CARTA 24
Lima, diciembre 18 de 1885.
Señor ministro de estado
en los ramos de instrucción y justicia.
S. M.:
Por la crónica de los periódicos ha llegado a mí noticia que el señor don Manuel Bravo reclama su reposición en el empleo de jefe del Archivo Nacional, reposición que, en justicia, no puede ser aceptada sin inferírseme un desaire que no creo haber merecido.
Cuando el enemigo invasor destruyó biblioteca y archivo, en marzo de 1881, era yo subdirector honorario del primer establecimiento. Entonces redacté una protesta, que suscribió el señor Odriozola la cual se depositó en la legación de Estados Unidos, y se publicó en muchos periódicos del extranjero. Esa protesta nos acarreó serias persecuciones de Chile, que se tradujo para mí en una prisión de quince días a bordo de una nave chilena, en el Callao. Invitamos, por entonces, al señor Bravo para que también protestase; y él, que vio impasible realizarse la destrucción del establecimiento de que era jefe, sin protestar ante el mundo civilizado, aspira hoy, en que el país tiene archivo debido a mis esfuerzos, a arrebatarme mi carácter de jefe.
Yo no solicité ser director de la biblioteca, y Archivo Nacional. Fui llamado por el señor general Iglesias, a cuyo testimonio apelo, y excitando mi patriotismo, y aun mi amor propio o vanidad literaria, me hizo aceptar el compromiso de crearle al país biblioteca y archivo, en el reducido término de ocho meses. No me toca a mí decir cómo correspondí a esa honorífica distinción. El Perú y la América entera lo han dicho.
El señor Bravo pretendió, en esa época, que lo considerara como empleado en el archivo, a lo que me negué; porque, ante todo, debía rodearme de un personal de empleados competentes. Por desgracia para él, el señor Bravo, no sólo carece de ilustración histórica y literaria; pero ni siquiera es apto para leer la letra de cadenilla en que están escritos los códices del archivo.
Yo no admito empleados para que reciban sueldos, sino para que trabajen como he trabajado y trabajo tesoneramente. Esa es mi moral social.
Por decreto de 2 de noviembre de 1883 la biblioteca y archivo se refundieron en un solo establecimiento, teniendo en consideración a más del hecho de ser esa la organización en Buenos Aires, Janeiro, Santiago, México, Caracas y Bogotá, el estado deficiente de nuestro tesoro.
Según el presupuesto de 1879, gastábanse en sueldos de los empleados del archivo 7,240 soles al año, y 4,112 en atender al sostenimiento de la biblioteca. Hoy, en la biblioteca y archivo reunidos, se gasta anualmente 7,560 soles, y, sin que ello se estime jactancia mía, ambos establecimientos están mejor servidos que cuando gravaban al tesoro público en 11,352 soles. De director a amanuense somos siete empleados, y no necesito de uno más cuando este es incompetente.
En noviembre de 1883, en que me hice cargo del archivo, encontré este en completo desorden y muy mermado. A mis gestiones privadas y a mis relaciones personales y literarias, se debe exclusivamente que Chile hubiera devuelto no pocos de los códices y documentos. Si yo no hubiera formado archivo ¿a qué archivo se consideraría hoy con derecho el señor Bravo? El verdadero título para el desempeño de un puesto es la competencia, y de esa (no necesito esforzarme para llevar la convicción al ánimo de usted señor y de sus dignos colegas de gobierno), carece por completo el solicitante.
Sin falsa modestia, nadie ha negado competencia, laboriosidad y honradez al hombre que, el 2 de noviembre de 1883, obtuvo el nombramiento de Director de la Biblioteca y Archivo Nacional.
Despojarme hoy de esos cargos sería corresponder con ingratitud a mis notorios servicios, y matar todo estímulo para que otros, en el porvenir, se afanen por ir más allá del cumplimiento rutinario del deber. Apartado de la política y de los partidos, en los dos últimos anos, todo mi perseverante entusiasmo y toda la actividad de mi inteligencia, aun con daño de mi salud, se emplearon en formar un establecimiento digno y útil. Sin más gasto que el que ocasionó la reparación del edificio, y que no llegó a 12,000 soles, tiene hoy la nación un capital, en libros, que estimo en un cuarto de millón, sin considerar los lienzos y pinturas salvadas y reunidos por mi empeño y fatigas.
Duro y hasta bochornoso es para mí, señor ministro, haber tenido que ocuparme ante el gobierno de mi patria, de mi personalidad y de lo que conceptúo merecimiento mío. Si se me infiriera, que no lo espero de la ilustración de los señores que forman el supremo consejo de gobierno, el agravio de despojarme de la dirección del archivo, mi dignidad obligaría a renunciar también la de la biblioteca; pues con idéntico, y quizá mejor derecho que el que presume tener el señor Bravo, reclamaría el señor Odriozola su reposición como bibliotecario.
Quiera usted señor ministro, llevar su benevolencia para conmigo hasta el punto de hacer dar lectura a este oficio en consejo de ministros.
Dios guarde a usted señor
RICARDO PALMA
Lima, diciembre 19 de 1885.
Contéstese al director oficiante, que el gobierno se halla satisfecho de los servicios que presta en la Biblioteca y Archivo Nacional.
JOVAR
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