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FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

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ARTOLA ARBIZA, Antonio Maria. Ezkioga. En el 80° aniversario de la Pastoral de Mons. Mateo Múgica Urrestarazu sobre Ezkioga (07/09/ 1933), Lima, Fondo Editorial Revista Oiga (978-61-2465-76-03). 2DA. EDICIÓN

domingo, 2 de octubre de 2011

MANUEL RICARDO PALMA SORIANO IN MEMORIAM

CARTA 11

Lima, julio 22 de 1881

(Recibida) Ayacucho, agosto 6/81 10 p.

(Contestada) Ayacucho, agosto 24

Excmo. señor don Nicolás de Piérola. Ayacucho.

Mi antiguo y buen amigo:

Cuatro he dirigido a usted por diversos órganos en los dos últi­mos meses, cumpliendo mi promesa de ser activo corresponsal suyo, ya que causas independientes de mi voluntad me impiden estar a su lado. Verdad es que no siendo ya militar ni hallándome en condi­ciones para empezar el aprendizaje del oficio, escasísimo servicio po­dría prestar en la próxima campaña, y acaso sea más útil en Lima. Tampoco, según entiendo, ha habido un lugar para mí en la asam­blea que, a la fecha, debe haberse instalado; y lo siento; pues me veo privado de llevar a ese cuerpo mi modesto contingente de ideas.

Tal es el desarrollo de los sucesos, que tengo por seguro que an­tes de quince días habrá desaparecido la farsa magdalénica. Esa gen­te está en pleno desconcierto. Los representantes chorrillanos andan escogitando la manera de caer menos ridículamente, y hay entre ellos un pequeño número que se inclina a reconocer la autoridad de us­ted. La cifra de pecadores arrepentidos va haciéndose ya crecida. Don Manuel Francisco Benavides, el traidor sempiterno, y don Maria­no Felipe Paz-Soldán, el ruin por excelencia, y otros muchos pícaros de igual calibre, confiesan ahora que es imposible la subsistencia del gobierno de la Magdalena. Por su parte García Calderón sólo se preo­cupa de dos cosas: de ver cómo logra vivir hasta fines de agosto, época en que habrá conseguido redondear la operación del canje de incas por los billetes fiscales que se están grabando en New York (40.000.000); y de su noviazgo con la señorita Rey y Basadre, hija del caballero chileno que durante veinticinco años fue cónsul de Chi­le en Arica. La primera operación tiene bemoles y empieza a dudar que se le dé tiempo para realizarla, por mucho que en ella están interesados los capitalistas del círculo argollero que han comprado por resmas incas a cuatro o cinco soles papel. En cuanto a la segun­da operación, téngola por clavo pasado; pues el lunes 18 pidió don Francisco la mano de la niña y tuvo el consentimiento de la familia.

Cáceres, situado en Matucana, ha puesto en jaque a chilenos y achilenados. Presumo que para setiembre habrá usted organizado y puesto en movimiento un ejército respetable, y que para entonces ha­rá la intimación del caso al enemigo. O paz decorosa o guerra sin tregua. Pero en sus cálculos, amigo mío, proceda usted sin contar para nada con Lima. Aquí la gran mayoría es de indolentes que de­sean sacudir el yugo chileno; pero sin poner ellos nada de su parte. Como las beatas con sus oraciones, lo ayudarán a usted con sus sim­patías y con habladurías callejeras; pero nada más. Tendrá usted muchas, muchísimas promesas y hasta combinaciones y planes atrevi­dos para secundar oportunamente las operaciones militares que usted emprenda acercándose a la capital; pero en el momento preciso ha­llará pocos hombres y abundancia de bribones, y cobardes. La semi­lla de los Pata de Gallina, Osma, Canseco y Rivarola ha fructifica­do abundosamente.

Mucho avanzaremos con la inauguración, en setiembre, del nue­vo gobierno en Chile. Santa María sube al poder como quien tiene bajo sus plantas una bomba con dinamita. Juzgue usted por el re­corte impreso que le incluyo, ya que periódicos chilenos no llegan aquí a poder de ningún peruano. Parece que desean que no conozcamos el espíritu de su prensa, ni nos formemos cabal concepto de la efer­vescencia de los partidos. Pero el hecho es que se aglomeran nubes y que la tempestad vendrá.

Para conjurar la borrasca, para evitar el incendio de la propia ca­sa, tendrá Santa María que hacer lo posible por poner término al conflicto con el Perú. Al cabo se convencerá de que paz con cesión de territorio, será paz firmada sobre arena: de que paz en que, en materia de armamento y desarme, nos colocáramos bajo el tutelaje de Chile, sería una paz imposible por absurda.

A Santa María no puede escondérsele que no es obra de romanos el batir al ejército de ocupación que hoy existe en Lima, y que va a ser reforzado con cuatro o cinco mil hombres más. Sabe también que si acepta el plan propuesto en el seno de las cámaras de abandonar Lima y reconcentrar su ejército en Tarapacá, tendrá allí que mantenerlo a la defensiva indefinidamente, pues la guerra se haría eterna. Añade usted que el enemigo debe estar escarmentado del éxi­to de los bloqueos y de la ineficacia de estos en costa tan abierta como la nuestra y ainda mais tan dilatada.

El hecho es que, después de dos años largos de guerra y de la ocupación de Lima, se encuentra ahora Chile con que la guerra em­pieza. El cansancio tiene que entrar por algo en las probabilidades de paz, pero paz en que Chile, para no exponerse a perderlo todo, con­sienta en amainar algo de sus exageradas pretensiones.

No me asusta el éxito si la guerra prosigue. Creo en favor nues­tro las probabilidades de triunfo, siempre que, como hasta aquí, los que acompañan a usted sepan hacer, en aras de la patria, el sacrifi­cio de sus pasioncillas. Harto buen sentido ha revelado el país des­deñando a los anarquistas y farsantes de la Magdalena. Que Dios sea misericordioso para con ellos; pero usted y la asamblea de Ayacucho tienen que ser inflexibles y castigar con rigor a los que han hecho causa común con el invasor extranjero. Por Dios, nada de contempo­rizaciones con los hombres de la argolla. Si quiere usted regenerar el país sea intransigente con ellos. Armese usted con la hoz del se­gador. Basta de mala yerba. Purifique usted este pueblo destruyen­do el elemento gangrenado. Pruébenos usted que sabe castigar a los que han delinquido, y no haga otra vez lujo de generosidad y de hi­dalguía declarando (en la práctica) lo pasado sin pasado.

Pongo punto a esta que va alargándose más de lo que me pro­puse. Sin ninguna de usted a qué contestar, desde hace cuatro meses, quedo aguardando sus órdenes.

Muy de corazón siempre su amigo.

R. P.


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