CARTA 42
Lima, julio 5 de 1889
Excmo. señor don Nicolás de Piérola.
Mi respetado amigo:
Habría querido tener la complacencia de poner personalmente en manos de usted el pliego oficial de la Academia de la Historia, pliego que le acompaño; pero es casi imposible conseguir hablar con usted, amén que no me resigno a soportar, como me sucedió el lunes, la desatención del edecán de servicio. Yo no fui siquiera con el propósito de hablar con usted sobre la biblioteca, asunto que tengo para mí ha llegado a serle más cócora que una andanada de sonetos de don Numa Pompilio1, sino a darle rápida explicación sobre algo de carácter literario que usted había resuelto aplazar. Ya que había usted patrocinado una publicación literaria, era preciso que en ella se invirtieran trescientos o cuatrocientos soles más a fin de que resultase un libro digno de usted y digno de mí. Iba también resuelto a no pretender para mí la menor gratificación pues el fósforo cerebral que he gastado en el estudio de la obra no vale la pena. Un concejal sostuvo ha pocas noches en la municipalidad que los literatos no necesitan de pan, y que les basta con cosechar laureles. Desgraciadamente, con laurel no se condimenta una ensalada en mis modestos manteles. Queda pues, retirada mi pretensión a toda recompensa pecuniaria; y muy mucho me he alegrado de que haya usted atendido la explicación que hice al doctor Loayza, accediendo a mi propósito de aumentar en veinte o veinticinco pliegos la impresión.
Permítame usted darle ahora explicaciones sobre su nombramiento académico.
Aunque los correspondientes de la Academia de la Historia en el Perú éramos solo don Pedro A. del Solar, Larraburre y yo, la academia se ha dirigido siempre a mí por ser el más antiguo, pues mi elección data desde hace quince años.
Cuando se trató de que el Perú auxiliara a la familia de Jiménez de la Espada, varios de mis amigos me consultaron si aceptaría usted el nombramiento de correspondiente. Yo no quise, pues me parecía poco delicado, escribir a usted (ya que no es posible verlo) hablándole del asunto, y contesté sin vacilar que a usted no podría amargarle un dulce, lo que daba tanto como garantizar yo la aceptación.
Después de la plancha que hizo la academia española hace treinta años, cuando nombró al argentino don Juan María Gutiérrez, quien saltó con la enflautada de devolver el diploma, se resolvió no elegir correspondiente alguno sin que hubiera académico que garantizase la propuesta.
Tengo fe en que usted no ha de cometer pecado de descortesía, poniéndome en mal predicamento, como garantizador, y desearía que me remitiese antes del día 14, en que zarpa vapor de (la armada), su oficio de aceptación, salvo que prefiera enviarlo por intermedio de la legación.
Acompaño también a usted (para que me la devuelva junto con el retrato de Rodolfo Reguín, que le envié hace dos meses) la carta de don Cesáreo Fernández Duro. Este académico es un capitán de navío muy respetado en España, por su talento e ilustración. Ha escrito libros muy notables.
Y con esto mi nuevo compañero, pongo fin enviándole mi sincero abrazo académico.
Muy de usted.
RICARDO PALMA
Mi enhorabuena, por haber libertado de un pésimo cónsul a los peruanos que residen en La Habana.
1 Don Numa Pompilio Llona, poeta ecuatoriano que residió muchos años en Lima y que estaba casado con una limeña.
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