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FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

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ARTOLA ARBIZA, Antonio Maria. Ezkioga. En el 80° aniversario de la Pastoral de Mons. Mateo Múgica Urrestarazu sobre Ezkioga (07/09/ 1933), Lima, Fondo Editorial Revista Oiga (978-61-2465-76-03). 2DA. EDICIÓN

domingo, 2 de octubre de 2011

MANUEL RICARDO PALMA SORIANO IN MEMORIAM

CARTA 17

Cartas de P. Lettre 22/81

(Recibida) Ayacucho, setiembre 29/81

Lima, setiembre 21 de 1881

Excmo. señor don Nicolás de Piérola

Mi distinguido amigo:

Esta mañana recibí su muy estimable del 24 de agosto. Correos y telegramas, en nuestra tierra como en España, van a paso de tortuga.

La gran novedad de la semana es la insigne bellaquería del mi­nistro yankee. Sobre ella hablo largamente a Aurelio García en la que, abiertamente, le incluyo, rogando a usted que la lea, pues así me evita repetirle lo mismo en esta.

No sé si habrá llegado ya a manos de usted una que le dirigí ha­rá quince días, y en la cual le relataba un romance. Pues, amigo mío, el romance pica en historia. He leído algo como memorándum que Hurlbut le pasa a Lynch. Consigna allí exactamente las mismas de­claraciones de que habla el romance: esto es, que los Estados Uni­dos no consentirán un tratado con desmembración de territorio. No me ha sido posible conseguir copia de ese memorándum; pero no desespero de obtenerla en breve para remitírsela a usted.

El hecho en que usted y yo y todos los peruanos hemos vivido hasta aquí en la errada creencia de que el Perú era nación indepen­diente y soberana. Pues, señor mío, tenemos tutor y ¡qué tutor! mr. Hurlbut es el encargado para ponernos las peras a cuarto y hacer­nos entrar en vereda.

Tiene usted razón de sobra cuando me habla en su carta de la escasez de hombres útiles. Tuvimos como representante del Perú en Washington a un pazguato que, a las primeras de cambio, desertó de su puesto; y a esa deserción debemos en mucho el reconocimiento que hizo Christiancy, y el nombramiento de Hurlbut, y las dificulta­des con que lucha Cabrera, y Dios sabe todo lo que la conducta ver­gonzante de nuestro encargado de negocios tiene aún que dar motivo.

Con el advenimiento al poder de Santa María y su ministro Balmaceda, veo que la situación se complica desventajosamente para no­sotros. Chile embromará todo lo que pueda para no ceder a la pre­sión norteamericana, pero, al fin, tiene que adoptar un partido. ¿Será este eliminar a García Calderón para decir que no tiene en Lima go­bierno con quién entenderse? Empiezo a dudarlo. ¿Por qué? Mi res­puesta va a ser digresión.

Don José María Químper escribió hace dos meses una carta a Salita María, de quien es amigo personal, desde la dictadura de Pra­do en 1865, diciéndole que con motivo del Manifiesto estaba seguro de ser perseguido por usted, que pensaba realizar sus bienes e irse al extranjero, y que le pedía consejo. Santa María le contestó que es­tuviese tranquilo, que nada vendiese, que la paz se haría y que ayu­dase a Calderón. Químper no hace un misterio de esta carta y la muestra a todo el mundo. Yo no la he leído, pues desde 1866 no cambio ni un saludo con ese señor; pero encargué a un amigo que averiguase la verdad y ella es la que refiero a usted.

Excepcionalísimo pueblo es el nuestro. En cualquiera otro la carta de Hurlbut habría sublevado no diré el espíritu de nacionalismo sino el amor propio. Aquí hay una mayoría de necios, que no ven más allá de sus narices, y que dan a esa carta libelo una significa­ción e importancia que, debo yo ser un burro de albarda, pues no alcanzo a encontrársela. Deducen esos pobres de alcances que García Calderón está de plácemes, y nosotros de capa caída. Y lo grave es que, con la perspectiva de paz, van los magdalenos conquistando prosélitos en Lima.

Hoy somos mayoría y mayoría inmensa, abrumadora. Pero tan voltario es el pueblo, se enfría tan fácilmente su entusiasmo, y es tan hacedero corromper hombres, que si no procedemos con actividad cerremos el peligro de dar triunfo definitivo a la argolla.

No me creo competente para dar a usted un consejo; pero no tome usted como tal lo que voy a decirle sino como ideas de un ex­travagante, que ama a su patria y que es leal y abnegado amigo de usted tanto como execrador de la infame argolla.

Me gustan mucho los golpes de teatro, acaso por lo que tuve o tengo aún de soñador y poeta. No sé los elementos de que usted dis­pone, ni si cuenta con ejército suficiente para emprender, sin pérdi­da de minuto, campaña sobre Lima; pero campaña rápida, activísima y que, si Dios no sigue abandonándonos, le permita a usted estar en la capital antes de un mes. La fracción anarquista liaría bártulos y Chile, fatigado ya de la lucha, no tendría más que hacer que pen­sar seriamente en la paz. Repito que ignoro si dispone usted de lo preciso para batir los siete u ocho mil hombres que, a mediados de octubre, podrían presentar los chilenos en línea de batalla.

Si Santa María decide, como lo aconseja la prensa de Valparaí­so, la ocupación indefinida de Lima, se hace indispensable destruir el pequeño ejército de hoy antes de que él pueda enviar refuerzos. Paréceme que hay indiscutible conveniencia en tentar por nuestra parte un golpe de fortuna, pronto, muy pronto, en todo octubre. Una victoria, cueste lo que costare, y el porvenir es nuestro. El éxito in­mediato aniquilará por completo la pretenciosa soberbia del yankee, y dará a usted envidiable popularidad. Lo que no podamos obtener en octubre, tengo por dificilísimo que lo logremos más tarde.

No sé si me he explicado con claridad; pero usted no necesita que le pongan los puntos sobre las íes. Apunto una idea, toca a usted comentarla. O me equivoco mucho o una acción de guerra, antes de que Chile haya podido entrar en negociaciones con los de Magdalena sería para estos el golpe de gracia. Basta sobre este tema.

Veo por la carta de usted que, probablemente, algunas de las mías han sufrido extravío y no han llegado a su poder. Sólo así pue­do explicarme las palabras de usted relativas a mi diputación por una de las provincias de Loreto. Por abril o mayo escribí a usted diciéndole que algunos amigos pensaban en exhibir mi candidatura; pero que yo no quería exponerme a una derrota ridícula y que acep­taba en caso de ser mi candidatura la oficial. En consecuencia pedí a usted que, si le convenía el que yo fuera miembro de la asamblea, me recomendaría al prefecto. Pasaron los meses y cuando yo descan­saba en la seguridad del triunfo, esperando sólo las actas (haciendo sacrificios a pesar de lo estrecho de mis finanzas en la actualidad) para encaminarme a Ayacucho, recibí cartas en que participaban mis amigos que conforme a mis instrucciones, no me habían exhibido por­que los candidatos oficiales eran los señores Secada y Astete (hoy co­mensal asiduo de Químper). A usted le constaba que estos señores fueron calificados por la asamblea y que, por consiguiente, no tenía yo actas con qué presentarme. Por eso me explico menos que, co­mo usted me lo dice, se hubiera opuesto cuando se trató de darme lugar en una de las representaciones vacantes. No era ciertamente ra­zón la de que no me hallaba presente para concurrir en el acto a las sesiones; pues pasan de diez los propietarios que en la asamblea fueron remplazados por los suplentes. Al ser llamado, indudablemen­te que habría emprendido el viaje. Todos los hombres tenemos un lado pantorrillesco y el mío es la altivez. Por eso cuando Peña, Pas­tor y otros amigos me preguntaron en Lima el por qué no iba con ellos a la asamblea, les contesté que porque mi candidatura no era la oficial y porque repugnaba a mi carácter ir a hacer el papel de mendigo de diputación.

Si he tocado este punto, en que el amigo se queja francamente del amigo, es porque consagra usted a él un acápite en su carta. Yo, mi querido don Nicolás, soy amigo barato. A usted le consta que durante la dictadura sólo pretendí un título colorado, el de subdirec­tor de la biblioteca, que lo pretendí hasta cierto punto por razones de amor propio, que el señor don Federico Panizo me desairó como Inepto o algo peor, que yo retiré la pretensión para evitarle un de­sacuerdo, por ligero que este fuese, con su secretario de instrucción, que, al fin, como resultado del encuentro casual que en Miraflores vivimos, llegó a hacerme el nombramiento en noviembre de 1880, es­to es, tres meses antes de la batalla. Perdone usted que haya gasta­do tinta hablándole de mi persona y de quisquillas que usted sabrá calificar como arranques de dignidad o como frutos de exagerado amor propio. Quiero que usted se persuada de que, entre sus amigos, seré siempre uno de los más leales y, ainda mais, el más barato. Pelillos al agua.

El 18 de setiembre, contra lo que se esperaba, ha pasado sin que los chilenos den escándalo grave. Lo han festejado encerrados en sus cuarteles.

En cuanto a los 40 millones billetes, nada se sabe de cierto. Di­cen que mr. Brent trajo por valor de ocho millones; pero a mí se me antoja no creerlo. Tengo motivos para presumir que si vienen sería por el primer vapor de octubre, y entrarán en Lima como de con­trabando. De otra manera, Lynch les echaría la zarpa encima.

Largo he plumeado esta noche, y pongo punto hasta próxima opor­tunidad.

Siempre muy suyo.

PALMA

Por el vapor de mañana enviaré la de usted a Polo. Me alegro de que le haya usted escrito. Eso le dará bríos, pues adquirirá la certidumbre de que sus esfuerzos son apreciados por usted. El Canal sigue vigoroso.

Manuel Irigoyen, emisario enviado por G. Calderón cerca de Mon­tero a Cajamarca, está ya de regreso. Nada ha conseguido.

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