a aclimatarse en América. No lo patrocinamos, como no patrocinamos los verbos obstaculizar, silenciar (callar) ni sesionar (celebrar sesión) neologismos que empiezan a generalizarse sobre todo en el periodismo.
VIGENCIA.— Las leyes en vigencia es locución de uso diario.
¡VIVA!— Exclamación de aplauso. El vocablo vítor ha pasado al panteón de los arcaísmos.
VIVAR.— En la época colonial siempre que se trataba de elección de abadesa o de prior de convento, de colación de grado universitario, de algo, en fin, que significase lucha y la consiguiente victoria, los americanos —51→ victoriábamos o vitoreábamos al vencedor, Con la independencia murieron los vítores, que ya ni entre monjas se oye la palabra. Hoy se viva todos y por todo: antes del triunfo, en el triunfo y después del triunfo. Los vítores eran hijos del éxito. ¿Hay hogaño un bochinche popular? Lo primero que pregunta el curioso es ¿a quién vivan? Y después los vivas se encargan de decirnos por quién quedó el campo. El verbo vivar es republicano por excelencia, y en América vivimos conjugándolo siempre.- Y no me digan que es desusado en Esparta, pues lo he oído nada menos que de boca del ilustre académico don Gaspar Núñez de Arce quien, al clausurar el Congreso Literario, terminó su discurso con estas palabras: «-¡Viva España! ¡Vivan las repúblicas hispano-americanas!».
VIVIDOR.— Dícese por la persona amoldable a todo, y que así está bien con San Miguel como con el diablo.
VOLUPTUOTISMO.— No es lo mismo que voluptuosidad. Castelar, en su Nerón, hace resaltar la diferencia.
- Y -
YACIMIENTO.— Criadero de algunas sustancias. Así decimos, yacimientos de salitre, etc.
YARAVÍ.— (Del quechua) Canción amorosa y melancólica de nuestros indios. La voz la usaron muchos historiadores.
YAPA.— (Del quechua) Lo que el Diccionario llama adehala, vocablo desconocido en América.
YAPAR.— Dar la yapa.
YANACONA.— (Del quechua) El individuo a quien el propietario de un fundo rústico arrienda, para que lo cultive, un lote de terreno.
YANACONIZAR.— Dividir un fundo en lotes y distribuir éstos entre yanaconas.
YEGUARIZO.— Decir que fulano tiene un yeguarizo equivale a decir que tiene gran cantidad de yeguas para mejoramiento del ganado caballar. Esta es la única acepción que, en América, damos al vocablo. La que le da el Diccionario no la usamos.
- Z -
ZACÚARA.— La espiga de la caña brava. Según Juan de Arona, la voz procede del guaraní tacuari, y alega razones para preferir que se escriba zacuara, y no tacuara ni sacuara.
ZAFACOCA.— Pendencia, desorden, revoltijo.
ZAINE.— Obsequio de frutas, pastas, dulces, pañuelos, objetos de briscado y otros de poco precio que, en azafate cubierto por un paño, acostumbraban hacer las monjas a sus confesores, y las personas de la clase media a sus amigos o parientes, en el día de cumpleaños.
ZAMACUECA.— Baile popular del Perú y Chile.
ZAMACUEQUERO, A.— Persona diestra en ese baile.
ZAPALLO.— (Del quechua) Calabaza americana cuya pulpa es amarilla.- Sembrar zapallo, dícese por el que tropieza y cae.
—52→
Nota
No pretendo haber atinado siempre en la definición de vocablos, y creo que no serán pocos los que reclamen modificación o ampliación. Omnia sub correctione, etc.
—53→
Apéndice
Mi querido colega: He leído y estudiado la colección de papeletas, que hoy le devuelvo. Tal vez no lleguen a media docena los vocablos cuya admisión no estimo necesaria. En cambio, y por si usted quisiere utilizarla, le acompaño una relación de palabras de frecuente uso, y que, a pesar de ser castellanas, no están en el Diccionario.
Muy cordialmente suyo.
J. A. DE LAVALLE.
Lima, julio 18 de 1892.
Autoritativo, a.
Bicicleta.
Ciclismo.
Ciclista.
Comprovinciano, a.
Centralista.
Comité.
Convencionalismo.
Copartidario, a.
Educacionista.
Eleccionario, a.
Espécimen.
Equilibrista.
Federalista.
Humorismo.
Humorista.
Humorístico, a.
Iniciador, a.
Iniciativa.
Intransigible.
Locatario, a.
Mercantilismo.
Miriada.
Notabilidad.
Obscurantismo.
Obscurantista.
Parlamentarismo.
Positivista.
Propagandista.
Reaparecer.
Recipiendario.
Reformista.
Reprobable.
Rudimentario, a.
Unitarista.
Velocipedista.
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