Palma en su epistolario
Luis Jaime Cisneros
Academia Peruana de la Lengua
Pontificia Universidad Católica del Perú
Recorriendo la correspondencia de Palma con Juan M. Gutiérrez, diríamos que las tradiciones comienzan a escribirse por 1872. En la carta del 26 de marzo de ese año le confiesa:
«Tengo listo un libro cuya impresión comenzaré en junio. Lo componen 20 tradiciones o leyendas peruanas. Si algún mérito tiene, es en presentar en humilde prosa, acontecimientos de nuestra historia colonial».
(Ibid., I, 13)
Corriendo 1875 parece haberse desatado una especie de fiebre por el género. No hubo literato que no se sintiera interesado en escribir esta clase de artículos (Amunátegui, Escardó, Del Solar, Pastor Obligado, Pedro Casters, etc.). Palma se muestra interesado en el juego y solicita el envío de tales obras para revisarlas concienzudamente. Se advierte tal intención cuando escribe a Gutiérrez para decirle qué piensa sobre la obra de Amunátegui: Según Palma, no se trata de «tradiciones» sino de «novela».
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Y es claro que Palma se siente como halagado por presentirse como el responsable de esta tendencia y se jacta del gusto que las tradiciones despiertan.
a) «Miguel Luis Amunátegui, también va a coleccionar las tradiciones que ha publicado en los diarios. Como Ud. ve ha entrado fiebre de tradicionar lo que francamente es halagador para mí que he sido el iniciador de género de escritos» (5-VII-1875; Ibid., I, 20).
b) «Un joven uruguayo, don Francisco Escardó, me escribe que va a publicar en Montevideo un libro de tradiciones del Plata. Me ha enviado 2 como muestra y tengo para mí que son mejores que las de Amunátegui. A pesar de su gran talento Amunátegui, en mi opinión, a escrito novelas y no tradiciones» (loc. cit.)
En 1874 Palma había enviado dos tomos de las tradiciones a Juan M. Gutiérrez. El 12 de enero del 75 le dice:
«No había escrito a Ud. antes por no distraerlo de sus atenciones, limitándome a enviarle mi segundo libro de tradiciones y el volumen de don Juan de Caviedes. Supongo que ambos libros habrán llegado a sus manos».
(Epistolario, tomo I, 14)
Palma sólo busca enterarse de si han llegado a mano de Gutiérrez los tomos enviados. En julio del mismo año está afinando un tercer tomo, que Palma confía tener impreso cuatro o cinco meses después.
La carta tiene además rica información, pues en ella aclara Palma el objeto de las Tradiciones. En verdad, le ha estado enviando esos tomos a Gutiérrez en procura de un juicio imparcial; este pasaje respalda esta conjetura:
«Para dentro de cuatro o cinco meses en el que mandaré mi tercer y último tomo de tradiciones lo comprometeré a que escriba un juicio crítico de ella. Trátelas sin misericordia y como si fueran hijas de un indiferente. No busco el juicio apasionado del amigo a quien el afecto extravía acaso, sino la opinión concienzuda del hombre de letras».
(Ibid., I, 19. Su fecha; 5-VII-1875)
Siete meses después, en febrero del 76, Palma cumple con el envío prometido. Entre estas cartas no hay respuesta conocida de Gutiérrez. Palma confirma nuevamente su interés en recibir opinión:
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«Por este vapor le remito un ejemplar de mi nuevo libro Tradiciones. Recuerde que me ha ofrecido un juicio crítico sobre estas modestas hijas de un amigo. Nada de benevolencia, justicia seca es lo que pido».
(10-11-1876; Ibid. I, 26)
Pese a que Palma anunciaba que su tercer tomo era el último, el 7 de julio de 1877 le anuncia a Gutiérrez haber escrito otros dos volúmenes; dice tenerlos por entonces en prensa y se compromete a enviarlos apenas hayan salido de la imprenta:
«Dentro de cuatro meses le enviaré mi cuarto volumen de tradiciones. El quinto está ya escrito, e inmediatamente que salga a luz lo enviaré a Ud.».
(Ibid., I, 30)
Palma mantenía relaciones con diversos hombres de letras, y claro es que la intención de esta correspondencia epistolar era, en algunos casos, y según las personas, diferente: de Juan M. Gutiérrez quería Palma escuchar una voz crítica, una probable corrección o llamada de alerta. En cambio, cuando escribe al escritor chileno Vicuña Mackena, lo que anhela Palma es intercambiar sus obras, conversar por escrito para contarse anécdotas y proporcionarse datos que pudieran servir para ilustrar los múltiples temas interesantes que cada uno frecuentaba en sus escritos. Lo podemos confirmar cuando Palma escribe a Vicuña Mackena primero para informarle que le ha enviado ya tres volúmenes de tradiciones y, enseguida, cuando Vicuña escribe a Palma pidiéndole una tradición para un volumen de cierta importancia. Palma responde de modo singular: no sólo le enviará la tradición solicitada sino que acepta de antemano cualquier arreglo que Vicuña pudiera proponerle para continuar con la correspondencia que trata de literatura y política. He aquí fragmentos de ambas cartas:
«He enviado a Ud. sucesivamente los tres volúmenes de tradiciones que llevo publicados en los cuatro años últimos».
(29-VIII-1872; Ibid., I, 42)
«Cuente Ud. con la tradición que me pide para su número de estreno y en cuanto a correspondencia político-literaria no tendría inconveniente para aceptar cualquier arreglo que me proponga».
(31-XII-1878; Ibid., I, 52)
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Idea germinal de la obra
En la carta que Palma escribe, el 11 de setiembre de 1872, al redactor de La Nación, leemos esta declaración:
«Las tradiciones son mi ofrenda de amor al País y a las letras. Me ocupo actualmente de escribir una segunda serie de crónicas nacionales. En esta tarea no aspiro a ser un obrero del presente sino del pasado y aquí perdone Ud. que no acepte su (*falta una palabra) de fotografiar la actualidad»
(Ibid., I, 55)
Fotografiar es aquí palabra clave, nunca pretendió Palma pasar como creador de sus argumentos; el reconocer que la historia va inspirando (y fundamentando) su obra. En carta del 18 de enero de 1878 le escribe a Carlos T. Robinet:
«Nunca he aspirado a pasar por original en la creación de un argumento. Esa cualidad de la fantasía conviene al novelista; pero no a quien, como yo, vive en el enmarañado campo de la historia. Mis tradiciones, más que mías, son de ese cronista que se llama pueblo, auxiliándome, y no poco, los datos y noticias que en pergaminos viejos encuentro consignados. Mía es, sin duda, la tela que las viste; pero no el hecho fundamental. Soy un pintor que restaura y da colorido a cuadros del pasado».
(Ibid., I, 76)
Y añade, en la misma carta, nombrando alguna de sus fuentes:
«En todos ellos volúmenes no hay quizás seis leyendas cuyo argumento sea exclusivamente mío. Desde Garcilaso y el Palentino hasta el último cronista de convento, es infinito el número de colaboradores que he tenido para hilvanar esas pobres páginas de historia colonial».
(Loc. cit.)
Y esto que aplica para sí, quiere extenderlo Palma hacia los demás, lo anima a crear conciencia de las fuentes en que toda tradición debe abrevar; y por eso aconseja cultivar el género de las tradiciones al quiteño Juan León Mora, puesto que en Quito deben (según Palma) sobrar temas para una tradición:
«Quito debe ser fecundísimo en tradiciones. Por qué no cultiva Ud. este género? Anímese Ud. y estoy seguro de que realizará con —13→ lucimiento el trabajo que por otra parte es digno de laboriosidad y de su bien merecida reputación literaria».
(2-IX-1873; Ibid., I, 57)
Idea idéntica anima a Palma cuando, respondiendo a una invitación, le acepta a Juan M. Gutiérrez una tradición sobre Peralta y Olavide:
«Tiene Ud. razón en aconsejarme que escriba una tradición que resalte las figura de Peralta y Olavide. Ya encontraré, buscando con calma el argumento; y justo es que esa tradición vaya dedicada a quien me dedicó el pensamiento».
(12-V-1876; Ibid., I, 27)
Conciencia de «estilo»
El estilo de Palma es de su exclusiva e inmutable propiedad. Por eso se da el lujo de afirmar que no hay prosista español que le haya servido de modelo. Lo afirma con cierta suficiencia en carta que escribe a Vicente Barrantes el 29 de enero de 1890:
«Tengo la fatuidad (llámela Ud. así, sin empacho) de creer que entre los prosistas españoles de hoy, ninguno pueda pretender haberme servido de modelo. Para mí una tradición no es un trabajo ligero, sino una obra de arte».
(Ibid., I, 334)
Y no se quiera ver en la declaración hostilidad alguna hacia lo español. Fue ciertamente admirador fervoroso de España y de lo español, y no hallaremos rasgo alguno de animadversión; en la citada carta a Barrantes podemos leer:
«Sin duda que leyó Ud. mis tradiciones con ánimo un tanto prevenido; pues sólo así me explico que haya encontrado en ellas agravio formal a España».
(loc. cit.)
Y es explicable. Toda la obra de Palma, desde la perspectiva de los temas como desde la del lenguaje, está mirando a la buena cepa española. Sus propios desacuerdos sobre asuntos lexicográficos, que miran muchas veces a defender la estricta presencia de la América hispana, no reniega del viajero Solar de Lope y de Cervantes sino que abogan por esa expansión que hoy ha alcanzado la lengua, y de la que es buena expresión el empeño en que se halla la Real Academia Española de redactar, con el auxilio de las distintas academias de América, el gran Diccionario de Americanismos.
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