Ricardo Palma en 1882-1892: De la defensa del Perú a la del español de América. Sus amistades argentinas
Oswaldo Holguín Callo
Pontificia Universidad Católica del Perú
El período 1882-1892 de la vida de Ricardo Palma ofrece algunas situaciones personales críticas seguidas de largos momentos relativamente apacibles. Una mirada sobre su patria hace ver que en 1882 el Perú sufría las consecuencias de la derrota y los estragos de la ocupación enemiga ocasionados por la Guerra del Pacífico; diez años más tarde, superada a un altísimo precio aquella contingencia, hacía frente a su dolorosa herencia de pobreza y limitaciones de todo tipo, mientras se reconstruía lentamente por la escasez de recursos. Palma no fue ajeno a tan graves alternativas. Perdida su morada de Miraflores, cerca de Lima, en el incendio de origen bélico que en 1881 destruyó ese poblado campestre, y con ella su valiosa biblioteca americanista amorosamente formada desde los primeros años de la juventud, Palma atravesó un breve período de profunda depresión que al fin dejó para seguir sirviendo a su patria como él sabía hacerlo: con la pluma. Escribió páginas literarias y crónicas periodísticas sobre la situación del Perú que muchos diarios -especialmente La Prensa de Buenos Aires- y revistas extranjeras publicaron, y con el dinero que ello le produjo pudo sostener a su familia, acrecida con nueva prole por esos años. En noviembre de 1883, a poco de hacerse la paz con Chile, y aunque había recibido atractiva oferta de trabajo en Buenos Aires, nada menos que en aquel diario, logró ser nombrado Director de la Biblioteca Nacional, cargo que ambicionaba y constituía un claro reconocimiento de sus méritos intelectuales. Ese mismo año su amigo Carlos Prince, diligente editor y librero francés radicado en Lima, publicó las seis primeras series de sus tradiciones, la quinta y la sexta por primera vez, colección económica que consolidó su popularidad dentro y fuera del país. El 28 de julio de 1884, el día patrio peruano, Palma cumplió su ofrecimiento de reabrir la Biblioteca Nacional, saqueada por los chilenos. Durante cerca de treinta años, sin dejar la literatura, se entregó por completo a esa institución, fungiendo de verdadero «bibliotecario mendigo» por las muchas veces que solicitó ayuda y donativos a fin de devolverle la riqueza bibliográfica perdida.
Pero no todo fue felicidad en su vida. Golpeada por la derrota, la nueva generación rodeó a Manuel González Prada, distinguido escritor de ideas radicales, y este hizo blanco de sus críticas, entre otros, a Palma, aunque en forma indirecta al fustigar el género que había creado -la tradición. Palma se sintió muy dolido y expresó una y otra vez su desencanto, al tiempo que anunciaba su retiro de la lid literaria. Por suerte no fue así y siguió escribiendo y publicando libros de tradiciones recopiladas y artículos de variada índole. Consciente del cambio de gustos, no por ello renunció a sus ideales estéticos, pero sin duda se fue distanciando día a día de la modernidad que no satisfacía sus aspiraciones. No dejó de plasmar tradiciones pero tampoco poesía -en 1887 reunió lo mejor de sus versos bajo el título de Poesías- y, sobre todo, empezó a manifestar un gran interés lexicográfico, expresión de su profundo nacionalismo, recopilando varios cientos de voces provinciales peruanas y americanas para hacerlas reconocer por la Academia Española, cuyo miembro correspondiente era desde 1878 y con la cual había colaborado decisivamente para fundar la filial peruana. La oportunidad inmejorable se la dio el nombramiento de delegado del Perú a las fiestas españolas por el cuarto centenario del Descubrimiento de América (1892). Viajó a la península con sus hijos Angélica y Ricardo, y asistió y participó en numerosos actos culturales y sociales. Lamentable aunque comprensiblemente, la Academia Española no aceptó muchos de los términos que propuso, sufriendo Palma una gran decepción. Años más tarde, casi todas esas voces lograron el reconocimiento solicitado.
Palma practicó el americanismo literario desde la juventud. Quiso estrechar relaciones con escritores de las nuevas nacionalidades hispanoamericanas a través de la lectura, de la crítica, de la colaboración en sus publicaciones periódicas. Una y otra vez, sobre todo en el primer período de su vida, expresó ideas favorables a la unión y fraternidad de los pueblos que habían sido colonias españolas. Reunió una valiosa colección de libros de autores del Nuevo Mundo ibérico, y con no pocos hizo amistad epistolar cuando no pudo establecer un vínculo directo. Y, lo más importante para esta nota memoriosa, argentinos fueron los que formaron el grupo más numeroso, y de seguro el más querido, entre todas esas relaciones. Precisamente en el período que cubre el epistolario que ahora se publica, las relaciones de Palma con sus colegas argentinos fueron de lo más estrechas y variadas, sin duda por razones políticas, históricas y coyunturales, y porque Buenos Aires se hallaba convertida en la gran capital sudamericana donde muchos escritores encontraban un medio favorable a sus inquietudes. Por ello, no fue casual que en 1890 Palma rindiera un sentido homenaje poético al general José de San Martín -«A San Martín. Homenaje de un soldado de la patria vieja», llamado también «Presente, mi general»- y se valiera de la ocasión para condenar el expansionismo chileno que recientemente había mutilado al Perú.
En su adolescencia, Palma leyó La novia del hereje o la Inquisición de Lima de Vicente Fidel López, cuya influencia es evidente en su temprano cuanto breve «romance» Lida (1853), y conoció de cerca a Juan María Gutiérrez, quien, de visita en Lima por 1851-1852, aprovechó la ocasión para investigar en la Biblioteca Nacional, donde el joven Palma le sirvió de amanuense. Por esos mismos años también estrechó la mano, y le dedicó unos versos, de José Mármol, el valiente poeta del Plata que había condenado al dictador Rosas, blanco también de versadas palminas de semejante designio. Pero, sin duda, no hubo argentino más cordial y estrechamente ligado a Palma, tanto en los tempranos años juveniles como en los de la madurez cargada de elogios, que Juana Manuela Gorriti.
Una rápida revista de algunos de los principales amigos argentinos de Palma, muchos de ellos escritores, además de los referidos, podría empezar con Hilario Ascásubi, el viejo cantor gauchesco que en 1864 acompañó a Palma a visitar la tumba de Musset en el cementerio del Père Lachaise de París. J. Pastor Servando Obligado, seguidor de Palma en el cultivo de la tradición, figura central de una de las famosas veladas literarias de Juana Manuela en la que leyó una de sus producciones, seguramente fue el que más perseveró en el género entre los tradicionistas argentinos. El notable poeta Carlos Guido y Spano mereció afectuosos conceptos de parte del viejo limeño, así como Miguel Cané le dirigió a Palma muy sentidas apreciaciones.
En los años sesenta del siglo XIX, Palma colaboró una y otra vez con La Revista de Buenos Aires de Vicente G. Quesada. Más tarde, formuló elogiosa crítica al Martín Fierro de José Hernández (1879) y a la Historia de San Martín y la emancipación sudamericana de Bartolomé Mitre (1889), cuyas Poesías ya había reseñado (1862); también en este año consagró artículo ad hoc a las poesías del citado J. M. Gutiérrez. En cada caso, hubo formal intercambio epistolar muy de acuerdo al uso y estilo de la época. No menos afecto acusó la correspondencia de Palma con Ernesto Quesada, Florencio Escardó, Rafael Obligado -reseñada por Aurelio Miró Quesada S.-, Santiago Estrada, Héctor Florencio Varela, Francisco Lagomaggiore, Adolfo E. Dávila, Alberto y Enrique Navarro Viola, Martín García Merou, Manuel Ugarte, Leopoldo Díaz, Estanislao Zeballos, Domingo Faustino Sarmiento, José Clemente Paz, Lucio Víctor Mansilla, Roque Sáenz Peña, José María Zuviría, Mariano Aurelio Pelliza, Pedro N. Arata, Adolfo Saldías, Juan M. Espora, Lauro Cabral, Ángel Justiniano Carranza, Ricardo Trelles, Jerónimo Espejo, entre otros.
Finalmente, en los últimos años de su vida Palma recibió, en su retiro de Miraflores, la visita de no pocos personajes argentinos, atraídos, como tantos, por la fama del ilustre escritor. Entre ellos estuvo Antonio Sagarna, diplomático y escritor que representaba al gobierno de Buenos Aires en el Perú. Sagarna le dedicó a Palma, a poco de su muerte, más de un artículo que revelaba la profunda admiración y aprecio que sentía por el viejo limeño. Vino a ser como el vocero de los muchos argentinos semejantemente cautivados por Palma, quien nunca dejó de encomiar las altas prendas de los compatriotas de uno de sus arquetipos, el libertador San Martín. Tan presentes tenía Palma a sus colegas los escritores del Río de la Plata, que así los evocó en sentido discurso dirigido a una delegación de estudiantes hispanoamericanos (1912):
«Vosotros, estudiantes argentinos, llevad en mi nombre un saludo al poeta Carlos Guido Spano, mi compañero de ancianidad, así como a vuestro presidente Sáenz Peña, mi noble amigo, a Estanislao Zeballos, a Pedro Arata, a Pastor y Rafael Obligado, mis constantes corresponsales, y a los literatos que hoy enaltecen con sus producciones a la gran patria de Juan María Gutiérrez, de Miguel Cané, de Hilario Ascásubi, de Faustino Sarmiento y de Bartolomé Mitre»1.
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