CARTA 7
Lima, abril 9 de 1881.
(Recibida) jauja, abril 9 de 1881.
(Contestada) Ayacucho, abril 24 de 1881.
Excmo. señor don Nicolás de Piérola. Jauja.
Mi distinguido amigo:
Hace cinco días que tuve la satisfacción de recibir su afectuosa y expansiva carta de 22 de marzo. Muy mucho agradezco que en ella me haya usted autorizado para escribirle con ilimitada franqueza: no abusaré de su benévola autorización y sólo haré uso de esta cuando se trate de algo que, a mi juicio, pueda influir en el buen éxito de la patriótica causa a que tiene usted vinculados su reposo en el presente y su nombre ante la historia.
Si es verdad, como por aquí se susurra, que ha nombrado usted comandante general y jefe superior del centro al coronel Cáceres, reciba usted mi débil aplauso por tal nombramiento. Al separar de ese cargo a Echenique habría usted complacido una exigencia patriótica del pueblo limeño, y llamo pueblo a la porción no pequeña de hombres leales que ven en usted al jefe de la nación y al hombre que defiende la honra de la patria. Aunque Juan Martín pudiera vindicarse de las infinitas acusaciones que sobre él pesan como jefe de la reserva, el país no está dispuesto a oírlo, y convendrá usted conmigo en que a veces hay que transigir con la opinión pública por extraviada que la consideremos.
Seré incansable en opinar que si bien, por ahora, tiene usted que agotar toda su sagacidad y no ser muy riguroso, en cambio, más tarde debe usted desplegar una severidad extrema aunque ello repugne a la característica bondad de su corazón. Entre los traidores a la patria encuentro una docena de grandes criminales y un centenar de tontos y noveleros. Que tiemblen los últimos ante el ejemplar castigo que aplique usted a los primeros. No es necesario multiplicar los patíbulos, ni derramar la sangre de los pobres diablos. La mancha que esos hombres han echado sobre el nombre peruano, sólo puede lavarse no dejando impune el delito. Lo vi a usted contemporizar con la cobardía de López Lavalle, de Adolfo Salmón y de otros militares. Por Dios, señor, que no lo veamos a usted contemporizar más tarde con los infames que se han aliado al vencedor chileno; que no lo vea-anos a usted clemente con esa argolla, que el mismo día 13 y, a la primera noticia del desastre de San Juan, formaba conciliábulos y organizaba conspiración contra usted; que no lo veamos ser magnánimo con ese circulito de malos peruanos que preferían el triunfo chileno al gobierno de quien, como usted, fue indulgente con las iniquidades del pasado.
Francamente, cada día siento en mi alma más hiel contra el civilismo que, con su caprichosa ley de expropiación salitrera, nos preparó el conflicto actual y que aun habiéndolo previsto, no quiso, no supo alistar al país para la lucha. Como muy sesudamente lo dijo usted en un documento: “logreros de aquí y especuladores de allá son los autores de la guerra”. Y a usted le deparó el destino recoger la herencia que el civilismo legó a la patria, y cuando los civilistas, en expiación de su crimen, debieron ayudar a usted lealmente, se les ha visto, por el contrario, minando día a día el poder y el prestigio de usted. ¡Y para colmo de imprudencia son ellos, autores de la guerra, los que hoy hipócritamente predican la paz! Y para ir a la paz empieza por sembrar la anarquía y por deshonrar al Perú ante el extranjero.
Soy sincero, amigo don Nicolás. Si no se siente usted con coraje para (después de alejado el enemigo chileno por la paz o por la guerra) imitar al Cristo que con un rebenque lanzó a los profanadores del templo, rompiendo los eslabones de la argolla, preferiría que se alejara usted del escenario y que acabara el país de hundirse.
Yo no desconfío de que los Estados Unidos, en dos o tres meses más, nos presten algún contingente, ya que de la Argentina poco o nada tenemos que esperar. Pero aunque no obtengamos auxilio moral o material del extranjero, no por eso debemos desmayar en el cumplimiento del deber. Para nosotros el deber no es el Dios éxito: el deber es la lucha. No me halago con la idea de paz. Chile, con sus exageradas y deshonrosas condiciones, la hace imposible.
Del pueblo y sociedad limeña poco espero. Hay aquí poca virilidad y mucho egoísmo y corrupción.
Hasta ahora estoy contento de la actitud del resto de la república que ha rechazado con indignación la farsa calderoniana. Mas, como la perseverancia no es cualidad dominante en la índole de nuestras masas, temo que desmayen ante la perspectiva de una larga guerra.
De noticias poco puedo decirle, sin embargo, le incluyo algunas paginitas de Crónica. Cada quincena, mientras yo permanezca en Lima, cuidaré de escribirle una crónica.
Esté usted seguro de que, tan luego como alcance a reunir los recursos precisos para mi familia, iré a reunirme con usted. No quiero que pueda usted decir de mí lo que se dice del capitán Araña, que gritaba: ¡embarca, embarca! y él se quedaba en tierra de España. Tengo la firme decisión de tomar parte activa en la lucha. Concédame Dios realizar prontos mis arreglos financieros.
Entretanto y hasta mi próxima carta me repito muy suyo amigo afectísimo.
RICARDO PALMA
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