CARTA 1
Miraflores, setiembre 25 de 1880
Excelentísimo señor don Nicolás de Piérola.
Mi respetado amigo:
Debo a usted una explicación de mi conducta después del afectuoso párrafo que echamos el jueves en la estación de Miraflores y me apresuro a dársela. Cuando el martes partió del señor Solar una insinuación para que remplazara en La Patria al señor Jaimes, mi respuesta fue que, sin embargo de que generalmente se me creía desairado por usted en la humilde pretensión, que hace ocho meses, tuve de ser nombrado subdirector de la biblioteca, desaire que me había atraído no poca rechifla de los civilistas, estaba pronto a prestar la cooperación de mi pluma, si se creía que con ella servía al país y a la causa y persona de usted.
La casualidad nos puso, dos días después, al habla en Miraflores, tocamos a la ligera la cuestión prensa y casi quedé comprometido con usted a encargarme de la redacción en jefe de La Patria. Pocas horas más tarde tuve una entrevista con el sr. Solar y me indicó que iba a estar (encargada) a un caballero que podrá valer mucho pero cuya reputación como escritor está todavía inédita.
Por modesto que yo sea, tengo un nombre literario, soy miembro de la Academia Española, mi firma es familiar en toda la prensa de América y entre los que actualmente borroneamos papel en el Perú, soy el único cuyos escritos se traducen al inglés, francés y alemán. En fama literaria, merecida o inmerecidamente conquistada, poco tengo ya que ganar y en la prensa militante corría el peligro de perder algo de ella. Seguramente que usted no me habría hecho la injuria de proponerme que entrara en la redacción de un periódico con el carácter de guerrillero o principiante en el manejo de la pluma.
Yo estaba dispuesto a aceptar, durante la guerra, la redacción en jefe de La Patria hasta sin remuneración pecuniaria, bastándome en prueba de que mis servicios eran estimados, el que de vez en cuando se me hiciera el obsequio de una caja de buen cigarro. Tal vez no llevaba yo al periódico el contingente de un gran talento y de una vasta ilustración, dotes que indudablemente son en mí pobrísimas pero llevaba mi infatigable y reconocida laboriosidad y una firma más estimada en el extranjero que en mi patria. Contesté al señor Solar, rechazando su candorosa propuesta y ofreciéndole sí que continuaría, como lo he hecho durante siete años, colaborando en el periódico de una manera privada y sin interés de dinero.
Hay derecho para exigir todo del amigo, menos el sacrificio de lo que unos llaman quisquillosa vanidad o exagerado amor propio y que para mí no es sino conciencia de la dignidad personal.
Para servir al país en estos días de aflictiva prueba, para romper lanzas en defensa del mandatario amigo y de su política no necesito ocupar puesto en La Patria. Yo he servido, sirvo y serviré en la prensa extranjera sin hacer ostentación de ello y acaso hasta ignorándolo usted. La Razón Latina de Nueva York, el Siglo XIX de Méjico y El Tiempo de Montevideo, publican quincenalmente una correspondencia mía. No es ciertamente un mérito el que contraigo, porque mérito no hay en el cumplimiento del deber. La consigna es combatir al enemigo y robustecer la acción del gobierno y téngome por muy leal cumplidor de la consigna.
Sea usted pues bastante benévolo, amigo mío, para darme por relevado de todo compromiso para con La Patria.
Al concluir, perdone usted que lo ocupe con una pequeñez per-sonal. Don Manuel Pardo, al expedirme cédula de cesantía, tuvo el ridículo capricho de quitarme 4 años y meses en mi hoja de servicios. Yo me resigné esperando para reclamar de esta mezquindad al que hubiera en el país un gobernante que sin afecto ni odio político o personal me hiciera justicia. Mi solicitud, con favorable informe, ha tiempo que se halla en la secretaría de marina y aguardando sólo el decreto supremo. Agradeceré a usted que cuando sus atenciones se lo permitan se digne despacharla a la brevedad.
Excuse usted lo desbarajustado de esta epístola en que hablo al usted de omni re et quibusdam alüs y créame usted siempre suyo, amigo afectísimo y seguro servidor.
RICARDO PALMA
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