CARTA 18
Lima, octubre 11 de 1881
Excmo. señor don Nicolás de Piérola
Mi distinguido amigo:
Arequipa nos ha dado un desengaño más. Era lógico esperarlo de ese pueblo veleidoso por excelencia. La noticia se recibió aquí el 8 por cablegrama de Arica. Esta circunstancia me da motivo para presumir que la revolución tendría lugar antes del 4, fecha en que el vapor debía llevar a Mollendo el decreto de Lynch de 28 de setiembre, destituyendo a García Calderón de la presidencia magdalénica.
Son contradictorios los pormenores que hasta este momento tenemos de lo sucedido en Arequipa; pero yo me explico, a mi manera, lo que ha pasado. Don Manuel Pardo acabó de corromper y desmoralizar a ese pueblo, que poco necesitaba ya para perder el resto de virilidad que le quedaba. Sembró en terreno fácil para el mal, y lo de ahora no es sino cosecha de la semilla. Convencidos los arequipeños de que se preparaba en Chile un cuerpo de ejército para atacar Arequipa, han creído conjurar el peligro achilenándose. Lo ocurrido es efecto de la cobardía, del miedo, del pánico, tanto como (le la corrupción moral de ese pueblo. Tomaron por artículo de fe las quimeras de la carta y memorándum de mr. Hurlbut, creyeron que ellos daban vigor al mendicante gobierno de García Calderón y que, aliándose a este, se salvaría del malón peruano, y no vacilaron para arrojarse en brazos de la deshonra.
Estoy seguro de que, al siguiente día de realizada tan infame traición al patriotismo, habrán tenido los arequipeños que arrepentirse de ella, pues las noticias que les llevaría el vapor del Callao no eran halagüeñas. Es seguro que a la fecha un cuerpo de 2,000 chilenos estará en marcha sobre Arequipa y entrará en ella sin quemar pólvora y a tambor batiente. El invasor sacará provecho de la vileza y poltronería arequipeña. Chile, apoderado de Arequipa, nos incomunica con Bolivia y dispone de la llave de todo el sur.
Aquí la gente argallera se felicita de lo sucedido en Arequipa, como si no se tratara de la patria sino de cuestiones de caudillaje. Se forjan la ilusión de que acaso Chile volverá atrás y les prestará apoyo contra el pierolismo. Repiten con tal aplomo que del 19 al 20 llegará la noticia de que Montero se les ha adherido que, francamente, empiezo a dudar de la lealtad de este. Hay multitud de pequeñeces acusadoras para Montero. La verdad, aunque nos duela, es que ya en el Perú el patriotismo es un mito.
Miente la historia cuando dice que entre los romanos, se levantaban templos al dios Exito. Donde este tiene altares es en el Perú.
Insisto en una idea que muy a la ligera apunté en una de mis últimas cartas. Busque usted antes de treinta días al dios Exito. Hoy tiene usted probabilidades en favor. Dejando correr un mes más estas disminuyen. Nada importaría perder por el momento Arequipa, Puno y aun Cuzco, si lograse usted adueñarse de Lima y destruir el núcleo argallera. La reacción sería instantánea.
El entusiasmo de los pueblos es como la espuma del champagne. Se evapora pronto. Los individuos podernos tener la virtud de la paciencia y el talento de saber esperar. Desgraciadamente los pueblos son impacientes y aman la agitación. Yo y los que conocemos íntimamente a usted sabemos que en Ayacucho no está entregado al ocio y que si no emprende algo decisivo es por impotencia, por falta de elementos, por causas, en fin, ajenas a su voluntad. Pero esa convicción no podemos imponerla a todos los espíritus.
Mi opinión por desautorizada que ella sea, es que se halla usted en el caso de jugar el todo por el todo, de venir, sin pérdida de minuto y a paso de carga sobre las goteras de Lima, a estrellarse si es preciso confiado en un golpe de buena fortuna, compañera de la audacia. Todos los datos que aquí poseemos nos confirman que puede usted hoy disponer de seis mil hombres de línea. Si deja usted correr algunas semanas empezaría a cundir la deserción y el desaliento.
Hoy son Arequipa y Puno, mañana sería Cuzco, la semana entrante el norte y quién le asegura a usted que, un mes más tarde, no reventará el volcán bajo sus plantas. Las resoluciones rápidas son casi siempre salvadoras. Entre sucumbir por consunción o sucumbir (si tal fuese nuestra desgracia) haciendo el último esfuerzo, la elección no es dudosa.
De Bolivia nada, ni el armamento, tiene usted ya que esperar. Campero se parece a Dios, en que todos hablan de él y nadie lo ha visto más que con los ojos de la fe. Diga usted como el romano alea jacta est, y... en marcha sobre Lima. A buscar, aunque no sea más que un capricho de la suerte, que siempre del que se atreve más el triunfo ha sido (Olmedo). Si octubre no termina dejándolo a usted a las puertas de Lima habrá que decir: “tout est perdu, meme I’ es poir”. Yo no soy soldado ni se me alcanza jota en materias de milicia. Pero usted, en su claro juicio, sabrá aquilatar mi pensamiento. Yo tengo completa fe en el éxito, y ese desearía inspirarle a usted. Sobre todo, me asusta el ridículo y ridículo inmenso habría en que, sin quemar el último cartucho de pólvora contra los chilenos, desapareciera el gobierno de usted a consecuencia de motines, de traiciones. Los de la argolla son astutos y tesoneros y no desmayan en su empresa de derrocarlo a usted, importándole un bledo que la patria se honda. En esa incesante labor de infamia, ellos nos llevan la inmensa ventaja de no pararse en los medios. Ellos están convencidos (y perdone usted que yo, que no soy argollista, participe de esa convicción) de que no es usted el hombre sobrado enérgico para aplastar con su planta el nido de sierpes que se llama la argolla. Hay en el alma de usted exceso de benevolencia, gran virtud en el hombre privado; pero detestable cualidad en el hombre público, sobre todo, en el mandatario. ¡Dista tanto la benevolencia de la justicia!
Las ideas belicosas de que me ocupo en los anteriores acápites son, por supuesto, en concepto que no tenga usted muy avanzadas las negociaciones de paz. A juzgar por el espíritu de la prensa chilena, el gabinete de Santiago está muy distante de tratar con García Calderón. Los señores Jovino Novoa y Altamirano deben haberse embarcado el día 8 en Valparaíso con el carácter de plenipotenciarios, y Matos aislados me hacen presumir que traen instrucciones para entenderse de preferencia con usted Lynch, que es decididamente anticalderoniano, participa de esta creencia.
Por el último vapor del norte ha llegado don José Manuel Osores y (maravíllese usted) viene hecho un calderonista enragé. Según él, el domingo 16 tendremos en Lima la noticia de que Montero ha traicionado la causa nacional, pues este no esperaba para desenmascararse más que la llegada de Ramón Ribeyro, quien debe estar en Cajamarca desde el día 6.
El club de Químper, compuesto de los Quiñones, Ulloa, Astete, Salmón, ya ha suspendido sus trabajos de conspiración. Contaban con comprometerse a Iglesias en el norte. Ignoro si lo han logrado. Ese club es cauteloso y poco puede traslucirse de sus planes.
No creo en intervención de los Estados Unidos. Me parece que mr. Hurlbut es un grandísimo bellaco.
Al fin, en la noche del 9, se realizó el matrimonio de Calderón1. El obispo Tordoya le hizo las preguntas del ritual, dándole el adulador tratamiento de excelentísimo señor. Entre los obsequios hechos a la novia (que no han sido pocos) figuran en primera línea los de Watson y Derteano. El primero la obsequió con un servicio de café oro de 21 quilates, y cuyo valor se estima en 29,000 duros. El segundo la envió un prendedor de brillantes, lindísima obra de arte valorizado en 3.000 soles plata. A la ceremonia concurrieron poco más de cien personas, todas de la familia o del círculo íntimo. Las medallas que se repartieron, además de los nombres y fecha de estilo, traían grabado un Cupido mofletudo, sin carcal ni aljaba. En cuanto a la novia es una linda joven de 28 años, bocado no sólo para cardenal sino hasta para concilio ecuménico.
Federico me escribe largo sobre El Canal1, sobre la amplitud material que ha dado a la empresa, y sobre la conveniencia de que no lo desatienda usted en materia de fondos. Le he contestado que espere a que Dios mejore sus horas lo que, tengo para mí, no tardará mucho. Se queja de no tener cartas de usted.
En mi concepto, para la paz o para la guerra, es indispensable que se aproxime usted a Lima. Tal es el sulfato de esta larga carta o puchero en que hablo a usted de todo y otras cosas muchas más.
Hasta próxima oportunidad me repito muy suyo Amigo afectísimo.
Dígnese saludar, en mi nombre, al general Buendía y dígale que hasta ayer estuvo su familia muy alarmada con la bola que echaron a rodar los calderonistas, de que había sido fusilado en el Cuzco por no sé qué motinistas. Afortunadamente hemos logrado tranquilizar a las niñas con la noticia que ha traído Hilario Liendo de que el 29 lo dejó con plena salud en Ayacucho.
Al reabrirse las negociaciones de paz, supongo que retirará usted el nombramiento de secretario hecho en Aramburú y Chacaltana.
Si me considera usted competente y digno para el desempeño de ese cargo honorífico, estoy a su disposición. Ya que no otra cosa sabré siquiera redactar los protocolos en estilo medianamente castizo.
Y a propósito de plenipotenciarios. No creo hoy al doctor Alarco en condiciones de salud para el buen desempeño del cargo. Por vale una indicación me permito proponerle a Rufina Torrico. Ciertamente que no es un Talleyrand ni un Metternich ni con mucho un Bkmork; pero es amigo de nuestra causa, hombre de juicio claro y sobre todo circunspecto por carácter. Su condición de alcalde de Lima, y más que ella sus relaciones personales con Altamirano lo hacen a propósito para el cargo.
Si no conviniese nombrarme secretario, no formaría por eso capítulo de queja. Tantos alfilerazos he recibido en mi amor propio que por uno más no sangraría la herida. Para ese caso indico a usted buen secretario en la persona de Julio García Monterroso.
Por supuesto que estas no son indicaciones oficiosas; para que no emplee usted mucho tiempo en buscar hombres o nombres.
(sin firma)
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