CARTA 9
(Recibida) Ayacucho, julio 24/81-10 p.
(Contestada) Ayacucho, agosto 24/81-
Señor Vicuña
Lima, junio 27 de 1881
Excmo. señor don Nicolás de Piérola.
Mi distinguido amigo:
Supongo a usted ya de regreso en Ayacucho y preparando la instalación de la asamblea llamada a salvar la nacionalidad peruana.
Muy mucho siento no pertenecer a ese cuerpo. Verdad que no le habría llevado contingente de ilustración; pero sí de patriótico propósito. Entiendo que el señor prefecto de Loreto se negó a patrocinar mi candidatura; pues no he recibido, como esperaba, acta de elección.
A pesar de todo habría emprendido viaje para esa si insuperables dificultades de orden doméstico no me lo estorbaran. El incendio de Miraflores me ha colocado en muy excepcionales condiciones. Mas no porque no pueda tomar parte en las peripecias y peligros de una campaña activa, soy de los que permanecen arma al brazo y sin hacer fuego. Creo que me habría usted adivinado en las correspondencias del Canal y en alguno de sus editoriales.
Y a propósito del Canal. Me escribe Larrañaga que hace grandes sacrificios para sostener esa publicación, la cual corre riesgo de morir si no recibe pronto auxilio pecuniario de usted. Gran lástima sería, pues es hoy el único órgano con que contamos para desenmascarar a los enemigos de casa y a los chilenos. El Canal ejerce en las repúblicas colombianas y en Estados Unidos utilísima propaganda, y en Lima se arrebatan y corren de mano en mano los números. En mi concepto, sostener ese periódico nos es tanto o más necesario que aumentar el ejército con un batallón. Como dijo no recuerdo quien: la prensa es el cañón rayado de la inteligencia; y más barata, en todo caso, que una batería de seis cañones Krup, y de efectos más seguros, es la continuación del Canal. Tuvimos la fortuna de encontrar un excelente redactor en la persona de don José Toribio Polo (hermano del obispo), escritor juicioso y galano, hombre muy ilustrado, que tiene por la argolla más odio que el demonio al agua bendita, de probada lealtad y que es más pierolista que don Nicolás de Piérola.
¿Dejará usted que muera por consunción el Canal? Créolo imposible. Si como me indica Larrañaga hay en Europa fondos (100.000 L) en poder del señor Sanz, paréceme hacedero fomentar con un giro por tres o cuatro mil libras la vida del periódico. Pocas veces se habría empleado el dinero de manera más conveniente para nuestra causa y para el país que tienen en esa publicación un defensor de su honra.
Los peruanos hemos tenido siempre en poco a la prensa. Por eso los chilenos nos ganaron de mano comprando aliados en la prensa europea que, salvo excepciones, nos ha sido y es generalmente hostil. Nuestros gobiernos, generosos hasta la prodigalidad, han sido siempre tacaños en materia de prensa.
Larrañaga me dice que ha escrito a usted y a don Carlos y al dr. Arenas infinitas cartas manifestando sus apuros para sostener la imprenta, sin recibir hasta ahora una respuesta satisfactoria. Ignorando él mis percances de Miraflores y mi mala situación rentista se dirige ahora a mí; fatalmente no puedo hacer más que colaborar como periodista guerrillero, y abusar de la benevolencia con que usted acoge mis cartas para empeñarme en pedirle que atienda la que yo juzgo legítima exigencia de Larrañaga. Periodista ha sido usted, conoce a fondo el oficio y no necesita, por lo tanto, que le ponga puntos sobre las íes para estimar la conveniencia o inconveniencia de tener en Panamá un órgano exclusivamente peruano, ya que en Lima es ello imposible mientras nos dominen chilenos y achilenados.
Estos, como sabrá usted, desesperados de no poder reunir quórum ocurren el arbitrio empleado por San Martín en 1822. Se llaman constitucionales, y hacen lo que era lícito en San Martín que ejercía una dictadura. García Calderón habla de circunstancias anormales para disculpar la necesidad de su decreto. Para ser lógico debía echar a un lado la mascarilla de constitucionalidad y llamar a su gobierno, gobierno de circunstancias, y a su congreso, congreso de circunstancias. Sólo así va a lograr reunir congreso que es un bodrio, un puchero de absurdos, y que así representa al país como yo al gran turco.
Que los chilenos no se entenderán con García Calderón ni con su congreso de retazos de todos los sistemas, es para mí punto averiguado. Ahí están dándome la razón, los editorialistas de La Situación y el discurso de Vicuña Mackenna en las últimas sesiones del senado en Chile, a propósito del proyecto rechazado de voto de censura al ministerio.
Tampoco creo que antes de octubre se ocupe el gobierno chileno del Perú para otra cosa que no sea seguir esquilmándolo. Lo de expedición sobre Arequipa es una vulgaridad sin sentido. Antes de octubre no puede el enemigo pensar en más que en dominar la costa y sacar provecho de las aduanas. Y razonable es que así proceda. Faltándole a Pinto dos meses y medio para entregar el mando a Santa María, deja a su sucesor la ardua tarea de salir del pantano. Pinto no ha de crearle nuevas complicaciones y embarazos a su camarada Santa María. Este ajustará o no la paz; pero en ningún caso emprenderá su ejército campaña sobre Arequipa, donde se expone a perder mucho y a ganar muy poco.
Tengo por imposible la celebración de un tratado con desmenbración de territorio nuestro. Al problema sólo le hallo una solución, y esa es la intervención norteamericana. Las protestas de las demás repúblicas de nuestro continente contra el principio de conquista, serán pura poesía y papel mojado.
La continuación de la guerra, por nuestra parte, la tengo por otro imposible. ¿Por qué? Porque en nuestro país desventurado no hay virilidad ni patriotismo, porque la anarquía nos gangrena y porque la corrupción está infiltrada no sólo en los hombres de nuestra generación sino en las venas de la generación llamada a remplazar la nuestra. ¿Qué pueblo este donde ochenta y nueve coroneles y cincuenta y siete tenientes coroneles suscriben el compromiso de no tomar las armas contra el invasor? El tesoro público habrá mantenido durante años y años a tanta y tanta sanguijuela, para que, cuando la patria necesita de ellos, se conviertan en inofensivos gusanillos? ¡Y qué militares! ¡Salve usted a la patria con los que tan cobardemente corrieron en San Juan, y con fanfarrones cuando el peligro está distante, y con ladrones que eclipsan las glorias de Roso Arce. Por cada diez militares pundonorosos y dignos tiene usted noventa pícaros, para quienes el deber y la patria y la honra son palabras huecas. Para formar ejército tendría usted que empezar fusilando la mitad siquiera de los militares. Como ya sabe usted que en San Juan hubo jefes, y no pocos, que por salvar incas1, sacrificaron todo, menos la vida por supuesto. ¡Coronel hubo que el 15, a la hora en que se batían algunos de sus soldados en Miraflores, llegaba a Huacho!
No son armas ni municiones lo que más necesitamos para escarmentar al enemigo chileno y vengar los pasados desastres. Es patriotismo y unión, o lo que es lo mismo son virilidad y virtud lo que nos hace falta. Con ellas ¿sería posible que Lima, ciudad de 130.000 almas, se encontrara sujeta por una guarnición chilena de 3,000 hombres? Es necesario que un pueblo haya llegado al colmo del envilecimiento para que, en cada diez individuos que encuentra uno por la calle, haya un espía asalariado por los chilenos o un denunciante oficioso. Es necesaria mucha indignidad en un pueblo para que tolere, la subsistencia de un partido o circulito político, aliado del enemigo, y que festeja como triunfos propios las derrotas de nuestros montoneros y las matanzas de Cañete y las carreras de Pereyra en Huánuco.
El patriotismo sabe hacer milagros, es cierto; pero no hay que esperar milagros donde aquella virtud es casi negativa. Con ciento o doscientos hombres abnegados y entusiastas como usted no se puede hacer más que cumplir con el deber hasta el sacrificio; pero es difícil alcanzar la victoria. Los buenos están en desconsoladora minoría. No son los chilenos que nos han vencido sino nuestros vicios, y consecuencia de ellos es la escasez de hombres para los puestos de compromiso. Padeció usted la equivocación de creer que con la indulgencia se puede convertir en amigo al enemigo antiguo, y dio a los argolleros participación en la cosa pública. Así Man. Francisco Benavides fue hasta consejero de estado, y no cito cien nombres más de civilistas conspicuos. Pensó usted también que a los malos se les puede regenerar con el ejemplo de los buenos, que podía usted hacer de ellos hombres nuevos, fundirlos en molde nuevo e inspirarles la honorabilidad, el valor y la inteligencia de que primitivamente carecieron. Y resultado funesto de ese error fue el nombramiento del general Pata de Gallina1, cadáver sobre cuya tumba habría yo puesto la losa inamovible del ridículo: ¿a qué, amigo mío, desenterrar muertos?
Tácheme usted de extravagante o de hombre que no ha nacido para la política del Perú, por la franca confesión que voy a hacerle. Pienso que el mandatario debe dejar el corazón en la puerta de palacio para verse libre de afecto por tales o cuales hombres. Encariñarse es fatalísimo, y toda predilección es semillero de resistencias. En tierra donde no hay partidos políticos bien definidos o caracterizados por el orden de ideas que defienden, sino partidos personalísimos, es donde menos debe hacer uso el gobernante de las cualidades del corazón. Aquí es la cabeza la que ha de hacer todo el gasto. El buen comerciante ha de tener por corazón una tabla de multiplicar, y el buen gobernante, antes de ir a palacio, ha de dejarlo encerrado en un arcón con llave y como alhaja inútil para ostentarla. El corazón, querido amigo, le ha hecho a usted y le hará todavía mucho daño, pues lo vemos vacilante para acabar de desprenderse de Juan Martín y enviarlo a Europa o a Manila con cualquier pretexto o título colorado; ¡qué extravagante es este Palma, dirá usted acaso! Pero, amigo querido, alguien ha de ser lealmente sincero con usted y ese alguien soy yo que no he de ser ministro de estado (por mucho que lo haya sido una nulidad tan ejecutoriada como don Federico Panizo) ni desempeñaré jamás altos puestos, y que no aspiro sino a vegetar entre libros apolillados y papeles rancios, ni envidioso ni envidiado, y a que me dispense usted la honra de creerme muy de corazón amigo suyo personal y político. Por eso charlo con usted tan campechanamente y le expreso sin embozo mis ideas.
En cuanto a noticias nada de notable que comunicarle, pues supongo que ya, por diversos conductos, tendrá usted conocimiento de la salida sobre Junín de fuerzas al mando de La Lotera. Consta la expedición de 220 hombres del batallón bautizado con el nombre de “Pichincha” cuyo jefe es Carrillo y Ariza y de 150 hombres de otro batallón, “Zepita”. Llevan dos ametralladoras y tres cañoncitos de a 4. Pastor Dávila, Enrique Lara y Ramón Benavides deben ir en la comitiva de La Lotera que saldrá mañana de Lima a unirse con las fuerzas que salieron el 25. El armamento es rifles Grass, es decir, rifles chilenos, e igual armamento lucen los celadores acuartelados en Chorrillos.
El 25 tuvieron los senadores una junta en casa de Calderón por encontrarse ya sin quorum, a causa de estar gravemente enfermos Ramón Montero y el doctor Ríos. Arbitraron el habilitar a Manuel María Rivas y Viterbo Arias que habían cesado en el cargo por aceptación de empleos conferidos por el ejecutivo. Se hallarán así con que el número de senadores les viene tan justo que cuando se enferme uno solo no podrán tener sesión.
El clérigo Pinto que ha ido para Ayacucho con actas de diputado por Huánuco, tengo para mí que no hizo por acá juego muy limpio. Ello, usted sabrá decidir si se presenta oleada y sacramentado, y si es digno de perdón.
Tuvimos una quincena de aparición de folletos. El primero fue el Manifiesto de Químper. Sé que los coroneles Tarrico y Leyva se prepararon para contestar; pero la autoridad chilena se ha negado a dar permiso para la impresión de las refutaciones. El segundo fue una Carta política, escrita por un señor Vicuña, redactor de La Situación, contra la candidatura Baquedano. En ese folleto hay páginas curiosas. El tercero fue un insolente pasquín del Murciélago, hombre que adulaba a usted groseramente y que lo obligó a aceptar su rancho en Chorrillos. Ese folleto es inmundicia.
La prensa chilena ha revelado que Rufino Tarrico y el coronel Osma propusieron a Vergara y Altamirano trabajar por la anexión del Perú a Chile. No lo creo de don Rufino. ¡Haga usted patria con anexionistas!
Juan Aliaga ha dado dos banquetes a Lynch, lo que, como era natural, ha sido motivo de serias críticas en Lima. ¡Siga usted haciendo patria!
Por aquí estamos completamente a oscuras de lo que sucede en Arequipa y Bolivia, pues la correspondencia va a poder de la autoridad chilena que sólo manda entregar las cartas sin importancia. Hasta la correspondencia de Panamá pasa por esa aduanilla.
Pongo fin a esta, que ya va haciéndose larguita, repitiéndome muy suyo amigo afectísimo.
R. PALMA
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